domingo, 16 de abril de 2023

LA CIERVA BLANCA DE SERTORIO

 


LA CIERVA DE SERTORIO

(En una tarde de primavera, en la Roma eterna, unos jóvenes escuchan, sentados en unos poyos, el relato que Hircio, veterano soldado en las filas de Sertorio, les está contando)

         La cierva era un rayo de luna en las noches de invierno, un camino de plata en las lindes del bosque, una epifanía en las tierras de Hispania. Todos los soldados sabíamos que aquella cierva había nacido en el rebaño exiguo de un pastor del campamento de Sertorio; que había nacido con otros cervatillos y que ella era completamente blanca. Quinto se quedó mirando: era un copo de nieve entre los otros cervatos, se acercó y se la puso en los brazos. La cervatilla le lamió la cara buscando la teta de la madre y Quinto se echó a reír. Le dijo al pastor que, tan pronto como la madre la destetara, volvería a buscarla y así lo hizo. La cierva, desde el momento en que el pastor se la regaló, ya no se separaba de Sertorio y ambos iban y venían por el campamento, se internaban por los bosques y hasta dormían juntos. Pero no dormía a su lado sin más, dándole calor en las frías noches de invierno, sino que recibía Sertorio en sueños lo que Ártemis le quería comunicar pues la cierva le avisaba de los peligros y hasta de la manera de ganar las batallas y, cuando las ganaba, le ponía a la cervatilla una corona de flores y la dejaba libre por el campamento. ¡Aún me parece que la estoy viendo correr entre las tiendas como un rayo de luna!

-         Hirtio, ¿nunca perdió Sertorio una batalla mientras la cierva estuvo con él?

-         No, nunca.

-         Entonces, Hirtio, cómo explicas que matara al mensajero que le informó de la derrota de Hirtoleyo en Segovia? ¿Acaso no escuchó las instrucciones de la cierva?

-         ¡Ay, jovencitos burlones y descarados que os burláis de este viejo soldado! Desconozco lo que me contáis,  pero , si vosotros, como yo, hubierais visto aquella cierva blanca, no hablaríais así. Los nativos hispanos tenían una gran devoción por los ciervos y les daban culto porque creían que traían la fecundidad y la buena suerte. Hasta se contaba que Habis, el legendario rey de Tartesos, había sido criado por una cierva.

-         ¡Claro, Hirtio! tú mismo lo estás diciendo: Sertorio, que,  aunque no había acudido mucho a la escuela del gramático, no era ningún ignorante, se dio cuenta enseguida de que se podría aprovechar de la fe que los lugareños tenían en los ciervos para poder manipularlos a su antojo. Vamos, caro Hirtio, que la cierva vaticinaba lo que Sertorio quería.

-         Me duelen vuestras palabras, jovencitos, porque vi a Sertorio entrar en éxtasis mientras la cierva le hablaba al oído. ¡Sois unos malditos descreídos, hijos de filósofos sin fe!

-         ¿Y no estaría tu querido Sertorio bajo el efecto de alguna seta alucinógena como esa roja con puntitos blancos que tanto se prodiga por las tierras de Hispania? – le dijo a Hirtio un jovencito burlón e imberbe.

-         ¡Mientes, joven petulante! La cierva era un enlace con Diana. Y te puedo asegurar, joven insolente, que Sertorio era un hombre íntegro que jamás tomó ninguna seta de esas que tanto sabéis porque quizás las tomáis vosotros y por eso decís las tonterías que me estáis diciendo.

-         Bueno, bueno, muy íntegro no. ¿Acaso no sabes que falsificó su edad para entrar en el ejército?

-         Y ¿qué me quieres decir a mí con eso, jovencito? Si lo hizo, lo hizo por amor a Roma, por ese amor que vosotros, criados entre nodrizas y haraganeando, viviendo de vuestros padres, ni podéis suponer. Aquellos hombres eran de otra sangre diferente de  la que tenéis vosotros que no valéis nada en comparación con ellos.

Los jóvenes se daban codazos y uno de ellos le preguntó con sorna:

-         ¿ Y no le avisó la cierva de que su comandante Perpenna le iba a pasar a cuchillo en Hosca?

Hirtio calló por un momento porque era difícil contestar la joven.  Pero, al cabo de un rato, tras haber tenido la cabeza entre las manos, le dijo:

-         Mira, muchacho, la cierva se le perdió a Sertorio en la batalla del río Sucro, pero un día, mientras despachaba unos asuntos, la cierva apareció de pronto, se fue a su lado y le lamió las manos.

-         Alguien la encontraría y se la llevó. Seguro que Sertorio pagó bien a los que la encontraron.

-         ¡Mientes, bellaco! – clamó Hirtio cuya cara se había enrojecido de furia . La cierva cruzó la sala dejando un aura de luna. Su pelo blanco parecía la nieve de los inviernos hispanos., esa nieve que cubre aquellas desoladas mesetas. ¿Acaso, petimetre, has visto tú alguna vez un animal como la cierva?

-         Y ¿no sería que algún bromista la había encalado? Seguro que si la cierva “divina” se hubiera metido en un charco, hubiera salido de él con el mismo color que tienen todos los ciervos.

-         ¡Maldita juventud descreída! ¿os estoy diciendo que yo la vi, que la acaricié , que en su pelaje blanco y suave no había engaño ninguno! Mirad, su pelo era tan suave como la más fina tela de oriente y sus ojos profundos y negros eran dos pozos en los que la luna se contemplaba. No os burléis de lo que no habéis visto y dejadme en paz.

Los jóvenes se dieron cuenta de que habían llegado ya muy lejos con sus bromas y dejaron tranquilo a Hirtio que recogió su cabeza entre las manos.

     El sol se iba ya poniendo en la Roma eterna y aquellos jóvenes dejaron a Hirtio, veterano soldado de Sertorio, sentado en unas piedras que iban ya perdiendo el calor que el sol de la tarde les había regalado.

     Han pasado muchos siglos y un joven sevillano, tras haber leído en la clase de latín la historia de la cierva blanca de Sertorio, empezó a bosquejar una idea que años más tarde llevaría a cabo: escribiría una leyenda cuya protagonista sería una corza blanca. En ese relato recogería ese sentido mágico de la cierva de Hispania,  pero eso ya es otra historia que, si la queréis conocer, es mejor que la leáis escrita por la pluma de tan ilustre escritor sevillano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario