jueves, 23 de enero de 2025

LA ESCLAVITUD SEGÚN MARGARITE YOURCENAR

 


Hay textos a los que tan sólo basta con poner un título y publicarlos en el blog. No se puede decir mejor lo que es la esclavitud actual: máquinas estúpidas y satisfechas creídas de su libertad en pleno sometimiento. La forma más sutil de esclavizar es hacerlo de tal modo que el esclavo no se sienta como tal. ¡Gracias, Margarite, por hacernos reflexionar, aunque sea tan sólo por unos momentos en nuestra condición de pobres esclavos de un  sistema inmisericorde!

«Dudo de que toda la filosofía de este mundo consiga suprimir la esclavitud; a lo sumo le cambiarán el nombre. Soy capaz de imaginar formas de servidumbre peores que las nuestras, por más insidiosas, sea que se logre transformar a los hombres en máquinas estúpidas y satisfechas, creídas de su libertad en pleno sometimiento, sea que, suprimiendo los ocios y los placeres humanos, se fomente en ellos un gusto por el trabajo tan violento como la pasión de la guerra entre las razas bárbaras. A esta servidumbre del espíritu o la imaginación, prefiero nuestra esclavitud de hecho” Marguerite Yourcenar. Memorias de Adriano.

 

domingo, 12 de enero de 2025

MAX BRUCH O LA DESGRACIA DE UN ÉXITO JUVENIL

 


 

Os voy a contar una historia verídica sobre el gran músico, poco presente no sé por qué razón en las salas de concierto, que fue Max Bruch, nacido en Colonia en el año 1838. Y quiero dejar claro este año porque fue en ese año cuando Mendelssohn estrenó su maravilloso concierto para violín y el violín será fundamental en la vida de Bruch. Vayamos por partes.

         Corría el año 1860 cuando Bruch estrena su concierto para violín op. 26. Sí, su Concierto primero, el que compuso cuando tan sólo tenía veintidós años. El concierto fue un éxito en parte, sin duda, por su maravillosa sensibilidad y belleza, pero también por los sabios consejos que le dio Joseph Joachim, celebérrimo violinista de la época y uno de los mayores virtuosos que en el mundo han sido. Fue tanto el éxito de este primer concierto que el navarro Sarasate le encargó un segundo concierto, el Opus 44 que es verdaderamente maravilloso, con un primer movimiento en donde el pamplonica pudo hacer notar su depurada técnica y su exquisito virtuosismo. Bueno, pues resulta que, pese al buen hacer de Sarasate y la inspiración de Bruch, el concierto no llegó al éxito del primero lo cual molestó al músico de Colonia. También bajo la demanda de Sarasate, Bruch compuso su Op. 46, su conocida Fantasía escocesa, cuyo movimiento final, un Finale. Allegro guerriero, lleno de virtuosismo y “toques españoles”, no alcanzó el éxito del primer concierto.  Entonces Bruch recurrió de nuevo a Joachim y se puso con su tercer concierto para violín, el Opus 58 que, pese a los consejos de Joachim, tampoco obtuvo el éxito del primero que se seguía tocando con gran éxito en las salas europeas y americanas.  Vamos a hacer una pequeña digresión para tratar del estado emocional del músico de Colonia.

         Bruch tenía éxito (y mucho) con su música coral y se le conocía por ella y, ¡cómo no! por su Primer concierto para violín, pero tenía la espina clavada de no haber podido superar su Opus 26 que parecía estar cargado, a esas alturas,  de una cierta maldición. Se dispuso a componer un cuarto concierto para violín, pero este concierto acabó como su Serenata para Violín y orquesta, Op. 75 que, para que lo voy a contar, no alcanzó el éxito del primer concierto que ya le empezaba a molestar bastante al pobre Bruch. (Por respeto a este blog no voy a precisar hasta dónde estaba Bruch del “conciertito”) Por si fuera poco, muchos violinistas noveles de Alemania  y de otros países de Centroeuropa se acercaban al maestro para que les oyera tocar el casi malhadado Op. 26. Y entonces fue cuando Bruch estalló y dijo ( en alemán, obviamente):

“Ich kann dieses Konzert ich mehr hören, es decir, no quiero escuchar este concierto nunca más”.

