lunes, 23 de junio de 2014

TIEMPO DE CEREZAS





Ahora, desde mediados de junio, es el tiempo de las cerezas. Sí, ya sé que el título de la entrada lo usó Víctor Manuel en un disco recopilatorio, pero me es igual porque es así: en estos días de junio las cerezas están en sazón y el placer de comer sus carnes duras y jugosas no tiene parangón. Conozco las cerezas del Jerte que son un prodigio en su tamaño y en su carne recia y con jugo, pero tampoco le van a la zaga las de Ricla, en Zaragoza, cuya carne tiene también esas características que la convierte en un manjar. Sin embargo, hay que hacer un lugar especial para esas cerezas que brotan en algún cerrado huerto de una vieja casa castellana y que, sin tener ni la carne ni el sabor de las susodichas, tienen todo el misterio de un hortus conclusus. ¿Y qué decir de las cerezas del cementerio que nos ofreció Gabriel Miró en uno de sus libros? En este primer verano, primavera lo llamaban los romanos, dejadme en mi huerto comiendo cerezas mientras leo, sin ir más lejos, a Pablo García Baena y me dejo cautivar por el olor de junio que, como ya sabéis, es y será el olor de la felicidad.


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