lunes, 12 de octubre de 2020

METROCLES, CRATES Y LAS LENTEJAS

 


Vamos ahora con otro cínico, un tal Metrocles, que tuvo la inestimable ayuda de Crates para resolver este caso.

 

Μητροκλῆς, ἀδελφὸς Ἱππαρχίας, ὃς πρότερον ἀκούων Θεοφράστου τοῦ περιπατητικοῦ τοσοῦτον διέφθαρτο ὥστε ποτὲ μελετῶν καὶ μεταξύ πως ἀποπαρδὼν ὑπ' ἀθυμίας οἴκοι κατάκλειστος ἦν, ἀποκαρτερεῖν βουλόμενος. Μαθὼν δὴ ὁ Κράτης εἰσῆλθε πρὸς αὐτὸν παρακληθεὶς καὶ θέρμους ἐπίτηδες βεβρωκὼς ἔπειθε μὲν αὐτὸν καὶ διὰ τῶν λόγων μηδὲν φαῦλον πεποιηκέναι· τέρας γὰρ ἂν γεγονέναι εἰ μὴ καὶ τὰ πνεύματα κατὰ φύσιν ἀπεκρίνετο· τέλος δὲ καὶ ἀποπαρδὼν ἀνέρρωσεν αὐτόν, ἀφ' ὁμοιότητος τῶν ἔργων παραμυθησάμενος. Τοὐντεῦθεν ἤκουεν αὐτοῦ καὶ ἐγένετο ἀνὴρ ἱκανὸς ἐν φιλοσοφίᾳ.

 

 

Metrocles, el hermano de Hiparquia,  que primero fue alumno de Teofrasto el peripatético, se hizo tan fino que, como, en una ocasión, en medio de un ejercicio,  se le escapara un pedo, se había encerrado en su casa lleno de tristeza por lo sucedido con la intención de dejarse morir de desánimo. Al saberlo Crates, al que habían avisado para socorrerlo, acudió a su casa después de haberse hartado de lentejas y le intentaba persuadir de que no había hecho nada feo pues cosa milagrosa hubiera sido impedir la salida de unos gases que seguían su proceso natural. Finalmente, tirándose unos pedos, lo convenció, aportando el consuelo con acciones semejantes. A partir de eses día, siguió sus enseñanzas y llegó a ser un hombre cabal en filosofía.

EL BÍPEDO IMPLUME

 


Vuelvo al ataque con Diógenes que tiene la fuerza del descaro, de la desvergüenza, en definitiva, de algo tan griego como fue la παρρησία que tanta falta nos está haciendo hoy en día frente a esta raza tóxica de políticos que nos ha tocado vivir. La anécdota es archiconocida y ha sido, es y será usada por los profesores de filosofía para llamar a sus alumnos algo permitido. En fin…

Πλάτωνος ὁρισαμένου, Ἄνθρωπός ἐστι ζῷον δίπουν ἄπτερον, καὶ εὐδοκιμοῦντος, τίλας ἀλεκτρυόνα εἰσήνεγκεν αὐτὸν εἰς τὴν σχολὴν καί φησιν, « Οὗτός ἐστιν ὁ Πλάτωνος ἄνθρωπος. »

Platón, tras haber definido al hombre como un bípedo implume, recibió muchos aplausos. Diógenes desplumó un gallo y lo arrojó en medio de la escuela diciendo: “Aquí está el hombre de Platón”.

 

domingo, 11 de octubre de 2020

LAS COSAS DEL CÍNICO DIÓGENES DE SÍNOPE

 


         Diógenes de Sínope fue un filósofo cínico que no se paraba ante nadie. Os he seleccionado y traducido tres anécdotas que recoge Diógenes Laercio en su Vida de los filósofos ilustres. Espero que os gusten.

38. Ἐν τῷ Κρανείῳ ἡλιουμένῳ αὐτῷ Ἀλέξανδρος ἐπιστάς φησιν, « Αἴτησόν με ὃ θέλεις. » Καὶ ὅς, « Ἀποσκότησόν μου, » φησί

Alejandro Magno le dijo a Diógenes que estaba tomando el sol en el Craneo: “Pídeme lo que quieras”. Y Diógenes le contestó: “No me hagas sombra”.