         Os propongo que lo digáis en alemán y con una buena dosis de cabreo. Si así lo hacéis así, las palabras de Bruch retumbarán en vuestros oídos como una bomba del canciller Von Bismarck. Y la verdad, Bruch tenía sus razones.

         Bueno, pues ya veis como un “exitazo” juvenil puede perjudicar la carrera de un músico como Max Bruch que se quedó para siempre como el compositor del “Primer concierto para violín, Op. 26”. Échele tantas horas uno a la composición para esto.

domingo, 17 de noviembre de 2024

OMBRA MAI PIÙ

 

Hay pasajes de la historia que, aunque intrascendentes, dejan una honda huella en las bellas artes. Así es el caso que hoy me ocupa: el plátano de Jerjes. En primer lugar, me toca explicar que no hablo de un plátano de comer (Musa paradisiaca), llamada así el árbol por la anchura de sus hojas, sino del plátano de sombra (Platanus acerifolia) que suele ser habitualísimo en nuestros parques y jardines. Aclaro esto porque treinta y pico años de LOGSE y demás leyes pueden hacer estragos y, si hablo del plátano de Jerjes, hay quien se me puede ir por los cerros de Úbeda y encontrarse a Joaquín Sabina. Vamos pues al plátano del que habla Heródoto en su libro VII, capítulo XXXI. Este libro está dedicado a la musa Polimnia que era una cafetería en mi muy querido Marín. Vamos con el texto:

XXXI. [1] ὡς δὲ ἐκ τῆς Φρυγίης ἐσέβαλε ἐς τὴν Λυδίην, σχιζομένης τῆς ὁδοῦ καὶ τῆς μὲν ἐς ἀριστερὴν ἐπὶ Καρίης φερούσης τῆς δὲ ἐς δεξιὴν ἐς Σάρδις, τῆι καὶ πορευομένωι διαβῆναι τὸν Μαίανδρον ποταμὸν πᾶσα ἀνάγκη γίνεται καὶ ἰέναι παρὰ Καλλάτηβον πόλιν, ἐν τῆι ἄνδρες δημιοεργοὶ μέλι ἐκ μυρίκης τε καὶ πυροῦ ποιεῦσι, ταύτην ἰὼν ὁ Ξέρξης τὴν ὁδὸν εὗρε πλατάνιστον, τὴν κάλλεος εἵνεκα δωρησάμενος κόσμωι χρυσέωι καὶ μελεδωνῶι ἀθανάτωι ἀνδρὶ ἐπιτρέψας δευτέρηι ἡμέρηι ἀπίκετο ἐς τῶν Λυδῶν τὸ ἄστυ.

Esta edición del texto griego no recoge la iota suscrita, pero tampoco nos vamos a hacer mala sangre por eso tal y como está el patio.

Vamos con su traducción:

Cuando abandonó la Frigia, entró en la Lidia en donde el camino se divide en dos, el de la izquierda que lleva hacia la Caria y el de la derecha que tira hacia Sardes; siguiendo por éste es forzoso pasar el río Meandro y llegar a la ciudad de Calatebo en la que hay unos hombres que tienen por oficio hacer una miel artificial sacada del tamariz y del trigo. Recorriendo Jerjes este camino, encontró un plátano tan hermoso que, prendado de su belleza, le regaló un collar de oro y le puso un miembro de sus Inmortales para que cuidara de él; y, al día siguiente , llegó a la capital de la Lidia.

Hasta aquí el texto de Heródoto del que hay que explicar algunas cosas. Jerjes se encaminaba al encuentro de los griegos y, al ver este árbol, se paró a descansar gustándole tanto la sombra que dejó a un soldado de su guardia personal (los Inmortales) para que cuidara del árbol. Debía ser muy amena su sombra y su copa ancha aunque, sin duda, no tan ancha como la del plátano del que habla Plinio el Viejo bajo cuya copa se podían resguardar ochocientas personas.

