sábado, 23 de noviembre de 2019

MIS MEMORIAS O LAS MEMORIAS DE MIGUEL MIHURA




Miguel Mihura fue un escritor madrileño al que estudiábamos en el bachillerato por ser el autor de Tres sombreros de copa, una obra de teatro que no acabábamos de entender por aquellos años mozos porque su humor, maravilloso y surrealista, nos superaba. También Mihura dirigió La Codorniz, ese semanario mítico de humor, y escribió obras tan buenas como Melocotón en almíbar, Ninette y un señor de Murcia o, por no extenderme en demasía, El caso de la mujer asesinadita. El humor de Mihura es un humor fino, que bordea el surrealismo y que tiene un punto infantil que me ha emocionado mucho siempre. En estos días de noviembre, he leído Mis memorias que contienen historias tan bonitas como la del torero oficinista, el casino de las barbas blancas o el piano. Mihura hace uso de eso de la que el mundo está tan escaso: la ternura. Merece la pena leer estas memorias de Mihura en las que encontramos pasajes como éste en las que habla de las pescadillas:
         “Su mundo era el comedor de una casa de huéspedes y a lo único a lo que podían aspirar es a que se las comiese un empleado de cincuenta duros al mes, de esos que se escarban los dientes con un palillo.
         En los hoteles de lujo de primera categoría no las dejaban entrar y eso es lo que las hacía ser envidiosas y tener los dientes pequeños, sucios y separados. ¡Cómo odiaban a la trucha! ¡Qué asco más feroz!
         Tampoco tiene desperdicio esa descripción de las ovejas que “son como un pedazo de almohada con un perro dentro”  o cómo describe también la necesidad de tener un piano en una casa:
         “¡Y qué se puede esperar de una casa que no tenga piano!¿Cómo es posible que sin piano una familia pueda ser feliz?
         El piano, entonces, parecía una persona de la familia. Era como un viejo pariente que no sale nunca de casa y cuenta por las noches las historias más divertidas y más sentimentales. Por eso la familia que no tenía el calor de un piano era una familia incompleta y desunida a la que le falta el miembro principal.”
         Enorme, don Miguel, enorme.
 


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