lunes, 31 de mayo de 2021

LA ISLA DEL SANTO EN ARDÁN

 


Cuando bajaba la marea, cruzábamos Lapamán, aprovechábamos que el acantilado estaba separado del mar por un pasillo de arena, recorríamos dos playitas maravillosas y llegábamos hasta el tómbolo que unía la isla con la tierra. Teníamos muy poco tiempo porque el mar, que por unos minutos había dejado un paso de tierra, volvía, de un lado y de otro, a tomar lo que era suyo y, si nos descuidábamos, nos podíamos quedar en aquella isla mágica a pasar la tarde. Los días que nos llegábamos hasta la isla siempre acabábamos llegando tarde a la sombrilla para desesperación de mi abuela Patro que esperaba para subir a comer donde Lino, aquel maravilloso restaurante en donde el viento del mar se colaba hasta las mesas y en donde, quizás por eso, las xoubas y la merluza “de pincho” tenían un sabor inigualable. A aquella isla que seguíamos viendo desde El Pino (así se llama el restaurante de Lino que , aunque ya  no esté entre nosotros,  seguro que sigue comandando aquella insula feminarum que era la cocina) la llamábamos la “isla del Santo” porque alguien, puede que Castor, el Matalobos, nos había dicho que la aquellos restos de piedra que se veían eran el eremitorio de un santo que se había retirado a aquella isla para orar pro omnium peccatis.

         Hace unos días, leyendo esa maravillosa historia de Marín de José Martínez, he sabido que aquellas ruinas son los restos de una primitiva capilla que ni más ni menos que don Payo Gómez Charino, marino y poeta, construyó en la Isla de San Clemente cuando  volvía de la conquista de Sevilla en la que había participado con sus naves junto al rey Fernando III, el Santo cuya efemérides es hoy, 30 de mayo. Según contaba don José, en el siglo XVIII, sobre lo que había construido el marino poeta parece ser que construyeron una ermita que es la que vemos ahora con algunos retoques que le dieron durante el pasado siglo en los que usaron el cemento.

         Como los trovadores galaicos portugueses, me gustaría decir “Quén me dera na illa”, viendo como dos labios de mar se besan en el tómbolo recoleto y hermoso que nos dejaba pasar hasta ella y llegando hasta su pequeño territorio de toxos en donde nuestras piernas infantiles y en bañador recibían los arañazos traidores de tan recios espinos como recuerdo de nuestra pacífica conquista de la isla de San Clemente.

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