jueves, 23 de febrero de 2023

DARÍO Y LA LIEBRE

 


De nuevo os propongo un relato para que me digáis si merece la pena o no  que los siga escribiendo.

 

DARÍO Y LA LIEBRE

         Una enorme columna de soldados en perfecta formación recorría la tierra de los escitas, pueblo de pastores, criadores de caballos y arqueros; pueblo de las estepas desde los Cárpatos a las lejanas tierras donde el sol nacía y en las que gobernaban emperadores de túnicas doradas en cuyos jardines caminaban mujeres de pies diminutos y cantaban los pájaros entre los árboles extraños que tan sólo se daban en las tierras lejanas que, al andar de los siglos visitaría el veneciano Marco Polo y traería con él una princesa china de nombre Kozacín; pueblo de tez rubicunda eran los escitas y de intensos ojos azules como si el cielo que cubre la estepa, amoroso unas veces, cruel otras, se hubiera quedado en ellos de tanto mirarlo para conocer de dónde iba a soplar, de dónde vendrían las nubes o si la nieve, que amortajaba la estepa con su blanco sudario, vendría ya en otoño.

         Estaba Darío extrañado y todo el ejército con él del extraño regalo que le habían entregado los escitas: un pájaro, una ratón, una rana y cinco saetas. ¿Qué podría significar ese regalo? – se preguntaban los persas que no hacían más que preguntarle al mensajero que se los había hecho llegar, pero este nada decía. “Pero tú, mensajero, algo tienes que saber”. Pero el mensajero seguía callado. Tras muchas insistencias de los persas, rompió su mutismo y dijo: “Gran rey, yo tan sólo tengo la orden de entregaros estos regalos. Nada más os puedo decir. Pero si vosotros, medos, sois tan sabios y tanta fama tenéis de estrelleros, pensad con detenimiento lo que puede significar. Yo, os repito, nada más puedo decir sin que mi vida corra un grave riesgo,.

         Se quedó callado el mensajero escita y, al poco, volvió con los suyos. Se quedaron también en silencio los persas sin saber cómo descifrar tan extraño regalo de los escitas.

         Darío, tras varios días sin salir de su tienda, pensando en qué podría ser ese regalo, llegó a una feliz conclusión que no era sino que los escitas se rendían a su soberanía y así lo explicaba el gran rey a sus consejeros: “Mirad, el pájaro es muy parecido al caballo pues vuela libre por la estepa como él. Por tanto, con este pájaro nos entregan su indomable libertad. La rana, puesto que vive y se cría en el agua, significa que los escitas nos entregan sus costas; el ratón, puesto que en la tierra se cría y come lo mismo que los humanos, significa que nos entregan sus tierras. Y por último, las cinco saetas son una manera de decirnos que nos  entregan todas sus fuerzas y todo su poder. Esta era la interpretación de Darío. Sin embargo, Gobrias, que fue uno de los septiminios que le arrebató el trono al gran mago de los persas, les hizo saber a sus compatriotas su diferente interpretación:

-         ¡Persas, atended: Darío está confundido!

 

Un rumor que desembocó en griterío siguió a estas palabras del sacerdote que, tan pronto como se callaron los persas, siguió hablando:

-         Mirad, yo os hago esta interpretación: si vosotros, persas, no os vais de aquí volando como pájaros, si no os metéis bajo tierra como los ratones o, de un salto, tal y como hacen las ranas, no os echáis al agua de la laguna, os resultará imposible volver sobre vuestros pasos y moriréis traspasados por las saetas.

Confundidos por tan extraños regalos y por las interpretaciones de Darío y de Gobrias, sabiendo que un cuerpo escita había ido a parlamentar con los jonios que, por orden de Darío, custodiaban un puente y que éstos les habían explicado a estos escitas que Darío tan sólo les había encargado vigilar el puente durante sesenta días y que, por tanto, si lo abandonaban una vez pasado ya ese término, ni le ofendían a Darío ni les ofendían a los escitas y sabiendo además que ese cuerpo de escitas había regresado con el grueso de la atropa, decidieron los escitas presentarse  a los persas para trabar combate con ellos.

         Formaron las filas delante de los persas. El viento se quedó parado y guardó silencio. Se pararon  expectantes los caballos salvajes que pastaban no muy lejos del lugar y las aves que iban volando se pararon para ver el encuentro entre ambos ejércitos: el de Darío, en perfecto orden, una máquina de guerra perfecta a la que controlaba la ciega obediencia al gran rey; el de los escitas, por el contrario,  un ejército de hombres libres que luchaban por seguir siéndolo en las infinitas estepas. Darío al frente de sus tropas, comprobó el perfecto estado de las mismas y pensó que no tardarían mucho en masacrar a aquellos pastores nómadas que nada sabían del arte de la guerra. Miró a sus hombres y se sonrió para sus adentros.

         Mas de pronto algo ocurrió en las filas escitas: los soldados corrían sin orden ni concierto, dando gritos; se empujaban y se caían; se reían a carcajadas como unos niños que estuvieran jugando a las puertas de sus cabañas. Nada entendía Darío y, finalmente, envió a un soldado para que les contar lo que estaba pasando en las tropas escitas.

         Cuando volvió el soldado, Darío no daba crédito a sus palabras: “Una liebre, gran rey, están persiguiendo una liebre. Apenas la han visto. Todos se han puestos a perseguirla como si fueran niños”

         Darío, entristecido, mirando al soldado y a Gobrias dijo:

         “En verdad que estas hordas de escitas, hijos salvajes de las estepas, en muy vil concepto nos tienen pues se toman a broma nuestro ataque. Ahora veo que Gobrias tenía razón en la interpretación de sus regalos. Estos bárbaros se burlan de nosotros como si fuéramos unos muchachos imberbes en su pubertad. Que se queden jugando con su liebre que nosotros nos volveremos cuando llegue la noche dejando, eso sí, los asnos para que con sus rebuznos crean los escitas que todavía permanecemos aquí. Por la misma razón, dejaremos, al partir con las sombras, los fuegos encendidos y con ellos los viejos y los inválidos que de nada nos sirven sino de carga. Seguro que, por la mañana, cuando se vean solos, alzarán sus brazos pidiendo socorro a los escitas, pero ya será tarde cuando éstos vengan y descubran que nos hemos marchado. Nada quiero saber de bárbaros para quienes una liebre es más importante que Darío I, hijo de Histspes y Rodoguna, soberano de Persia, Elam, Mesopotamia, Egipto, el norte de la India y de las colonias griegas de Asia Menor.

         Y volviendo su caballo, se llegó hasta el campamento a esperar que el sol se ocultara tras los tesos lejanos que conversan con la tierra y con el cielo y que también tratan con ellos de las lluvias y los vientos, de las escarchas y los rocío, de la nieve y las tormentas.

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