jueves, 4 de marzo de 2021

ESPARTA O LA DICTADURA DEL MIEDO

 


Habían sido una cultura brillante, con banquetes en donde cantaban sus poetas, Alcman o Tirteo - otro día hablamos de ellos-,  y se convirtieron en una extraña diarquía en donde no había más cultura que, si se le puede llamar cultura, que la guerra. Cierto es que los mesenios podían volver a pedirles los que les habían quitado; que, como en la novela de Dino Buzzatti, El desierto de los tártaros,  había que vigilar porque, cualquier día, los tártaros, o los mesenios en este caso, podían llegar. Pero llegó un momento que,  a los espartanos - pues como el sabio lector habrá descubierto, es de ellos de quienes hablamos-, sólo vivían para la guerra. Y se acabaron los poetas con hermosos poemas de lírica coral porque el miedo a los mesenios les había convertido -¡triste paradoja!-,  en los esclavos de los mesenios. Es más, sin darse cuenta, estaban protegiendo una sociedad que ya no merecía la pena proteger. ¿Acaso iba a ser peor una sociedad mesenia que una sociedad en donde los hombres se pasaban más de cincuenta años – toda su vida-, en un cuartel? ¿Una sociedad en la que los padres no podían tener a sus hijos con ellos? ¿Unos ciudadanos dedicados como única ocupación a la guerra? El miedo aparece cuando tenemos miedo a perder algo bueno,  pero la sociedad espartana acabó derivando en una sociedad tan poco apetecible como la Rusia soviética. El miedo, como bien saben los dictadores, tiene mucho poder. Un pueblo que teme es un pueblo manipulable, un pueblo esclavo, un pueblo al que se le va quitando lo que de humano tiene la vida y toda la vida se le centra en luchar contra un enemigo que, como los tártaros de Buzatti, nunca llegan o, si llegan, lo hace de manera fantasmal, sin dejarse ver a las claras. Esparta perdió una gran vida cultural y hasta su gastronomía se vio reducida a un incomestible caldo negro, mezcla de sangre de cerdo, vinagre y sal. Había que criar hombres duros que anduvieran descalzos y que, como ritual de paso, mataran a algunos ilotas al estilo del Ku-Klux-Klan. Fue una pena. Tengamos cuidado no nos ocurra a nosotros lo mismo.

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