lunes, 27 de mayo de 2019

EL BEATO JUAN MARÍA DE LA CRUZ


En 1891, en un pueblo abulense que tiene por nombre San Esteban de los Patos, entre Tolbaños y Mingorría, nace un niño al que sus padres llaman Mariano. Este niño, que es más bien enjuto de carnes,  siente pronto la llamada del Señor y,  en 1916, con veinticinco años, es ordenado sacerdote en Ávila. Diversas parroquias, su ingreso en los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús, diferentes destinos como Puente la Reina o Garaballa y una vida que dista mucho de ser heroica. Pero todo cambia en la fatídica fecha de 1936. Mariano tiene que salir de Garaballa, en Cuenca, y marchar para Valencia. Allí, con ropas de seglar para no delatarse (lo mismo haría San Josemaría durante la Guerra Civil), Juan María de la Cruz – pues ése es su nombre en religión-, pasa un día por una iglesia en donde unos bárbaros han hecho una pira con los ornamentos sagrados y la han prendido fuego. No contentos con eso prenden aquella  iglesia de los Santos Juanes y aquel curita de Ávila, al ver ese desaguisado, no puede acallar su voz y dice en  alto:

  • ¡Qué horror! ¡Qué crimen! ¡Qué sacrilegio!”.

Uno de aquellos bestias, al oír estas palabras, se vuelve y le dice a Mariano:

  • ¡Tú eres un carca!
  • ¡No, no soy un carca! ¡Soy un sacerdote!
     
    Mariano sabía que, al decir que era sacerdote, se estaba condenando a muerte, pero aquel niño de San Esteban de los Patos fue al martirio con la valentía que tienen los mártires.

Murió en Silla, Valencia,  un 23 de agosto de 1936, fusilado por aquellos “valientes!” que tenían la lengua muy larga y la vergüenza muy corta. El Papa Juan Pablo II lo beatificó en el 2000 y en la actualidad reposa en la población navarra de Puente la Reina, localidad por la que pasa el  Camino de Santiago.

         Que su oración desde el cielo nos infunda la valentía que tuvo para enfrentarse a la barbarie.


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