         Bien, pasan los años y Nicolò Minato escribe un libreto para  una ópera de Francesco Cavalli. Giovanni Bonocini usa también  este libreto para su ópera sobre Jerjes y, finalmente, el gran Haendel utiliza el libreto para su ópera sobre el rey de los persas. Ya veis, un libreto para tres compositores. La de Haendel fue un absoluto fracaso y se quedó cubierta por el polvo hasta que en el siglo XIX se redescubre  y una de sus piezas vocales deviene en una de las  más conocidas y apreciadas del compositor alemán. En su origen estaba escrita para castrato, pero, en la actualidad, la suelen cantar los contratenores y las mezzo - sopranos. M e estoy refiriendo -¡cómo no!- a Ombra mai più cuya letra os copio:

Frondi tenere e belle

del mio platano amato

per voi risplenda il fato.

Tuoni, lampi, e procelle

non v'oltraggino mai la cara pace,

né giunga a profanarvi austro rapace.

 

 

Ombra mai fu

di vegetabile,

cara ed amabile,

soave più.

 

 

 

Frondas tiernas y bellas
de mi plátano amado,
¡que os favorezca el destino!
Que truenos, relámpagos y tempestades
no turben vuestra querida paz,
ni os logre profanar el austro rapaz.







Nunca fue la sombra

de una planta,
tan querida, amable y suave.

 

La letra es más simple que el asa de un cubo  o el mecanismo de un yo-yo (dicho sea esto con el mayor de los respetos), pero nos imaginamos a Jerjes reposando bajo la sombra de tan “copudo” plátano mientras el Austro le enjuga el sudor.

         Para los melómanos, deciros que está escrita en Fa mayor , con un bemol por tanto,  y que su relativa menor es el re menor. Su compás es de ¾, consta de 52 compases y suele durar entre 3 y 4 minutos.

         Creo que ahora, in questa hora, lo que nos falta es escucharla. Pues nada, a Spotify y a pasar un buen rato.

 


jueves, 31 de octubre de 2024

LA MUERTE DE EPAMINONDAS

 


 

Hay muertes que pasan a la historia y hoy os quiero hablar de la del tebano Epaminondas. Cuenta Cornelio nepote, historiador latino del siglo I a. C, muy usado antes en los ejercicios de traducción por su estilo claro, que, mientras luchaba con sus tropas en Mantinea, fue herido el caudillo tebano en el pecho por una lanza espartana. La lanza se partió y la punta de hierro se quedó en el interior del cuerpo del tebano. Sus soldados se lo llevaron aún con vida al campamento tras haber luchado denodadamente contra los espartanos que se querían llevar el cuerpo y, siempre según Nepote, cuando ya estaba en su tienda, preguntó: “¿Qué bando ha resultado victorioso?” Y, al decirle sus hombres que los tebanos, Epaminondas dijo: “Es tiempo de morir”. Diodoro de Sicilia cuenta que un amigo le dijo mientras rompía a llorar: “Mueres sin descendencia, Epaminondas”. El general tebano respondió: “No, por Zeus, al contrario. Dejo tras de mí dos hijas, Leuctra y Mantinea, mis victorias.” Por si fuera poco, Nepote recoge sus últimas palabras que parece que fueron estas que os copio que responden a un comentario que hizo alguno de sus hombres sobre lo pronto que moría su general que tenía cincuenta y cinco años, edad que, aunque para aquellos años era provecta, al soldado le parecía que era muy temprana quizás por el mucho amor que le tenía a su comandante. Según Nepote, al oír estas palabras, dijo el de Tebas: “He vivido lo suficiente; puesto que muero invicto”.  A continuación, al retirarle la punta de la lanza, Epaminondas murió. Lo enterraron, según la costumbre griega, en el propio campo de batalla.

         Isaac Walraven, un pintor holandés, tuvo a bien recoger en un cuadro sus últimos momentos y es ese cuadro el que ilustra mi entrada.

         Así hablaban los hombres de Grecia: para que sus palabras se esculpieran en mármol.

LA ESCOBILLA DEL VÁTER (I)

 


Andamos en el centro de enseñanza en donde trabajo con un problema pues hemos tenido que cerrar los servicios “por mal uso”. No voy a entrar en detalles escatológicos sobre la causa o razón porque todo lector avispado lo puede suponer, pero sí que quiero hacer una reflexión con vosotros.

