lunes, 8 de abril de 2013

LOS VERSOS DE UN SEÑORITO




Queridos amigos que soportáis este blog de mis pecados, tengo que deciros que yo tengo poetas fijos y así, cuando llega abril, me voy a los anaqueles de mi rústica biblioteca y abro ese libro, maravilloso como tantos otros de ese gran poeta que se llamó José Antonio Muñoz Rojas, que lleva por título Abril del alma. Muñoz Rojas fue un gran escritor en verso y en prosa. En verso, con muchos libros cuyos títulos ya son un ejemplo de belleza: Cancionero de la Casería, Cantos a Rosa o Ardiente jinete. En prosa,  con ese libro que me emociona porque huele a cantueso y a mejorana que es Las cosas del campo y que tanto le gustaba a don Dámaso Alonso. Bien es verdad que a Paco Umbral no le gustaba lo que escribía este hombre bueno que nació en Antequera, pero a mí sí y eso es, a la postre, lo que importa. Se nos fue don José María en el 2009 cuando ya había alcanzado los cien años y, a su muerte, se quedaron tristes todas las cosas humildes que pueblan nuestros campos, los senderos y las veredas que no vienen ni van a parte alguna, las campanas delgaditas de las monjas. Ya con casi noventa años publicó Objetos perdidos con esos versos que me repito cada vez que no encuentro las gafas:

         Señor que me has perdido las gafas

         por qué no me las encuentras?

         Me paso la vida buscándomelas

         y tú siempre perdiéndomelas (…)

        

         Como ya está con nosotros abril, quiero que leamos juntos ese hermoso, hermosísimo diría yo mejor, poema que dice así:

 

         Aquí tienes amor, tu antiguo huerto,

         con su doblada hilera de granados,

         que abril dejó de verde coronados

         y junio con sus flores ha cubierto.

 

         Y donde en flor segura y fruto incierto

         se muestran los olivos blanqueados

         y van al amarillo los sembrados

         y al calor las gayombas se han abierto.

 

         Aquí te espero, amor, por las veredas

         que no vienen ni van a parte alguna

         sino a aquel corazón en donde habitan,

 

         y donde aun sin venir siempre te quedas,

         y haces mi soledad tan oportuna,

         que la paz y el silencio la visitan.

 

Gracias, José María, por esta maravilla de poema y por todo lo que escribiste.

        

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