sábado, 24 de octubre de 2020

DEMETRIO DE FALERO Y LOS ORINALES


Os sigo contando anécdotas del mundo griego que son siempre ilustrativas. Fue Demetrio de Falero un hombre de origen muy humilde pues su padre había sido esclavo, pero eso no le impidió ser discípulo del mismísimo Aristóteles a cuyas clases asistió en el Liceo. Casandro, el hijo de Antípatro, lo puso al frente de Atenas y la gobernó de forma tan excelente – cosa rara en un filósofo pues los intelectuales no suelen ser buenos políticos-, que los atenienses le honraron con 360 estatuas repartidas por toda la ciudad. Sin embargo, en el 307 a. C. , Antígono y su hijo Demetrio Poliorcetes, que significa en griego “el destructor de ciudades”,  se apropiaron de Atenas y echaron al otro Demetrio que la había gobernado con sabiduría durante diez años. Al encontrarse con tantas estatuas del anterior gobernante, decidieron fundirlas y muchas de ellas se usaron para fabricar orinales. Es fama que el pobre Demetrio de Falero dijo: “Han derribado mis estatuas, pero no la virtud por la que me fueron dedicadas”.  Se marchó de Atenas, pero, como era un hombre culto, encontró trabajo en la Biblioteca de Alejandría y llegó a ser su director. Esta anécdota me gusta contarla en clase porque nada hay más estúpido que la soberbia. Un santo que no voy a nombra decía: “¿Tú…soberbia? -¿De qué?” Ya veis, nuestras estatuas pueden acabar convertidas en orinales. Sic transit gloria mundi.

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