         Yo, que navego ya por una edad provecta, recuerdo las gasolineras y sus retretes en los años setenta en esta España nuestra. Había que tener más valor que el Espartero para entrar en aquellos retretes desperdigados  a lo largo y ancho de nuestra piel de toro: un “polibán” ( sólo el que lo conoció lo sabe) en el que, con mucha frecuencia, había una “sorpresa” porque el usuario anterior no había ”apuntado” bien al infecto agujerillo que era el centro de tan infame sanitario; una toalla más negra que el pobre Kunta Kinte; un jabón con mais merda que o pau d’un galiñeiro. No sigo. Cuando un servidor llegó de viaje a Cataluña (año 1982) y entró en aquellos servicios de la autopistas catalanas, le pareció que estaba en otro país ( y no le quiero comer la oreja a Puigdemont). Por fortuna, aquella España pasó y ahora los servicios están higienizados, perfumados y sin “sorpresas”. Sin embargo, algo queda de la vieja España. Me explico:

         Que en un centro educativo (y no sólo lo  he visto en uno, sino en muchos, ) en el baño de profesores, para más inri, haya que recordar el uso de la escobilla me parece vergonzoso. ¿Queda gente entre el profesorado capaz de dejar el retrete con “palominos de añadidura” como decía Cervantes? Parece ser que sí.

         Entonces, si hay que recordar a los profesores que usen la escobilla, ¿no van a hacer “de las suyas” los alumnos en los retretes? Hace años, una chica alemana que vino de convivencia, se extrañó de que en los Institutos españoles no hubiera papel en los servicios. Le tuve que explicar, con terrible alipori, que, en España, se atascan los retretes con el papel higiénico o se tira por las ventanas como si un Leandro fuera a escalar la torre de Hero. Así somos y, por lo que se ve, no tenemos remedio.  

ESTOY HASTA LOS COJONES

 


Los pocos lectores de mi blog “La esquina rota” se habrán dado cuenta de que mi última entrada es de finales de agosto; vamos que llevo más de dos meses sin publicar nada. ¿Por qué? Porque, después de llevar toda mi vida escribiendo, he llegado a la conclusión de que NO MERECE LA PENA ESCRIBIR o, al menos, publicar ya sea en un blog o en cualquier otro medio presente o futuro. La Silva de romances mitológicos, en la que estuve trabajando más de tres años,  será, si Dios no lo remedia, mi último libro (al menos en formato papel). Sinceramente, a nadie le interesa la poesía y nadie se quiere gastar ni siquiera los cinco euros que cuesta a precio de saldo en una papelería de Laguna de Duero. Un libro es un estorbo y es mejor estar en las “redes” que atrapan (para eso son redes) durante horas y horas. Veo “humoristas” que, por haber salido en Tik-Tock tienen vendidas las entradas hasta mayo de 2025; veo muchedumbres siguiendo a influencers que no saben hacer  la o con el culo de un vaso; veo “vídeos” virales con un turco que mueve la barriga oronda que ha conseguido a costa de hartarse a kebab. ¿Creéis que este panorama mueve a la escritura? He escrito un soneto a una compañera que se jubila y se lo voy a mandar post festum porque su lectura, en la sala de profesores, ni siquiera sería entendida por muchos de mis colegas. Hoy, día 31 de octubre de 2024, San Alonso Rodríguez, quiero dejar claro que no quiero gastar ni una puta hora más en publicar nada. PERDONADME.

domingo, 25 de agosto de 2024

UN JOVEN CUESTOR EN GADES

 


Quaestori ulterior Hispania obuenit; ubi cum mandatu pr(aetoris) iure dicundo conuentus circumiret Gadisque uenisset, animaduersa apud Herculis templum Magni Alexandri imagine ingemuit et quasi pertaesus ignauiam suam, quod nihil dum a se memorabile actum esset in aetate, qua iam Alexander orbem terrarum subegisset,

CAIUS SUETONIUS TRANQUILLUS-  De vita Caesarum. Vita divi Iulii, 7

Cantica qui Nili, qui Gaditana susurrat

Caius Valerius Martialis - Epigramas

 