Μακρά τινος ἀναγινώσκοντος καὶ πρὸς τῷ τέλει τοῦ βιβλίου ἄγραφον παραδείξαντος « Θαρρεῖτε, » ἔφη, « ἄνδρες· γῆν ὁρῶ. »

Cuando uno que llevaba leyendo mucho tiempo dejó ver al final del libro un espacio en blanco, Diógenes dijo: “¡Ánimo, amigos, que ya veo tierra!”

57 Εἰς Μύνδον ἐλθὼν καὶ θεασάμενος μεγάλας τὰς πύλας, μικρὰν δὲ τὴν πόλιν, ἔφη, « Ἄνδρες Μύνδιοι, κλείσατε τὰς πύλας, μὴ ἡ πόλις ὑμῶν ἐξέλθῃ. »

57.  Al llegar a Mindo y ver tan grandes portones, pero, sin embargo,  una ciudad tan pequeña, dijo: “¡Ciudadanos de Mindo, cerrad los portones para que no se os escape la ciudad!”

 

lunes, 28 de septiembre de 2020

EL PERRO DE ALCIBÍADES



 

Dejadme que os cuente una historia curiosa. Resulta que Alcibíades, el guapo oficial de Atenas allá por la Guerra del Peloponeso, discípulo de Sócrates y que lo mismo estaba con los suyos que se pasaba a Esparta o los persas, tenía un perro y un día, en mitad del ágora, le cortó el rabo. Todos los presentes empezaron a hablar de la acción del político y general y uno de los presentes,  más atrevido que los demás,  se acercó hasta él y le preguntó: “Alcibíades, ¿por qué le has cortado el rabo al perro? Y el guapo oficial de Atenas le respondió: “Porque mientras hablan de mi perro no hablan de los abusos, arbitrariedades y corrupciones de mi gobierno”. La verdad, no sé por qué, pero a mí esta historia me recuerda a alguien y no de Atenas



precisamente.

domingo, 27 de septiembre de 2020

UN RELATO DE LA CONQUISTA DE HISPANIA

 


UN RELATO DE LA CONQUISTA DE HISPANIA

 

Una centuria romana recorre la vía que une Titulcia con Septimancae.

Es un día de calor del mes Quintilis y el sol calienta los petos de las  armaduras. Van los romanos camino de la ciudad de Legio Septima Gemina, ya cercana a la frescura de los prados del norte, de las montañas que alivian el estío con sus arroyos y sus brañas. Al llegar a un punto del camino ven un altozano y, aunque no existe camino, suben monte a traviesa para alcanzar su cima, plana como la hoja de las espadas que llevan en sus vainas. En la pequeña meseta no hay más que encinares y retamas. Cantan los ruiseñores y los grillos. Cuando aquellos hombres recios llegan hasta el final de aquella llanura que remata el altozano, ven un paisaje de árboles alrededor de una fuente y una gran extensión de terreno que llega hasta unos cerros lejanos. El centurión, volviendo su cabeza, les dice a sus hombres: flumen. Y ellos, al escuchar esta palabra se sienten aliviados del calor como si un viento fresco y húmedo se hubiera levantado de pronto. Poco a poco descienden hasta las orillas de aquel cauce que, con el estiaje, baja muy mermado, apenas una corriente de agua que les llega por la rodilla, pero que ellos, sedientos y fatigados, aprovechan.

Ya la tarde se empieza a poner en los sotos del río y los soldados se tumban en la hierba que decora sus orillas. Juegan a las tabas, cantan canciones y beben un vino peleón que les quita el miedo en las batallas. Mas de pronto, el centurión, un hombre ya curtido por muchas guerras, da la seña orden de marcha y los militares se levantan, recogen y colocan enseres sobre los caballos. Y luego montan.

Al volver a la vía que les llevará hasta la ciudad a la que van, ven de nuevo ese caño de agua que les había aliviado la sed y siguen, por juego, el agua que baja hacia la vía y paralela a ella corre a buscar otra corriente mayor que fluye escondida en los encinares.

Al cabo de un tiempo, no son más que unos penachos rojos que se pierden en una revuelta del camino.

EL PASO EN AMBLADURA DE LOS CABALLOS VACCEOS

 EL JINETE VACCEO

 

Quod nihilominus inventum constat a Parthis,

quibus consuetudo est, equorum gressus ad delicias dominorum

hac arte mollire.

Non enim circulis atque ponderibus praegravant crura,

ut tolutim ambulare condiscant sed ipsos equos, quos vulgo trepidarios,

militari verbo tottonarios vocant, ita  edomant ad levitatem

 et quaedam blandimenta vecturae ut astorconivvbus similes videantur.

