jueves, 30 de marzo de 2017

OBERMANN Y EL PICO DEL ÁGUILA



Obermann padeció el que se conoció como mal du siécle, ese malestar en el mundo al que los ingleses llaman spleen que, sin meterme en etimologías, viene de splen que en griego es bazo, órgano que, entre los médicos, es también conocido como músculo esplénico. Obermann se va a Suiza para ver si se cura de su melancolía, pero en aquellos valles idílicos no se recupera y sigue viendo un sin sentido a su vida. No fue el sólo pues hay otros dos personajes que iniciaron esa moda de la angustia vital: Werther de Goethe y René de Chateaubriand. Estamos a las puertas del Romanticismo y el romántico, apasionado hasta el extremo, vive y ama con todas sus fuerzas. Claro, luego les venía la ansiedad, la angustia, ese deseo irrefrenable de suicidarse (¡Qué obsesión, carallo!) y de vivir amargados dándole vueltas a la vida. Liszt, otro romántico, nos dejó El valle de Obermann, una bellísima pieza dentro de sus Años de Peregrinaje. Mi abuelo Julio, - que no sabía de literatura, pero que era agricultor- , habría dicho que ese sentimiento de angustia se les hubiera pasado cavando las tierras del Pico del Águila en el camino de Puente Duero;  regando de noche y procreando catorce hijos, es decir, llevando esa vida tan cercana a lo animal que repugnaba a los románticos. Mi abuelo no conoció el spleen y, si le venía algo parecido – que no creo-,  se fumaba un Farias que guardaba en el horno de la cocina vieja y luego se bebía un vasito de vino de El carromatero de Toro. Eran otros tiempos y eran otras terapias. Que cada uno elija la que guste.



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