Debía
de correr el año 1974 cuando, en el Colegio del Sagrado Corazón que estaba en
la calle Claudio Coello 123, conocí a
Ángel Gabilondo. Era aquel colegio un antiguo palacete de los muchos que las
familias nobles del siglo XIX se habían construido en los aledaños de la
Castellana y los Hermanos del Sagrado Corazón había puesto la biblioteca en la
planta baja, una pequeña habitación con ventanas al patio de cemento que nos
servía de recreo y en el que dos inmensos plátanos nos daban sombra. Para incitar a los alumnos a la lectura, nos habían proporcionado unos carnets color
crema que nos servían para sacar libros y al frente de aquella biblioteca
estaba un fraile muy jovencito, de larga melena que le caía sobre los hombros y
de trato amable. No era como los frailes más viejos cuyo trato era áspero y
difícil. Fuera por su juventud, fuera porque esa era su manera de ser, aquel
fraile “era diferente”. Después de las clases, entrenaba a balonmano y era un
tipo cercano que tenía un halo especial que destacaba entre el resto de los
hermanos corazonistas. Un buen día, ese colegio cerró y nos subieron a otro
mayor que había en Chamartín, cerca de donde Samuel Bronston había tenido sus
estudios, y, en aquel colegio, el fraile aquel se me quedó en la distancia:
había que estudiar más, yo me había hecho mayorcito y enredado en mil
historias, le perdí la pista. Pasaron
los años y un buen día, paseando con mi amigo del alma Pablo Perera Velamazán,
el filósofo de Saucelle, por la Gran Vía madrileña, me habló de un autor que le había deslumbrado
y, al decir su nombre, le dije que yo le había conocido de fraile corazonista.
Se quedó muy extrañado y, como pasábamos por la Casa del Libro, subimos a la
primera planta, donde estaban los libros de filosofía, y me enseñó un libro en el que aparecía la foto del “fraile”. Pude comprobar ( y así se lo dije a Pablo)
que hablábamos de la misma persona: de Ángel Gabilondo Pujol, con ese apellido
tan catalán que siempre me ha sorprendido siendo como es donostiarra y de una
familia muy conocida en Donostia por ser sus padres carniceros en el mercado de
La Brecha. Más tarde supe que Ángel
había dejado la orden, había
estudiado Filosofía en la Autónoma y que ahora era un afamado catedrático de
esa misma Universidad de la que además era rector. Pablo me recomendó algunos
libros suyos que leí con dificultad porque sabido es que a los filósofos les
gusta ser oscuros.
Después
vino su Ministerio con Zapatero, su presencia en la Comunidad de Madrid y ahora
su candidatura política para presidirla. Cuando le veo en la televisión, me
acuerdo de aquel fraile que tenía “un algo especial”, que no era soso, como
dice sus rivales políticos, y que, con sus maneras, nos enseñó lo que era la libertad, la
tolerancia y el respeto que había él recibido de sus padres. Recordaba Iñaki
hace poco en tv que su madre, vasco parlante pese a tan catalán apellido, cuando
salía un tema “delicado” políticamente hablando, les decía, isilik. P que, en vasco, significa “silencio”.
Por cierto, ahora que hablo de él, también
su hermano las practica y es por eso que
tanto enciende a los periodistas que van con el hachón encendido para quemar al
rival. Yo creo que Ángel no ha cambiado nada y sigue creyendo en esas tres
palabras de las que parece que últimamente los políticos se han olvidado. Tengo a veces la sensación de que se está
perdiendo la obra de un gran intelectual por una labor que no merece la pena
teniendo en cuenta la jauría de desalmados que puebla la política española últimamente;
de que Ángel está muy por encima de sus rivales que practican una política de
patio de vecindad; de que estar en política es perder el tiempo. Pero Ángel no
piensa así porque la misma idea de ayuda al prójimo que le hizo ingresar en la
orden de los Corazonistas es la que le impulsa para enfrentarse a la bazofia
política que lo rodea.
Por
si algún listillo de esos que pululan por el mido piensa que le estoy haciendo
campaña gratis, digo públicamente que jamás le votaría. Pero como soy persona
civilizada y no un hotentote (con el perdón de los hotentotes) quiero dejar
claro mi respeto y mi admiración por Ángel Gabilondo Pujol, el harategien
semea, el fraile corazonista y el filósofo de fuste. Eskerrik asko, Ángel.
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