Vegetius- Digesta artis mulomedicinae. 1.56.37

 

Por lo demás, consta que esto fue inventado por los Partos

 para los que es costumbre dulcificar por medio de este arte

 el paso de los caballos para deleite de sus dueños.

Pues no les cargan las patas con anillas y pesos

para que aprendan a andar en ambladura,

sino que doman a los caballos que vulgarmente

son conocidos como trepidarios y en lenguaje militar

como totonarios para ser ligeros y de monta suave

 de manera que se parezcan a los asturcones.

Vegetius- Digesta artis mulomedicinae. 1.56.37

 

 

Un jinete galopa en su caballo, cuyo pelaje refleja la luz de plata de la luna, entre un bosque de encinas y retamas. La noche y los árboles lo ocultan de sus perseguidores. El jinete ha llegado hasta un río. Ve sus aguas crecidas, revueltas, del color ocre de la tierra que arrastra, del color de la sangre que ha entrenan visto en los cuerpos inertes de sus camaradas. Ve el peligro, pero no duda porque, en la duda está la muerte , porque en ese peligro de cruzar el río estriba su salvación. Siente a su espalda los cascos de los caballos que lo persiguen; siente las voces de los jinetes; siente casi el viento que provocan los caballos a galope tendido. Y baja a la corriente.

Cuando el agua del río le llega a las piernas, siente que el frío y el miedo le paralizan el corazón. Sus perseguidores ya tienen que haber llegado a la orilla – piensa como si un rayo le atravesara la cabeza. La fuerza del río es tan grande que nota cómo lo arrastra la corriente, cómo el caballo, pese a ser un animal joven y fuerte, no puede resistir el embate   feroz  de las aguas heladas y turbias; nota con espanto que él y su caballo son arrastrados por la fuerza brutal de las aguas heladas y turbias sin que ni uno ni otro puedan hacer nada. No quiere mirar atrás; no quiere ver cómo sus perseguidores ya están como él luchando con la corriente. Cierra los ojos y espera la muerte.

Mas de pronto surge una isla en mitad del río, una isla que está separada tan sólo por un pequeño canal que su caballo saltará como salta los arroyos cuando va con él a cazar ciervos allá por la tierra de los pelendones. Nota cómo el caballo hace pie en la tierra de la isla y cómo ambos salen de las gélidas aguas del río. Cruzan la isla nacida en mitad de la corriente y el caballo, como si anduviera por tierras pelendonas y un venado intentara librase de las lanzas delante de sus ojos de azabache, salta el arroyo con un salto limpio, hermoso, que huele a libertad. ¡Ya están en la otra orilla! ¡Ya puede mirar a sus perseguidores que, contra lo que temía, se han quedado clavados ante la oscura corriente! Los ha mirado con rabia, con ansia de venganza, pero él, librado de sus manos, ya galopa por la tierra del otro lado del río. Sonríe cuando su caballo, con su paso en ambladura, se aleja de la noche y de la muerte.




LA MUERTE DE VIRGILIO (CON EL PERMISO DE HERMANN BROCH)

 


P. Vergilius Maro Mantuanus parentibus modicis fuit

 ac praecipue patre, quem quidam opificem figulum,

plures Magi cuiusdam viatoris initio mercennarium,

 mox ob industriam generum tradiderunt,

egregiaeque substantiae silvis coemendis

et apibus curandis auxisse reculam.

 

SUETONIUS – Vita Vergilii

 

Si no me hubiera encontrado con Augusto en Atenas, hubiera seguido mi viaje, pero quisieron los dioses que me encontrara con él y que juntos fuéramos a visitar Mégara. El sol del mediodía era abrasador y mi salud nunca ha sido buena por culpa de mi estómago. Me embarqué con Octavio e hice con él el viaje hasta Bríndisi, un viaje casi eterno en el que padecía un mareo casi constante por mi enfermedad y por el mal estado de la mar. Ahora, sentado a la en esta sombra de una frondosa haya, recuerdo mi vida que ha pasado como un soplo del viento ligero y sutil de la primavera.

