miércoles, 10 de abril de 2013

MIS NOCHES VIRGILIANAS


Al igual que Borges, mis noches están llenas de Virgilio. Este poeta sutil que sabía ver las lacrimae rerum se fue metiendo poco a poco en mi corazón desde los remotos años de mi carrera de Filología Clásica y aún antes, cuando en el bachillerato empecé a traducir por mi cuenta las Bucólicas. Un día, mi buen amigo Jacinto Herrero me propuso, mientras nos cortábamos el pelo en  la peluquería de Pedro en la abulense calle Vallespín,  traducirlas para su colección de poesía El toro de granito y no lo pensé ni un solo momento. Me puse a la tarea tan pronto como me lo dijo,  pero la muerte se llevó a Jacinto y la traducción con su introducción quedó sin publicar. Os doy a leer un fragmento de su primera bucólica, primero en su latín original; después, en la traducción que le hice llegar a Jacinto, ya muy menguado de fuerzas, pero poeta hasta el final de sus días.

 

Tityre, tu patulae recubans sub tegmine fagi
silvestrem tenui Musam meditaris avena;
nos patriae fines et dulcia linquimus arva.
nos patriam fugimus; tu, Tityre, lentus in umbra
formosam resonare doces Amaryllida silvas.     

 

Títyro, tú descansando bajo la sombra de un haya tupida

ensayas una Musa campestre con tu suave caramillo;

nosotros las lindes de la patria dejamos y los dulces campos,

nosotros de la patria huimos; tú, Tityro, sosegado en la sombra,

enseñas a los bosques a repetir el nombre de la hermosa Amarílide.

         
         Por cierto, que así resuena este último verso en Os Lusiadas:

aos montes ensinando e às ervinhas,
o  nome que no peito escrito tinhas.
 

Además, gracias a estos versos, más en concreto por la traducción que daba de fagi don José Jiménez Lozano tuve la suerte de iniciar una relación epistolar que me llevó a visitarlo en su casa de Alcazarén en donde sigo pasando buenos ratos con el gran maestro del castellano.

Creo que no se puede pedir más al gran Virgilio.

 

 

        

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