viernes, 31 de mayo de 2019

JAMÁS HUBO ONCE MIL VÍRGENES




Don Enrique Jardiel Poncela se preguntaba en un libro suyo que si hubo alguna vez once mil vírgenes. Lo que quizás no sabía Jardiel era que nunca fueron once mil las vírgenes mártires, sino once y que todo se debe a un error en el texto que se tradujo. La leyenda habla de santa Úrsula, - un diminutivo de ursa que es  en latín osa-, que a la vuelta de su viaje para ver al papa de Roma al que declaró su firme convencimiento de seguir virgen el resto de sus días, se encontró en Colonia con Atila que no era lo que podríamos decir un caballero. El huno se enamoró de la “otra” y le pidió que, de su grado o mal de su grado, tuvieran un ayuntamiento carnal. Úrsula se negó y con ella once amigas a los que los hunos querían llevarse al catre. Pero he dicho once y no once mil porque el manuscrito latino dice como sigue:

Dei et Sanctae Mariae et XI ipsarum XI m virginum

         La culpable del desaguisado es la “m” que se interpretó como “mil” cuando, en realidad, era la “m” de martyrum, Más claro aún: en donde se había escrito ipsarum XI martyrum virginum se interpretó como ipsarum XI millia virginum. Ambos pasajes, el correcto y el confundido dicen así en castellano:

de las propias once vírgenes mártires (Correcto)

de las propias once mil vírgenes ( Equivocado)

         Entre las once vírgenes estaban Aurelia, Brítula, Cordola, Cunegonda, Cunera, Pinnosa, Saturnina, Paladia y Odialia de Britania. Cunegonda o Cunegunda acabó, tal y como conté en su momento, por el monasterio pontevedrés de San Juan de Poyo, el maravilloso lugar gallego en el que habita Rafael Pintos, el ilustre poeta pontevedrés que se hace llamar Vladimir Dragossán. Pero ya me estoy yendo de madre.

EL DIARIO DE K.


         
Llevaba meses dudando sobre si leer o no leer el Diario de K y, al final, lo he leído y, con perdón, me ha gustado y lo he disfrutado. Mis prejuicios eran de orden intelectualoide: si un libro se vende bien, es un libro vulgar, sin valor, de literatura de kiosko. Ya sé que esto es un craso error, pero el que esté libre de pecado en lo que se refiere a tan desgraciado pensamiento que tire la primera piedra. Cierto es que yo contaba con una premisa: la poesía de K.C. Iribarren me gustaba y estaba casi convencido de que su lectura me iba a reportar muy buenos momentos. Pero ¡ay de los prejuicios!

         El Diario de K. es un diario literario que me recuerda al Cuaderno gris, esa obra maestra de mi muy admirado Pla, al que Iribarren lee con fruición y aprovechamiento. En el Diario de K. la vida va pasando, esa vida rutinaria, la vida de la santa Rutina que nos acaba salvando siempre de la muerte. Le he acompañado por Donostia mientras se tomaba un café, mientras acompañaba al Urumea, eso sí, sin decirle que el mar estaba cercano, o nos hemos parado a ver la isla de Santa Clara desde el paseo de la Concha. Luego, nos hemos ido al casco viejo donde está Alkalde, el bar en el que hace ya muchos años entré de la mano de mi abuelo Luis que venía desde Irún o desde Vera de Bidasoa para tomarse unos vinitos y un bocadillito de jamón.

         Cuando comenté su poesía, dije que me gustaba mucho cuando el tipo duro, como el malo de una novela de Chandler, se pone gotxoa y se emociona con el mar, con los pájaros y con las nubes, la única naturaleza que aparece en su obra. Le veo en la foto y hasta le encuentro un cierto parecido conmigo.  Yo creo que don Karmelo se ha dejado barba para ocultar al hombre bueno que esconde con afán porque tanto el bueno como el tonto son los que, al final, se acaban llevando los palos. Gracias, señor Iribarren, por este libro maravilloso y decirle que yo también soy un impenitente lector de Chandler, tanto que frecuento ese Largo adiós que usted visitó cuando estuvo por esta tierra en la que no hay palmeras. Si un día vuelve por Valladolid, podíamos quedar en ese bar tan literario y tomar una caña. Es que a mí, como a usted, también me gusta estar cerca de las catedrales.

