miércoles, 23 de agosto de 2017

MIGUEL DE UNAMUNO Y GUARDA




Mi enorme cariño por las tierras portuguesas me viene del libro de don Miguel de Unamuno Por tierras de España y Portugal. En él viajé hasta Guarda y aprendí quién era Teixeira de Pascoaes y Eça de Queroz. Este verano, al pasar por la ciudad capital de la Beira Alta, nos subimos hasta su catedral, a Sé, y paseamos por sus rúas de piedra granítica que tantos recuerdos me trae de Ávila de Santa Teresa. Algo mágico tiene esta ciudad portuguesa, conocida como  como la «ciudad de las cinco F»: Farta, Forte, Fria, Fiel e Formosa. En la hermosa plaza de don Luis de  Camões, comimos un piscolabis mientras veíamos sus soportales y entrábamos en A casa do bom café. En un arco por el que se accede a esa ciudadela de águilas, el recuerdo a Unamuno. Y el viento, el viento de Guarda que habla por las noches al  corazón de los viajeros. El viajero prefiere dejar la pluma a don Miguel de que nos cuenta así de esta ciudad portuguesa.
Entre los diecisiete lugares de Portugal que merecen ser visitados, según reza el mapa excursionista que en los vagones de primera de los trenes ha hecho fijar la Sociedad de Propaganda de Portugal – cuyo lema es pro patria omnia – no figura Guarda. Pero siempre que había yo pasado por la línea de Beira, ya al ir, ya al volver, habíanseme ido los ojos tras de aquella ciudad que allá en lo alto, sobre la montaña, levantaba sus torres contra el cielo. El que la sociedad esa no nos la recomienda era razón de más para que me escociera el visitarla. Y allá fuí, de vuelta de Lisboa, a quedarme un día (...).
Y allí pasé un día, todo un mortal día, en esa Guarda fría, ventosa, húmeda, fea, denegrida y fuerte, que vigila a España. Tiene razón la Sociedad de Propaganda de Portugal.
Pero cuando se llega a un sitio hay que sacarle el jugo, sobre todo nosotros, los forzados del cálamo. Es cosa terrible esto de ver algo para escribir de ello, más bien que escribir porque se ha visto. Pero el oficio... y una vez allí, no iba a perder el viaje.
Y allá me fui, en aquella destemplada tarde otoñiza, a vagar por las calles de Guarda. Pronto las recorrí casi todas, pues es una pequeña ciudad, de unos 6.000 habitantes. A trechos, los canónigos, embozados en sus mantos negros, con sus bonetes, engullidos por las negras puertas de aquellas viejas casuchas; luego, estudiantes del Liceo, rapazuelos de once años, en pelo, con sus levitas y sus remedados manteos blancos, imitando a los de Coimbra (...)
Voy a ver la puerta de sol; un incendio volcánico entre montañas de ceniza. Y luego me envuelve la melancolía otoñal de una villa desconocida. Pensando en cosas melancólicas voy a comer, que es una brutalidad fisiológica independiente del alma, según Camilo. Por fortuna, los últimos días de noviembre son muy cortos y pude acostarme a las siete, con una novela de Camilo a la cabecera de la cama. No sin antes dar un paseo por la villa y pararme ante la imagen del rincón del arco para pensar: !de qué tragedias calladas habrá sido mudo confidente!
Y luego, !qué encanto el que le despierte a uno el sol en un silencio puesto de relieve por lejanos y apagados toques de corneta militar, por campanadas de la iglesia próxima! (...)
Salí a ver la catedral, por fuera más de ver que por dentro. Tiene, sin embargo, su adusto carácter de fortaleza, y desde la terraza un hermoso panorama. Todo el anfiteatro de montañas de la sierra de la Estrella, y al otro lado tierras de España (...)
Fui a ver el Liceo, un Liceo nacional donde se cursan los cinco primeros cursos, con unos 150 alumnos. Cosa deplorable, pobrísima, de la que lo mejor es no hablar (...)
Cuando me hube acomodado en mi vagón, y mientras esperaba a salir, volví a mirar a Guarda, encaramada en su montaña; esa Guarda que tantas veces atrajo mis miradas. Ahora sé ya cómo es por dentro. ¿Lo sé de veras?
Unamuno, Miguel de (1976). Por tierras de España y Portugal. Madrid: Colección Austral Espasa-Calpe, S.A. ISBN: 8423902218. Páginas 73-78.

No hay comentarios:

Publicar un comentario