viernes, 13 de octubre de 2017

EL MARQUÉS DE SANTO FLORO, LA COSTA AZUL Y UN BIZCOCHO BORRACHO



Don Agustín de Figueroa y Alonso – Martínez, nacido en 1903 en Madrid, era el hijo pequeño de Romanones y, desde muy joven, se dedicó al teatro, a la literatura y al cine, tres ocupaciones nada recomendables para el hijo de don Álvaro de Figueroa. Su afición a la literatura y a los libros la mamó en su casa y su escribir era sereno y delicado, la escritura de un hombre educado,  muy francés y cuyo aspecto externo revelaba lo gran caballero que era.  Aún lo recuerdo en las fotos, elegante y con el porte de un hijo de tan ilustre prócer, junto a su hija Natalia o junto a su yerno Raphael. Tal y como decía Marañón, sus libros se leen con una sonrisa en los labios y suponemos que al señor conde no le importaría tanto el tener un hijo dedicado a tan innobles artes puesto que tampoco le era extraña la escritura con pluma bastante ágil y artística y, sin ir más lejos, en este blog le hemos dedicado alguna entrada a sus famosas biografías de personajes históricos. En este octubre tan veraniego, he leído Dentro y fuera de mi vida que don Agustín escribió a la muy saludable edad de cincuenta y dos años recordando lo que había sucedido en su vida entre 1910 y 1930. Ser hijo del conde de Romanones te hace tener mucho mundo y así,  por el libro del marqués de Santo Floro,  circulan marquesas, embajadores, políticos, reyes y demás familia, gentes  a la que no tenemos acceso el común de los mortales. Efectivamente, el libro se lee con una sonrisa en los labios y, de todas las anécdotas que cuenta me quedo con una en la que narra cómo el ilustre conde, pasando un verano en la Costa Azul, se acordaba de sus tierras de Guadalajara y su hijo sentencia con gracia al recordarlo: “No cabe duda. Recordar tan intensamente a Guadalajara en plena Costa Azul constituye el homenaje más entrañable que se puede tributar a la ciudad de Alvar Fáñez”. Y es que en la Costa Azul habrá hermosas playas, hermosas villas y paisajes de postal,  pero en Guadalajara hay unos bizcochos borrachos que los franceses no han catado en su vida. Tenía razón Romanones.

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