miércoles, 20 de septiembre de 2023

CON JAVIER VELAZA EN EL CAMPAMENTO DE LOS AQUEOS

 


 

Uno tiene la suerte, muy de vez en cuando, de encontrarse con un gran poeta como Javier Velaza. Ajustado a la forma, rebosante de hexámetros y de Virgilio, su poesía es una introspección en el hombre, en ese ser doliente e inconsolable. Sus versos conllevan ese dolor y esa alegría, ese sufrimiento y ese gozo que es el mundo. Sí, cari amici, dolor y sufrimiento porque la muerte es el final del camino, de todos los caminos porque, como en la leyenda oriental, siempre nos espera en Samarcanda. Pero también hay gozo en la poesía de Velaza porque la vida también es alegría y gozo por la belleza que, en ocasiones, duele tanto como la muerte. ¿Merece la pena tanto dolor para conseguir la belleza que, a veces, se oculta en las mismas entrañas de la vida? Es el precio que hay que pagar como bien decía el maestro Jiménez Lozano desde ese Alcazarén huérfano tras su muerte. Con la vida se paga la belleza. No protestes: son las reglas del juego en el que alguien, sin preguntarnos, nos introdujo.

 

DECRETO

 

Con la voz más solemne que pudieron sacar

de sus gargantas trémulas y el ademán del mármol,

salieron a decir encerraos en casa

por lo que más queráis, o encerraos en casa

por los que más queráis, o no sabes qué fue

lo que dijeron, porque quién oye claramente

mientras el miedo aúlla, o quién puede entender

la verdad imposible de lo para no dicho,

en fin, dijeron algo, no dijeron deprisa,

lo recuerdas muy bien, pero no hacía falta,

porque aquella palabra crepitaba en sus ojos,

y tú fuiste y cerraste la puerta de tu casa

por lo que tú más quieres, que todavía no sabes

lo que es, pero sabes que lo quieres, y echaste

los cerrojos y dividiste el mundo

en dos mitades y erigiste entre ellas

un muro infranqueable y desde entonces

nunca más has sabido si te quedaste dentro

o fuera.

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