Gadir se enjoyaba con el oro de la tarde mientras el océano, su amante, besaba enloquecido sus murallas. El viento recorría las calles de la ciudad escondiéndose en cada esquina, jugando por las calles de la Gades romana, y se llegaba hasta la estatua con la que la ciudad, en el templo de Hércules, honraba al hijo de Filipo II de Macedonia, el joven aquel que se llegó hasta el Indo, el caudillo invicto, el gran rey que, con tan sólo treinta y tres años, había conquistado la mitad del mundo conocido. Aquella estatua de Alejandro Magno moraba en aquel templo que presidía aquella ciudad  que habían fundado los fenicios con el nombre de Gadir, esa isla con otras islas en cuyas tardes de invierno se veían pasar los barcos que iban o venían del estrecho que, según los griegos, había abierto Herakles separando dos peñones, el de Calpe y el de Abila,  y en ellos había colocado aquel lema que ahora los romanos repetían en su lengua: NON PLUS ULTRA. Sin embargo, no respetó Hannón este lema y, allá por el siglo VI a. C. cruzó y tomó a Gadir como base para circunnavegar África; tampoco lo respetó Himilcón cuando, por esos mismos siglos, cruzó con sus barcos y, haciendo de nuevo parada para cargar provisiones y hacer aguada en la futura Cádiz, marchó camino de aquellas islas extrañas en donde el estaño abundaba tanto que fácil era conseguirlo y llevarlo de vuelta hasta las tierras fenicias, islas que aquellos viajeros llamaron Casitérides. Al cabo de varios siglos, un griego, Eudoxio de Círico, tuvo la feliz idea de circunnavegar África y llegarse hasta la India, la tierra aquella a donde los soldados del gran Alejandro Magno temieron llegar y cuyos tesoros de oro y plata despertaban la codicia de los mercaderes, de los navegantes y de los monarcas. Eudoxo partió de Gades para esta expedición que, de llegar a las tierras de la India, les ahorraría a los griegos los aranceles exagerados que los monarcas ptolemaicos, descendientes de uno de los Diádocos, generales de Alejandro, por nombre Ptolomeo, imponían de manera abusiva en las costas del mar Rojo.

         Hasta esa ciudad había llegado hacía poco un joven cuestor con deseos de hacer fortuna y así poderse pagar un cursus honorum que lo llevara hasta el consulado porque él,  descendiente de Eneas y, por tanto, de Venus, quería llegar a ser otro Alejandro y conquistar para su urbe tantas tierras como el macedonio había conquistado para su patria.

         Este joven cuestor había llegado para ponerse a las órdenes de Cayo Antistio Veto, gobernador de la Hispania Ulterior y pronto conocería a Lucio Cornelio Balbo, un rico comerciante gaditano que, cada tarde, subía a su torre para desde ella ver si llegaban o no llegan sus barcos cargados de mercancías que, bien negociadas, se acababan convirtiendo en pingües riquezas para Balbo que había participado en la guerra entre Sertorio y Pompeyo y había sido su dinero, sin duda, el que había cimentado el triunfo del Magno. Al final de la contienda, le había recompensado, para él y para todo su clan,  con la ciudadanía romana y Balbo vio que la romanización de Gades le convenía. Así que se dispuso a que la vieja Gadir se convirtiera en Gades.

         Conocidas eran las fiestas de esta ciudad isleña  en las que no faltaban las bailarinas que alegraban con sus testudines  los corazones de los comensales. No sólo la Ulterior, sino la propia urbe se hacían lenguas de aquellas mujeres que cantaban y bailaban en aquella ciudad remota cuyas murallas besaba ese océano desconocido y oscuro, poblado de leyendas en las que se hablaba de ciudades sumergidas y manzanas de oro.

         Pero aquella tarde en que el viento refrescaba el ardor inmisericorde del sol veraniego, el joven cuestor se había ido llegando hasta la estatua de Alejandro que, con su juventud, le desafiaba pues tenía el romano por entonces la misma edad que el macedonio.

         En la soledad silenciosa que tan sólo albergaba un susurro del viento que agitaba las velas del puerto para distraer su aburrimiento, se oyó, de pronto, el llanto quejumbroso del joven cuestor. Sollozaba sin tregua mirando a Alejandro como si quisiera recibir algún consuelo de la muda estatua. Hasta algunos niños repararon en aquel llanto desconsolado que resonaba en las paredes del templo de Hércules, el Melkart de los fenicios. Un sacerdote, acercándose, le inquirió el porqué de su pena. Con palabras entrecortadas, el joven cuestor le dijo que aquel hombre de la estatua, a la misma edad que él tenía ahora, ya había conquistado la mitad del mundo, pero que él tan sólo era un humilde cuestor en una apartada provincia del imperio.

