lunes, 30 de junio de 2014

RUBÉN DARÍO, MI ESTACIÓN DE METRO


              
Cuando leo al maestro Rubén Darío, lo recuerdo con ese traje de diplomático nicaragüense con el que aparecía en mi libro de primero de BUP. El soneto de el Toqui nos lo hacía leer todos los días nuestro profesor de literatura en primero de BUP, Narciso Larreina Gainzaráin. Más cercano es este otro recuerdo de Rubén, ya mayor, mirando al pueblo en donde nació su querida Francisca Sánchez , Navalsaúz, en un busto que la buena elección de alguien colocó en los jardines del Rastro en mi Ávila querida. A Rubén Darío voy y vuelvo siempre porque es una fuente inagotable de musicalidad poética y de hermosura. Tanto me da que me da lo mismo los claros cortejos como las oscuras tumbas: Darío es un gran poeta, imprescindible en la literatura en castellano. Otra cosa es atribuirle a él solo la introducción del modernismo en España pues en eso creo que Salvador Rueda tendría algo que decir. Es difícil elegir un verso para poner en el blog de mis pecados, pero de la lectura de este último libro que he leído de él, El canto errante, obra que encantaba a don Vicente Aleixandre, os dejo estos versos de otoño en el comienzo del verano. ¡Ah, se me olvidaba! Rubén Darío fue también, durante muchos años, mi estación más cercana para coger la línea cinco del metro madrileño. Ya que me pongo a contar cosas habrá que contarlas hasta el final.

VERSOS DE OTOÑO

Cuando mi pensamiento va hacia ti, se perfuma;

tu mirar es tan dulce, que se torna profundo.

Bajo tus pies desnudos hay aún  hay blancor de espuma,

y en tus labios compendias la alegría del mundo.

 

El amor pasajero tienen el encanto breve,

y ofrece un igual término para el gozo y la pena.

Hace una hora que un nombre grabé sobre la nieve:;

hace un minuto dije mi amor sobre la arena.

 

Las hojas amarillas caen en la alameda,

en donde vagan tantas parejas amorosas.

Y en la copa de Otoño un vago vino queda

en que han de deshojarse, primavera, tus rosas.

 

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