sábado, 26 de diciembre de 2020

LAS TERRIBLES PALABRAS DE RAFAEL OROZCO

Ya os he contado cómo considero a Rafael Orozco uno de los grandes pianistas del siglo XX y cómo la lectura del libro de  Juan Miguel  Moreno Calderón, pianista cordobés, me acercó aún más a su figura. Sin embargo, no voy a entrar en la personalidad de Rafael, artista grande y poderoso, que con sus manos recreaba un mundo. No, voy a referirme a sus palabras, a las terribles palabras, terribili parolete que diría Massimo Cacciari,  que le dijo por teléfono a Alfonso Aijón, el director de Ibermúsica, desde Roma. Tenía Rafael un concierto en el Auditorio Nacional de Música de Madrid el 24 de enero que era el día de su cumpleaños. Llamó a Aijón desde Roma y le dijo estas palabras de fuego: “Perdóname, Alfonso, no puedo dar el concierto;  estoy muy enfermo, me estoy muriendo”. Y el genio lloraba al teléfono mientras se notaba morir, mientras notaba esa visita que todos recibiremos algún día, “el día menos pensado, ése en el que pienso siempre” como decía el maestro Manuel Alcántara en unos versos tan malagueños y tan luminosos como verdaderos. Ante la muerte, somos una ciudad sin murallas, decía Epicuro en su epístola a Meneceo. Y es una terrible verdad.




domingo, 20 de diciembre de 2020

RAMÓN DE ALGECIRAS

 


Hace unos meses tuve que dejar asqueado de ver el programa que en la primera cadena le dedicaron a Paco de Lucía. Con algunos invitados que no sabían casi nada del algecireño, nadie habló de su hermano Ramón de Algeciras, el hermano de Paco y, como él, gran guitarrista. Cierto es que en la familia Sánchez Paco fu toda una galaxia, pero también hubo otras estrellas que lucieron y lucen como su hermano Pepe de Lucía y el gran Ramón de Algeciras que, cuando se le presta oídos, se reconocen en él muchas de las maneras  del toque de su hermano Paco. Ramón tocó con Mairena, con Marchena o con la Niña de los Peines;  también acompañó durante más de diez años a Juanito Valderrama y a Camarón de la Isla. Ramón fue un gran guitarrista que nos abandonó en el 2009, con setenta y un años. Había nacido, como los demás integrantes del clan “de Lucía” en Algeciras, hijos de Antonio Sánchez Pecino y de Lucía, una portuguesa de Castromarim, al otro lado del Guadiana. Fue Ramón el que acompañó a su hermano en el Teatro Real en 1975 y, que yo sepa, fueron las primeras guitarras flamencas que tocaron en ese teatro.. Pues,  ya veis, pese a ese curriculum, Ramón fue “olvidado” en ese terrible programa y creo que, si se habló de Pepe, fue por el ser el padre de Malú y no por la valía ( y grande) que tiene como cantaor flamenco. Los “hijos de la portuguesa”, como los llamaban en Algeciras, tuvieron un gran éxito allá por el comienzo de los sesenta con el grupo Los chiquitos de Algeciras con el que llegaron a ganar el Concurso Internacional de Jerez dela Frontera en 1962.

         Era necesario este recuerdo a Ramón de Algeciras, guitarrista de dedos rápidos y falsetas hermosas, de lirismo andaluz y de trémolos de campanillas, de alzapúas sonoros y de picados endiablados. Habían bebido Paco y Ramón de la misma fuente y se les notaba. Quisiera terminar con los jaleos que se escuchan en un disco de Paco, el primero, Fuente y caudal, en donde un palmero les dice emocionado” Ole Paco,  Ramón, vivan los maestros de la guitarra”. Pues eso.

JEREMÍAS, EL PROFETA, O LAS AGUAFIESTAS NUNCA SON BIEN RECIBIDOS.

 


Los aguafiestas nunca caen bien; los Pepitos Grillos de nuestras conciencias, tampoco y aquellos que, viendo lo mal que van las cosas y de quién es la culpa de que vayan mal, anuncian y denuncian los males que van a venir no se les escucha y quedan convertidos en tristes Casandras. Jeremías fue una aguafiestas: en medio de la alegría, del canto, de la fiesta, anunciaba el fin de Jerusalén a manos de los caldeos. pero nadie le quiso escuchar porque los que prevén la desgracia suelen ser siempre tildados de pobres iluminados o tristes lunáticos. Luego, cuando el tiempo les da la razón, los pueblos, arrollados por el sufrimiento, acuden a ellos buscando consuelo y dándose golpes de pecho. Pero ya es tarde. Viene a cuento toda esta homilía  porque la lectura de Jeremías, gran obra teatral de Stefan Zweig, me ha recordado nuestra época actual:  profecías que nos hablan de la desgracia que le viene y le va a venir a nuestro mundo con el calentamiento del planeta, con el hambre que devasta muchas regiones mundiales, con la bruja contaminación y miramos para otro lado, no queremos escuchar, no queremos perder nuestra vida aunque sepamos que es mucha la sangre que cuesta seguir en esta carrera suicida. Non vi si pensa quanto sangue costa decía el Dante. Ciegos con nuestro consumismo feroz, con nuestro egoísmo feroz, con nuestra voracidad feroz, nos da igual el destino de miles de seres humanos. Sin embargo, ahora que el dolor nos está tocando; ahora que también hubo profetas que pronosticaron en enero de este año la pandemia, nos echamos en los brazos de los profetas a los que apedreamos cuando nada ( ni nadie) podía parara el vómito consumista que lleva – por causa del american way of life entre otras cosas-, más de medio siglo instalado en nuestro maltrecho planeta.

