domingo, 27 de septiembre de 2020

UN RELATO DE LA CONQUISTA DE HISPANIA

 


UN RELATO DE LA CONQUISTA DE HISPANIA

 

Una centuria romana recorre la vía que une Titulcia con Septimancae.

Es un día de calor del mes Quintilis y el sol calienta los petos de las  armaduras. Van los romanos camino de la ciudad de Legio Septima Gemina, ya cercana a la frescura de los prados del norte, de las montañas que alivian el estío con sus arroyos y sus brañas. Al llegar a un punto del camino ven un altozano y, aunque no existe camino, suben monte a traviesa para alcanzar su cima, plana como la hoja de las espadas que llevan en sus vainas. En la pequeña meseta no hay más que encinares y retamas. Cantan los ruiseñores y los grillos. Cuando aquellos hombres recios llegan hasta el final de aquella llanura que remata el altozano, ven un paisaje de árboles alrededor de una fuente y una gran extensión de terreno que llega hasta unos cerros lejanos. El centurión, volviendo su cabeza, les dice a sus hombres: flumen. Y ellos, al escuchar esta palabra se sienten aliviados del calor como si un viento fresco y húmedo se hubiera levantado de pronto. Poco a poco descienden hasta las orillas de aquel cauce que, con el estiaje, baja muy mermado, apenas una corriente de agua que les llega por la rodilla, pero que ellos, sedientos y fatigados, aprovechan.

Ya la tarde se empieza a poner en los sotos del río y los soldados se tumban en la hierba que decora sus orillas. Juegan a las tabas, cantan canciones y beben un vino peleón que les quita el miedo en las batallas. Mas de pronto, el centurión, un hombre ya curtido por muchas guerras, da la seña orden de marcha y los militares se levantan, recogen y colocan enseres sobre los caballos. Y luego montan.

Al volver a la vía que les llevará hasta la ciudad a la que van, ven de nuevo ese caño de agua que les había aliviado la sed y siguen, por juego, el agua que baja hacia la vía y paralela a ella corre a buscar otra corriente mayor que fluye escondida en los encinares.

Al cabo de un tiempo, no son más que unos penachos rojos que se pierden en una revuelta del camino.

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