LOS MARIQUITAS DEL RÉGIMEN Y DOS GALGOS AFGANOS



Dejadme que os cuente esta historia del Madrid de los setenta que tuve la suerte de vivir en aquella calle de los Hermanos Bécquer en donde vivía, sin ir más lejos, el marqués de Villaverde, su hermano, el barón de Gotor,  o el marqués de Lozoya; calle en la que lo mismo se abría un bar de putas de alto copete como un centro de espiritualidad para universitarios; en donde los médicos daban fiestas de smoking y los porteros comían pipas en los bancos de la pequeña zona ajardinada que acompañaba tan elegante rúa. Pues bien, en esa calle, esquina a General Oraa, habitaba un modisto mariquita con un criado mariquita y con dos galgos afganos que posiblemente también fueran mariquitas. Con el criado vivía un chavalillo que era su sobrino y que, como no podía ser menos, también era un poco mariquita y al que su tío había traído a los Madriles para iniciarle en cátedra de mariconeo. En fin que,  como dicen en Andalucía,  en esa casa todos eran más maricones que unos palomos cojos. Bajaban los mariquitas a la calle a media tarde para sacar a los perros con mucho movimiento de manos, mucho meneo de cabeza y mucho falsete vocal. Eran gente simpática, dicharachera y que con nadie se metían. No escandalizaban al barrio porque, contra lo que se pueda pensar, nada podía escandalizar al Madrid de los setenta en donde los millonarios esnifaban cocaína en las discotecas de moda y las putas caras se sentaban en las terrazas del barrio de Salamanca. Sin embargo, lo más curioso es que a las fiestas del modisto,  en las que abundaba también el mariconeo más selecto de la capital,  acudían también las mujeres de los capitostes del régimen franquista que eran clientas habituales del modisto. Sus maridos, lógicamente, no acudían pues hubiera sido un desdoro para tan conspicuos próceres. Pero ellos se lo perdían porque aquellas fiestas,  cuya música  escuchábamos los niños del barrio porque se escapaba desde los balcones abiertos, tenían que ser de mucho colorín, jolgorio y joie de vivre. ¡Ay los mariquitas!

FRANCISCA JAVIERA DEL VALLE, LA COSTURERA DEL ESPÍRITU SANTO


Francisca Javiera del Valle fue una humilde costurera que nació y murió en la villa palentina de Carrión de los Condes como tantas y tantas mujeres que a los largo de los siglos han vivido y han muerto en tan hermosa villa. ¿Qué tiene de especial Francisca Javiera para que la haga aparecer en este humilde blog? Pues tiene algo que, a los ojos delos hombres, es inexplicable: esta humilde costurera escribió el mejor tratado sobre el Espíritu Santo que se haya escrito jamás. Cuando uno se adentra en la maravilla de su prosa sencilla, pero que alcanza las más altas cimas de espiritualidad, se tiene la firma convicción de que ahí se ha producido un milagro. Creo que no hay prueba mayor de la existencia del “gran desconocido” que la lectura del Decenario al Espíritu Santo pues tan sólo inspirada por Él, llena de su don de sabiduría, pudo la costurera de Carrión llegar a tales alturas. El libro lleva ya diecinueve ediciones desde que se publicó – con prólogo de Florentino Pérez Embid-, allá por 1960. Para estos días en que nos vamos acercando a Pentecostés, el Decenario es un libro de obligada lectura. Si nunca has entendido bien al Espíritu santo, si te falta trato con Él, si no “lo ves” entre las tres personas de la Santísima Trinidad, léete este librito escrito por una mujer cuyo oficio era coser, pero que escribía con la claridad y belleza del mejor de los teólogos.