         Cuentan que, tras la representación de esta obra, el día que se estrenó en Zúrich, la gente se quedó en silencio, pero, al poco, prorrumpió en unos aplausos que duraron muchos minutos. Se había producido quizás la catarsis que el teatro debe producir en el corazón de los espectadores; la catarsis que nos falta a nosotros, conformistas espectadores de un mundo que agoniza.

LOS DIARIOS DE DON JOSÉ

 


Acabo de leer,  con emoción desbordante,  el último libro de don José Jiménez Lozano, Un libro que, por desgracia, ya es póstumo. Se recogen en él los diarios del escritor abulense desde 2018 a enero de 2020, tan sólo dos meses antes de que nos dijera adiós. Con su gran cultura, fruto de  sus muchas lecturas, la mirada de don José va comentando los acontecimientos diarios y nos van revelando y aclarando el mundo que nos rodea. Por desgracia, ya no puedo llegarme hasta Alcazarén y hablar con él, pero este libro me ha hecho volver a su despacho, a su jardín, a su biblioteca en aquella casa anexa en donde tenía una mesa de camilla y una estufa. Ya los otoños no son los otoños sin la mirada de acianos de don José y aquella carretera que lleva hasta el pueblo en el que nació Vicente, el camarero del bar Longinos, se ha quedado triste. Ya no aparcaré más el coche delante de su puerta ni le veré salir con su figura pequeña de niño travieso apartando la cortina de la puerta. Este año que ya termina se ha llevado a mucha gente, a demasiada gente y a algunas personas muy cercanas de las que ni siquiera puedo escribir porque la escritura necesita de la reflexión y no se puede reflexionar cuando el dolor te ciñe el corazón. Me quedan tus libros, tus flores, tus poetas y la suerte de haberte conocido, de haber leído tantos libros que generosamente me recomendaste. Gracias, José. Seguiré recogiendo acianos en recuerdo tuyo.

EL PESO FALSO DE JOSEPH ROTH

 


¡Qué gran novela El peso falso de Joseph Roth, el gran escritor de Brody, que hoy es Ucrania, pero que, cuando nació Roth, era el Imperio Austro Húngaro! Con gran habilidad y gran belleza, el escritor austriaco nos lleva hasta aquellas lejanas tierras, tierras fronterizas pobladas de contrabandistas y de desertores de los ejércitos ruso y austríaco, de gentes venidas de otros lugares cuyo pasado intentan ocultar entre la nieve y el vodka, y nos va narrando cómo un hombre se va, poco a poco, degenerando por la soledad y por un falso amor con el que buscaba curar su primer mal. La soledad ha sido el impulso vital de este pobre inspector de pesos y medidas, antiguo suboficial que termina en esa ciudad y la soledad, o mejor, su intento desesperado de combatirla por medio que le llevan a la perdición, es su impulso básico. Si hay alguna fuerza que le mueva a este pobre desgraciado es huir de la soledad, no aceptar lo que de bueno pueda tener. Grandiosa novela del gran escritor que os recomiendo para estas Navidades.

viernes, 4 de diciembre de 2020

EL CENACHERO

 

En las muy beatíficas y seráficas horas del segmento de ocio (antes el recreo), nos vamos los esforzados profesores a tomar un café a escondidas a un bar de Valladolid, cercano al Instituto, que se llama El Cenachero. ¿Qué significa tan curioso nombre? Pues se ve que estamos lejos de Málaga la bella porque en Málaga, un cenachero, es un vendedor ambulante de pescado que lo trasporta en sus cenachos que no son sino unos cestos de mimbre en los que el pescadero ( ¿cómo no pensar en Antonio Amaya y su pescadero?) lleva boquerones, sardinitas y jureles “pa freír” como cantaba el gran cantante granadino. En Málaga, hay una estatua dedicada al cenachero obra de Jaime Fernández Pimentel y, para que veáis que me he informado, en Mobile, en Alabama, EEUU, hay, en una plaza dedicada a Málaga,  una réplica exacta de la estatua del cenachero.

