miércoles, 21 de mayo de 2014

LA EBRIEDAD DE UN PADRE



         Cuando me hablan de los Panero, recuerdo, en primer lugar al padre, Leopoldo, de quien haré una entrada aparte y recuerdo también la película de Jaime Chávarri El desencanto en la que aprovechaban para poner a parir los hijos al padre. También recuerdo a Leopoldo María y su desgraciado peregrinar de hospital en hospital. En este mes de mayo, le ha tocado el turno Juan Luis Panero, un buen poeta, quizás el mejor de los hijos de Leopoldo,  del que, sin embargo, noto un complejo al que podría llamar “síndrome de los hijos de padres de derechas”.  Don Leopoldo, de quien repito, haré entrada aparte, no era exactamente un hombre del régimen, pero tampoco un hombre de izquierdas. Sus hijos parece que tienen vergüenza del padre y, por esa vergüenza, lo crucifican sin piedad. Si no, véase el conocido poema de Juan Luis titulado Ante la estatua de Leopoldo Panero.  De todas las maneras, esta antología preparada por Felipe Benítez Reyes merece la pena pues recoge poemas de Juan Luis viviendo como un tío de izquierdas, gauche divine, of course, y alguno que otro con el complejo de haber tenido un padre que no escribió un soneto a Stalin. ¡Qué le vamos a hacer! En todas las familias cuecen habas y en algunas a calderadas. Claro, que si le recuerdo aquello de “honrarás a tu padre y a tu madre” voy a quedar como su padre. Así que mejor me callo y dejo a don Juan Luis, sobre todo porque el pobre falleció el año pasado.
Os dejo este poema que tituló Un año después de ya no verte:
Éste es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara.

José Alfredo Jiménez


Olor de solitario y soledad, cama deshecha,
cegados ceniceros en esta tarde de domingo,
helado soplo de noviembre en el cristal
y un vaso medio lleno de cansancio.
Te escribo por hacer algo más inútil aún
que pensar en silencio o imaginar tu voz,
o escuchar una música herida de recuerdos
o pedir al teléfono un absurdo milagro.
Éste es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara
.
Éste es el corrido, pero nadie canta,
y un muerto con mi nombre, vestido con mis trajes,
me saluda y observa por los cuartos vacíos,
me mira en la distancia como si fuera un niño
y acaricia en sus dedos un rastro de ternura.
Sobre su frente inmóvil va cayendo tu nombre
y humedece sus labios una lluvia perdida.
Olor de soledad y humo de aniversario
mientras busco, dolorosamente trato de recordar
tus ojos insomnes con su vaho de mendigo,
devorando su luz, ahogando su locura.
Tus dos ojos como picos de presa que se clavan
y rasgan y desgarran la piel de nuestro amor.
Soplo de embriagado recuerdo, agria melancolía,
rescoldo que tu lengua aún enciende
en estas horas de strip-tease solitario
en que celebro en tu derrota todas las derrotas.
Un año después y tu pelo, tu largo pelo
ardiendo desbocado entre mis manos,
clavado para siempre en esta almohada,
recorriendo esta casa, sus rincones y puertas
como un viento insaciable que buscase su fin.
Un año después de ya no verte,
definitivamente talando en tu memoria,
qué real sigues siendo, qué difícil herirte.
La sosegada certidumbre de esta mesa en que escribo
puede tener la pasión estremecida de tu piel
y la ropa que el sillón desordena
puede ahora ocultar el temblor de tus pechos.
Sobre tu seco abierto y tus muslos de arena,
sobre tus manos ciegas que persiguen la noche,
qué triste es el cuchillo, qué aciaga la hoja.
Un muerto con mi nombre y mis uñas mordidas,
un cadáver grotesco, me dicta estas palabras,
me señala en los cuadros, en la pared manchada,
el destino de hoy, de este día cualquiera,
al borde de mi vida, al borde del invierno,
al borde de otro año que empieza con tu ausencia,
al borde de mis ojos y tu voz que ahora escucho.
Un año después de ya no verte,
mientras te escribo, odiando hasta la tinta,
en esta tarde de noviembre, olor de solitario y soledad,
helado soplo en el cristal vacío. Un muerto.




 

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