         Calló el sacerdote y pensó para sí que aquel joven tan ambicioso tenía dos caminos: o bien se convertía en el hombre que soñaba y ambicionaba ser, o bien se tenía que conformar con ser en la Urbe un humilde ciudadano desempeñando una simple magistratura. Sólo los dioses sabían el futuro de aquel joven y él no era adivino. Tan sólo por curiosidad, le preguntó su nombre y el joven cuestor, secándose los ojos y aclarándose la voz que le salía en una garganta herida por la pena y los sollozos, le reveló sus tria nomina.

         Cuando el sacerdote se alejó, aquel joven cuestor empezó a relatarse a sí mismo lo que sigue:

         “Ahora estoy en este templo ante la estatua de Alejandro y siento que mi vida casi está gastada en vano y,  no sólo en los público pues ya siendo algo mayor comienzo mi cursus honorum, sino también mi vida familiar. Me casé, con diecisiete años, con Cornelia; fue una boda de compromiso con una niña de trece años que tan sólo hace tres me ha dado una hija, Julia. Anoche, en la fiesta de Balbo, mientras las puellae gaditanae bailaban sus lascivas danzas en el corro que les habíamos formado, no podía quitar mis ojos de una de ellas.  Era hermosa como el mar de Gades y como los campos que rodean su bahía; su nombre era Adama que en nuestro latín significa “ la bella niña”. En su bailar enloquecido, como si el mismo dios Baco la guiara, tocaba con su vientre el suelo del oecus de la casa de Balbo y cimbreaba su cuerpo como se cimbrean las cañas que bajan hasta las arenas de las playas infinitas que reciben , noche y día, el beso del mar como amantes insaciables. Su cabello negro volaba con aquel loco frenesí y llegaba a tocar a algunos de los invitados que lo festejaban entre risas. De pronto, percibí que sus ojos hacían una parada en los míos. Al principio, lo consideré una simple casualidad, pero ese encuentro entre nuestros ojos se produjo varias veces en un dichoso azar hasta que, por último, me sonrió. Se me metió en el alma conocer aquella chica, hablar con ella si es que entendía el latín y acariciar su pelo tan hermoso como la noche que nacía de la tierra gaditana. Hablé con un esclavo al terminar la cena y él mismo se ofreció a acompañarme con una tea encendida hasta una casa pequeña cerca del mar, una simple cabaña de cañas y barro en donde Adama moraba. Tocó en la puerta y la misma puella nos dejó el paso franco a su modesta morada que podría haber sido la de Filemón y Baucis. No necesitamos explicarnos nada ni necesitamos intérprete porque nos hablamos en la lengua del amor aunque ella conocía el latín bastante bien. Os digo que fue una noche inolvidable en la que brindamos al amor mientras el mar se escuchaba a lo lejos quizás envidioso de tanta dicha. Hasta había leído los versos de nuestro Catulo:

Da mi basia mille, deinde centum,

dein mille altera, dein secunda centum,

deinde usque altera mille, deinde centum.

Dein, cum milia multa fecerimus,

conturbabimus illa, ne sciamus,

aut nequis malus inuidere possit,

cum tantum sciat esse basiorum[1].

 