         Y es que Málaga, la ciudad de la alegría del gran Vicente Aleixandre, es mucha Málaga y sus pescados, muchos pescados. Os dejo con los versos de otro gran poeta malagueño, Salvador Rueda, uno de los iniciadores del Modernismo en España, que,  puesto a alabar al cenachero,  lo retrató así:

 

EL CENACHERO

  

«Allá van sus pescadores

 con los oscuros bombachos

 columpiando los cenachos

 con los brazos cimbradores.

 Del pregón a los clamores

 hinchan las venas del cuello:

 Y en cada pescado bello

 se ve una escama distinta,

 en cada escama una tinta

 y en cada tinta un destello.»

  

SALVADOR RUEDA (1857-1933).

 

            Y me voy que ya me huele a los jureles fritos.




DER LEIERMANN Y SU MISTERIOSO INSTRUMENTO

 

Soy seguidor acérrimo del programa de Martín Llade Sinfonía de la mañana y, tal y como ya he contado en otras ocasiones, su mano entendida me hace volver a sentir temas musicales que, aunque ya conocidos, no habían gozado de un conocimiento profundo. Así ha sido, hace unas pocas semanas, con el Winterreise de Schubert. Hablaba don Martín con Andrés Neuman, poeta argentino, cuando pararon mientes en la última de las canciones que conforman tan excelsa obra musical: Der Leiermann. He oído muchas veces el viaje invernal de Schuber y Müller e incluso, en época de mocedad y,  por tanto, de atrevimiento y osadía, me lancé a hacer una traducción del alemán que guardo en los hondones de mi ordenador porque hubo luego otras mejores y más solventes. En fin, volvamos al Leiermann, el lied que cierra ese viaje de un enamorado en medio del invierno. Como el tema da para mucho, me ceñiré a este lied y dejaré para mejor ocasión un análisis de todo el poemario de Müller. Vamos, pues.

         Lo primero es el título que ofrece problemas pues,  para algunos,  es el organillero, para otros el tocador de zanfoña (zanfona es en gallego) y, la que considero totalmente errónea, la del padre Sopeña en su libro El lied romántico, uno de los primeros acercamientos que tuve al arte de la canción en alemán pues lo traduce como El tocador de zampoña, siendo la zampoña, como sabemos bien os filólogos clásicos por los verso de Virgilio y de Ovidio, un instrumento pastoril de viento que nada tienen que ver con el Leier. He leído algunas cosas sobre este instrumento  y me aclara la lectura que , en la época de Schubert, se designaba con esta palabra al organillo ya que la zanfoña estaba un tanto olvidada pese a que había sido el instrumento tradicional de los ciegos, no sólo en Alemania, sino también en España. En el diccionario alemán de Pons, aparece como “lira” y también aparece “lira” en el Langenscheidt. En el Duden, aparece lo que sigue: Kithara; 1b. die Leier spielen, drehen; 2. häufig wiederholte, immer wieder vorgebrachte. Me cuesta entender que sea un ciataredio el músico al que se refiere Müller y pone en música Schubert, pero en la muy interesante página web de Margo Briessinck, se habla de “el hombre lira”.

            Si Vamos a la partitura de la canción,  se puede apreciar, en la parte del piano, una melodía que se repite y que es la melodía que está tocando el músico callejero. ¿Es de un organillo? ¿Es de una zanfoña? ¿Es de una lira? No lo podemos saber y ahí está ese viejo misterioso tocando y ese enamorado preguntando 
 
Wunderlicher Alter, 

soll ich mit dir geh'n?

Willst zu meinen Liedern

deine Leier dreh'n?

 

            Sin embargo, tras dejar reposar el asunto algunos días, el Apocalipsis de San Juan viene en mi auxilio cuando representa a los ángeles con la cítara. pues es un instrumento “ muy angélico”. Entonces, me digo, voy a echar el cuarto a espadas: el Leiermann es un ángel, un ángel de la muerte que, tocando su cítara, llama al pobre enamorado. 

            Pero, cuando ya me las tenía todas conmigo, parao mientes en estos versos:

Willst zu meinen Liedern

deine Leier dreh'n?

 

            Y, claro, me doy cuenta de que el verbo drehen no cuadra para nada con una cítara así que adiós a mi ángel de la muerte. ¿Qué instrumento es entonces? No lo sé; vuelvo al principio, a un da capo que parece una aporía porque ese maldito verbo tanto se puede aplicar a un organillo como a una zanfona pues ambos basan su sonido en el giro de una manivela. Quizás Müller lo quiso dejar así, en lo obscuro, para que, años después, los lectores de su poesía y los oyentes de Schubert pasáramos una tarde de diciembre, con las primeras nieves en Fuentes Carrionas, pensando en qué instrumento era el del Leiermann.

            A estas alturas de la tarde, creo sinceramente que el músico tenebroso es un organillero, un humilde organillero de los que tantos había tantos por las calles de las ciudades y pueblos de Austria el comienzo del siglo XIX. De todas las maneras, ya estáis diciéndome algo que me saque de estas dudas. Gracias.