viernes, 31 de mayo de 2019

LOS MARIQUITAS DEL RÉGIMEN Y DOS GALGOS AFGANOS



Dejadme que os cuente esta historia del Madrid de los setenta que tuve la suerte de vivir en aquella calle de los Hermanos Bécquer en donde vivía, sin ir más lejos, el marqués de Villaverde, su hermano, el barón de Gotor,  o el marqués de Lozoya; calle en la que lo mismo se abría un bar de putas de alto copete como un centro de espiritualidad para universitarios; en donde los médicos daban fiestas de smoking y los porteros comían pipas en los bancos de la pequeña zona ajardinada que acompañaba tan elegante rúa. Pues bien, en esa calle, esquina a General Oraa, habitaba un modisto mariquita con un criado mariquita y con dos galgos afganos que posiblemente también fueran mariquitas. Con el criado vivía un chavalillo que era su sobrino y que, como no podía ser menos, también era un poco mariquita y al que su tío había traído a los Madriles para iniciarle en cátedra de mariconeo. En fin que,  como dicen en Andalucía,  en esa casa todos eran más maricones que unos palomos cojos. Bajaban los mariquitas a la calle a media tarde para sacar a los perros con mucho movimiento de manos, mucho meneo de cabeza y mucho falsete vocal. Eran gente simpática, dicharachera y que con nadie se metían. No escandalizaban al barrio porque, contra lo que se pueda pensar, nada podía escandalizar al Madrid de los setenta en donde los millonarios esnifaban cocaína en las discotecas de moda y las putas caras se sentaban en las terrazas del barrio de Salamanca. Sin embargo, lo más curioso es que a las fiestas del modisto,  en las que abundaba también el mariconeo más selecto de la capital,  acudían también las mujeres de los capitostes del régimen franquista que eran clientas habituales del modisto. Sus maridos, lógicamente, no acudían pues hubiera sido un desdoro para tan conspicuos próceres. Pero ellos se lo perdían porque aquellas fiestas,  cuya música  escuchábamos los niños del barrio porque se escapaba desde los balcones abiertos, tenían que ser de mucho colorín, jolgorio y joie de vivre. ¡Ay los mariquitas!

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