         Nací en Andes, un pequeño pueblo no lejos de Mantua. Mi padre era alfarero y de él aprendí a modelar mis poemas porque las palabras son también un barro sagrado que hay que modelar con delicadeza. Estudié en Mantua, en Cremona y en Milán y, poco después, fui a Roma. En la gran ciudad empecé padecer del estómago y de la garganta y, algunos días, escupía sangre. Era  y soy terriblemente vergonzoso y, teniendo ya algo de fama por mis poemas, cuando alguien me señalaba por la calle, me escondía corriendo en la entrada de alguna casa cercana. Por eso me pasé mi vida en la Campania y en Sicilia, porque la gente me asustaba y, en especial, las mujeres; por eso, me apodaron “el virginal” aunque también jugaron con mi nombre y me atribuyeron una afición a los placeres sexuales que nunca tuve pues algunos hacían derivar mi cognomen de  verga como si yo hubiera sido alguna vez como aquel Mentula del que hablaba Catulo.

         Un día, siendo estudiante, tuve que defender una causa para poder terminar mis estudios de retórica. Fue un desastre porque mi lengua se trababa y los que tuvieron la desgracia de escucharme pensaron que era un ignorante que se había metido por error en el tribunal, tal era mi discurso de lento y torpe. Sin embargo, cuando recitaba, mi voz era firme y suave a la vez y mis versos, leídos por mí, llenaban los auditorios y vivían en el aire. Julio Montano, un poeta, decía que, si algo pudiera robarme, me robaría la voz, esa voz que hacía que tan sólo conmigo mis versos sonaran con el dramatismo que había dejado impreso en ellos.

         Mi manera de escribir era muy lenta. Por la mañana, meditaba mis versos y los dictaba a mi secretario; durante el resto del día los repasaba y revisaba una y otra vez de tal manera que, al llegar la noche, de lo que había escrito tan sólo quedaban tres o cuatro versos. Un amigo me dijo en una ocasión que parecía una osa que, tras parir a los oseznos, los lame una y otra vez. Así compuse las Geórgicas y las Bucólicas, pero cuando me encargó Augusto La Eneida, cambié de costumbres y decidí redactarla primero en prosa y más tarde en verso. Así lo hice y cuando estaba pasando el texto en prosa a verso, a veces, me ocurría que me quedaba sin la inspiración para redactar los hexámetros, pero no paraba: dejaba uno versos, a los que llamaba tibicines, puntales, y después, más tranquilo, colocaba las columnas definitivas que sujetarían mi obra.

         Sexto Porpercio, al leer lo que llevaba escrito, dijo:

Cedite, Romani scriptores, cedite Grai

nescio quid nascitur maius Iliade.

es decir, ¡ceded, escritores romanos, ceded, escritores griegos,

no sé qué escrito mayor que la Iliada está naciendo!.

         Tal era la expectación que el propio Augusto, lejos de Roma por la guerra contra los cántabros, me pidió un adelanto de la obra. Tan pronto como vino a Roma, le recité tan sólo los libros segundo, cuarto y sexto. En aquella recitación, estaba Octavia y, al recitar esos versos dedicados a su hijo Marcelo, muerto a muy temprana edad, “tu Marcellus eris”, “tú, Marcelo serás” cayó desfallecida y costó trabajo sacarla del desmayo.

         Mi obra no está acabada; mi Eneida no está concluida; istud quid maius Iliade tiene errores y versos incompletos. He pedido a Vario y a Tuca que la quemen. Ésa es mi última voluntad, ése es el último favor que os pido, amigos.

         Aquí, a la sombra de esta frondosa haya, he comenzado a sentir frío, como si una fiebre helada y ardiente a la vez fuera capturando mis miembros. Mis ojos se llenan de niebla, de la misma niebla que recuerdo de mi infancia en aquella aldea de la llanura del Po, como si estuviera regresando a aquella niñez feliz en la que el olor del barro con el que trabajaba mi padre ocupaba toda la casa.

Mantua me genuit, Calabri rapuere, tenet nunc Parthenope.

Cecini pascua, rura, duces.

        


 

 

No quiero más epitafio que éste en el que en dos versos cuento mi vida:

Mantua me engendró, los calabreses me arrebataron, ahora me tiene  

                                                                           [Parthenope.                           

He cantado a los pastos, a los campos, a los caudillos.

Así dejo constancia de mi lugar de nacimiento, del lugar en donde de seguro voy a morir y del lugar en donde quiero ser sepultado. Después, viene mi obra resumida en  tres sencillos afanes: mis pastores, los campos y los héroes a los que canté.

         Me basta así; me bastan estas  palabras sencillas para un niño pobre que nació en la casa de aquel alfarero de Andes.