lunes, 27 de mayo de 2019

EL BEATO JUAN MARÍA DE LA CRUZ


En 1891, en un pueblo abulense que tiene por nombre San Esteban de los Patos, entre Tolbaños y Mingorría, nace un niño al que sus padres llaman Mariano. Este niño, que es más bien enjuto de carnes,  siente pronto la llamada del Señor y,  en 1916, con veinticinco años, es ordenado sacerdote en Ávila. Diversas parroquias, su ingreso en los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús, diferentes destinos como Puente la Reina o Garaballa y una vida que dista mucho de ser heroica. Pero todo cambia en la fatídica fecha de 1936. Mariano tiene que salir de Garaballa, en Cuenca, y marchar para Valencia. Allí, con ropas de seglar para no delatarse (lo mismo haría San Josemaría durante la Guerra Civil), Juan María de la Cruz – pues ése es su nombre en religión-, pasa un día por una iglesia en donde unos bárbaros han hecho una pira con los ornamentos sagrados y la han prendido fuego. No contentos con eso prenden aquella  iglesia de los Santos Juanes y aquel curita de Ávila, al ver ese desaguisado, no puede acallar su voz y dice en  alto:

  • ¡Qué horror! ¡Qué crimen! ¡Qué sacrilegio!”.

Uno de aquellos bestias, al oír estas palabras, se vuelve y le dice a Mariano:

  • ¡Tú eres un carca!
  • ¡No, no soy un carca! ¡Soy un sacerdote!
     
    Mariano sabía que, al decir que era sacerdote, se estaba condenando a muerte, pero aquel niño de San Esteban de los Patos fue al martirio con la valentía que tienen los mártires.

Murió en Silla, Valencia,  un 23 de agosto de 1936, fusilado por aquellos “valientes!” que tenían la lengua muy larga y la vergüenza muy corta. El Papa Juan Pablo II lo beatificó en el 2000 y en la actualidad reposa en la población navarra de Puente la Reina, localidad por la que pasa el  Camino de Santiago.

         Que su oración desde el cielo nos infunda la valentía que tuvo para enfrentarse a la barbarie.


XOÁN ABELEIRA, EL GALLEGO DE MARACAY


Jamás podía pensar que un escritor gallego naciera en la ciudad venezola-  na de Maracay, patria chica del gran torero Morenito de ídem. Pero es así: Xoán Abeleira nació en esta hermosa ciudad, capital del estado de Aragua,  en 1963 y con diez años se viene para Madrid en donde se instala con su familia. Hijo de emigrantes gallegos, Xoán escribe poemas en la lengua de sus padres y,  en 1999,  se traslada a Galicia en donde vive en la actualidad. Todo esto es importante, pero lo más importante es que este venezolano – gallego escribe unos poemas en un gallego tan hermoso que hacía tiempo que no disfrutaba tanto con una lectura. Hombre de sólidas lecturas, Abeleira bebe en las fuentes de Lawrence, Plath o Hughes. Es un gran poeta que es necesario leer. Os recomiendo su Animais, animais. Me lo agradeceréis in aeternum.


LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE HERODES



En ocasiones, cuando los niños se ponían pesados en exceso, mi abuela Patro echaba de menos un Herodes. Pero seguramente no sabía que eran varios los Herodes que la historia recoge. Y así, a grandes rasgos, podemos recoger los siguientes:

  • Herodes el Grande. (73 a.C – 4a.C.) Éste es el que recibe a los Reyes Magos en su viaje tras la estrella que los iba a llevar a Belén.
  • Herodes Antipas. (20 a. C – 39 d.C.) Este Herodes es el que mata a San Juan Bautista porque le hace saber que había hecho mal al  casarse con Herodías,  la que había sido mujer de su medio hermano Herodes Filipo y con la que  con la que había tenido a Salomé, la heroína legendaria de tantas novelas, películas, cantante de Eurovisión con el “Vivo cantando” y protagonista de la ópera homónima de Richard Strauss.
  •  Finalmente, tenemos a Herodes Agripa, amigo del emperador Claudio que nació en el 10 a.C.  y murió en el 44 d. C. De este nos cuenta in extenso Robert Graves en su novela Claudio el dios y su esposa Mesalina que es, a la sazón, la segunda parte de su Yo, Claudio. Intentó ser un rey poderoso en Oriente y acabó muriendo en estas intentonas de convertirse en un rival de Roma.

Desde luego que el hecho de llamarse Herodes es muy importante.