domingo, 16 de abril de 2023

JOSÉ ÁNGEL FERNÁNDEZ DE LA CALLE, EL TEÓSOFO DE CHAMBERÍ

 Cuando leo algo de Mario Roso de Luna, el teósofo de Logrosán, se me viene al recuerdo mi gran amigo José Ángel de la Calle, gran lector, extraordinaria persona y empleado de aquella maravilla expoliada por canallas que se llamó CajaMadrid. José Ángel había entrado en la Caja, como se la conocía en Madrid,  con tan sólo dieciocho años y se estuvo toda su vida trabajando en ella. Fue un gran trabajador bancario, pero,  sobre todo,  fue un gran lector que había hecho de su casa en la madrileña calle de Viriato (fuiste heroico hasta en el domicilio) una pequeña biblioteca que ocupaba habitaciones y pasillo. Mentarlo es recordar aquellas tardes de la Fuenfría en las que José Ángel, sentado al solecillo del porche del Albergue de La Fuenfría se entregaba a sus lecturas; recordarlo es andar con él la Sierra del Guadarrama, ésa a la que ahora los incultos llaman “Sierra de Madrid”; pensar en él es recordar sus chistes llenos de inteligencia, recordar a Gila, recordar su ironía elegante y blanca porque su bondad no permitía la ofensa. Se compró un pisito en El Boalo, al pie de la Maliciosa, porque una gitana le dijo que iba  tener una vejez larga y él, ¡cómo no!, la quería dedicar a la lectura. Formábamos un grupo de marchadores muy heterogéneo: él, Jesús Ocaña, el hombre que predijo el MP3 y que, aun siendo de Cuenca, se hizo radiotelegrafista y recorrió los Siete Mares de Simbad; mi padre, siempre con sus pantalones bávaros,  y un servidor. Son  días lejanos de una juventud perdida y ahora, con más años que ellos tenían entonces, recuerdo aquellos paseos,  - en lo que lo menos era hasta dónde llegábamos-,  como un oasis de paz en este agitado vivir. Hace unos meses, alguien me escribió y me dijo que José Ángel había muerto, que la p. pandemia se lo había llevado hasta ese cielo teosófico de don Mario Roso de Luna, de don Eduardo Alfonso y de Wagner. Y por esos cielos de su dios se andará con su péndulo, su cachondeo fino de chamberilero y su mostacho. Como veis, no he hablado nada de don Mario porque eso lo dejo para mejor ocasión. Tan sólo quería compartir con todos vosotros el recuerdo de un amigo, de un buen amigo que se nos ha ido para ver su Maliciosa desde lo alto.

         Por cierto y para acabar: me cisco en la gitana que te dijo que ibas a tener una vejez larga porque no ha sido así, pero, al mismo tiempo, imagino los chistes que habrás hecho sobre ella y lo que te habrá dicho Roso de Luna cuando le hayas hablado del Convento de Casarás (que nunca lo fue) o de cómo los nazis buscaron el Grial en Montserrat. Dale recuerdos al Padre Piquer, el fundador de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid y no le hables de Rato, de Rodrigo Rato, aquel que tocaba la campana para que se forraran los de siempre. No hace falta que te lo diga porque siempre fuiste un caballero de Chamberí que, cuando una vecina de tu calle Viriato te dijo muy de mañana, al verte vestido con los pantalones bávaros, tu jersey de lana y tu mochila, que dónde ibas, le respondiste con una sonrisa que te movió tu mostacho: “Señora, pues a estas horas y con estas pintas no voy a ir a un té en la embajada de Francia”. Y es que eras de Chamberí, ese barrio castizo del que se quiere apropiar esa chica que desgobierna la Comunidad de Madrid. ¡Ah! y por supuesto, que te habrás encontrado con doña Patro (como tú la llamabas), chamberilera de la calle del Castillo, con la que tan bien te llevabas porque ser de Chamberí imprime carácter. Un abrazo y ya te contaré historias del péndulo que me compré para imitarte, gran José Ángel. Ya ves, imitarte a ti que eras y eres inimitable.


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