viernes, 25 de julio de 2014

EL GALLEGO CATALÁN Y MURCIANO



Me es difícil dar una opinión sobre este autor gallego de nacimiento, pero de varios lugares en los que ha trabajado (como nos pasas a todos los que nos dedicamos s a este oficio viajero que es la educación). Vaya en primer lugar el decir que Horacio junto a su poesía lírica tenía una poesía satírica escrita en yambos que estaba escrita más en zapatillas de cuadros. Quiero decir que, en esa poesía, Horacio hacía un poema sobre, por ejemplo, cómo se iban a jugar al frontón Mecenas y otros amigos y cómo él no los podía seguir debido a su miopía. Por tanto, creo que cualquier tema es válido para la poesía al igual que Richard Strauss decía que él pondría en música hasta la lista de la compra. Otra cosa es que sus poemas parezcan prosaicos – simples líneas de prosa cortada en forma de verso – como afirman de él algunos sesudos críticos con los que no estoy de acuerdo porque también esos poemas de Horacio nos parecen “prosaicos”, pero, en primer lugar, están escritos en riguroso metro yámbico y, en segundo, nos están contando situaciones, vivencias y emociones que no tienen por qué ser ajenas a la poesía. A mí, me emociona D’Ors cuando le dedica un poema a su coche (¡Ay, mi Audi 80 que yace en un desguace de Cigales!) o se detiene en esas pequeñas cosas que son muy grandes a un tiempo: los hijos, los nietos, su santa esposa. Miguel D’Ors escribe literatura con buenos sentimientos, mal que le pese a Umbral que con Gide defendía lo contrario. La poesía no es sólo un camino y cada uno utiliza el que cree más conveniente. Un mal poema lo tenemos todos y, ante todo, hay que tener en cuenta que los más fácil es siempre o más difícil.

Dicho esto, creo que puedo decir, sin temor a los intelectuales, que D’Ors, aunque tenga algunos poemas que me producen algo de vergüenza ajena por su prosaísmo, me parece un gran poeta, un poeta diferente en ese grupo de gentes sin esperanza entre los que la ha tocado escribir. Porque, D’Ors – y a lo peor esto es lo que no le perdonan los críticos - es cristiano, de honda creencia en los valores ( me produce un cierto asco esta palabrita) que conforman nuestra convulsa y envejecida civilización occidental. Este final me parece glorioso por mi parte. Que el elogio bien entendido empieza por el propio. Tan sólo deciros que lo leáis sin miedo y, sobre todo, sin ningún prejuicio.

Amandiño

Amando, Amandiño, que eras de Corredoira,
cómo vuelve esta noche, con qué mágica luz,
aquel baño silvestre, y nuestras cabriolas
desnudas por el prado salpicado de bostas,
y aquella canción tuya, amigo agreste, bucanero de siete años
-«Ay, ay, ay, bendito es el borracho»-,
bajando por las hondas carballeiras
desmedida, insistente y en pelotas.
De aquel verano todo se ha perdido
menos aquella hora
maravillosamente sediciosa.

Después
tú te quedaste por tu mundo, libre de calendarios;
yo me adentré en el olor intacto de los nuevos libros.
De ellos salía el camino que -cursos, gentes ciudades-
me ha traído hasta esto.

Y ahora que contemplo mi vida
y me vienen ganas de darle una limosna,
le pregunto a los años
qué habrá sido de ti, Amandiño, amigo de un verano;
qué habrá sido de mí.


 

 

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