Desperté aún de noche y la luna se reflejaba en su cuerpo desnudo que yacía a mi lado. Guiado por Selene la fui acariciando palmo a palmo, con miedo a que se despertara y descubriera mis ojos incapaces de contener tanta belleza. Sus pies, que tanto habían bailado en el banquete, descansaban ahora sobre el lecho y sus piernas,  morenas y torneadas como el mejor fuste de Roma se apretaban pudorosas guardando sus secretos. Cuando acaricié sus pechos dormidos, se reavivó de nuevo el deseo, como una brasa que, tras esconderse toda la noche bajo la ceniza, llega hasta las puertas del alba con un corazón de fuego. Fue entonces cuando ella se despertó y, con la luna a mi espalda, cubrí su cuerpo de besos y abrazos mientras el sol perezoso se iba  apareciendo por el oriente envidioso quizás de nuestro amor. A aquella noche le siguieron otras en las que me sentía yo también  humilde puer gaditanus que la había conocido, no en el banquete de Balbo, sino en una de esas playas que, al atardecer, se llenan de un polvillo de oro mientras el sol se va hundiendo a regañadientes en el océano de los Atlantes. Llevado por mi ensoñación, me creí el esposo de aquella muchacha abrazada a mi cuerpo; que vivíamos en una humilde casa junto al mar, junto a una playa por la que correteaban nuestros hijos morenos por el sol de esta tierra bendecida por los dioses. De madrugada, salía yo a pescar en mi humilde falucho y ella me esperaba al caer de la tarde con el fuego encendido, humilde lar de una más humilde cabaña, en el que unas toscas trébedes sostenían un sencillo puchero de barro. ¿De qué me va a servir mi cursus honorum si no puedo vivir junto a ella? Ahora, ante el templo de Hammón, estoy llorando y cuando el sacerdote me ha preguntado la causa he sido tan cobarde de no decirle la verdad: que mi partida de Gades es inminente y que soy incapaz de volver junto a ella, junto a mi Adama. Mi cobardía me hace pensar que, como el padre Eneas, me debo a mi destino y que mi destino va a hacer que la abandone. Por eso es mi llanto: por cobardía, porque no puedo defraudar a los que han depositado su dinero y su confianza en mí; no puedo defraudar a los que me han enviado hasta este extremo del mundo para que, algún día, le diera a Roma más gloria de la que necesita y puede digerir. Al cabo de los años, algún griego ilustrado contará en sus historias que aquel romano lloraba porque no había podido ser como Alejandro. De seguro que su historia quedará muy creíble para aquellos que la lean, pero no será la verdad desnuda, la verdad que se aloja en lo más profundo de mi corazón y que nadie conocerá nunca por las historias escolares de los griegos. Nadie sabrá la verdad: que el romano llora amargamente en el templo de Hammón porque, para cumplir su deseo de gloria, tiene que dejar en una choza de barro a la mujer que más ha querido en el mundo y que le ha hecho tan profundamente feliz como en los sueños que nos visitan al alba. Soy un cobarde que pretende ser el amo del mundo y ni siquiera es el señor de sus sentimientos. ¿De qué mundo voy a ser el amo si ella no estará conmigo? ¿A qué gloria aspiro si su cuerpo seguirá en aquella cabaña acariciado por la luna? ¿De qué vida seré caudillo si nunca la volveré a tener entre mis brazos? Como el padre Eneas, tengo que marchar y emplear el dinero que consiga con mi cuestura en escalar cada escalón que me llevará a ser el amo de Roma.

         Perdóname, puella gaditana; perdona mi cobardía. Mis noches estarán llenas de tu aroma, de tu vientre, de tus senos. Seré el amo del mundo, pero no seré nada. Tan sólo un cobarde que te ha dejado en Gades rodeada de esa plata quieta que es el mar en su bahía mientras la luna, burlándose de mí, recorre tui cuerpo como yo lo recorrí otras noches”.

Y luego, saliendo del templo, se fue para el foro de aquella ciudad que cada día era menos Gadir y más Gades mientras el sacerdote del templo se volvía a sus quehaceres propios de su cargo. Un turiferario del templo se acercó hasta él y, casi sin levantar la voz, le preguntó por el nombre de ese apasionado joven cuyas lágrimas aún se veían brillar en el enlosado. El sacerdote, volviéndose al servidor del templo, le dijo en un latín pingüe y seseante : “Me ha dicho que siente pena porque,  a la edad que él tiene,  Alejandro ya había conquistado el mundo conocido. Es el nuevo cuestor y me ha dicho que se llama Cayo Julio César.



[1] Pero dame mil besos, luego cien,
después mil otra vez, y de nuevo cien,
luego otros mil aún, y luego cien…
Después, cuando sumemos muchos miles,
confundamos la cuenta hasta perderla,
que hechizarnos no pueda el envidioso(4)
al saber el total de nuestros besos.