lunes, 16 de abril de 2018

ROBERT LOWELL, UN NIÑO DE CASA BIEN



Robert Traill Spence Lowell IV nació en una familia de rancio abolengo bostoniano. Sus antepasados vinieron en el  Mayflower, es decir, eran “pata negra” dentro de la sociedad americana.  Su esmeradísima educación del noreste norteamericano le llevó a Harvard, pero se marchó después de estudiar algunos cursos y se licenció en Estudios Clásicos en otra Universidad menos escogida. En la Universidad Estatal de Luisiana, Robert se sacó un máster en literatura inglesa y, cuando fue llamado a filas, se declaró objetor de conciencia.  Eso sí, chico de buena familia, le escribió una carta a Roosvelt explicándole por qué no quería combatir lo cual podemos considerar como un detalle de  gente bien. Su cortesía florentina  no le libró de la cárcel, pero sí fue su primer escrito político al que seguirían, en los años sesenta, lo que escribió contra la Guerra de Vietnam. Fue un pacifista convencido toda su vida. Lowell no ha sido un poeta muy leído en España: la traducción de Visor de Resines tiene ya unos cuantos lustros y catorce años tiene la que se publicó en Losada de Luis Javier Moreno, el poeta segoviano. Merece la pena leer a Lowell, pero creo que, de una manera un tanto exagerada, se dice que, después de Whitman, es el mejor poeta americano. Sus maestros fueron William Carlos Williams y Robert Frost, al que fue a enseñar un poema que había escrito y que era muy largo sobre el tema de las Cruzadas y  Frost le dijo que trabajara un poco más la síntesis sin duda porque acabó hasta las narices del poema de Lowell, pero la educación, aunque a veces no lo parezca, también les atañe a los poetas . Os dejo con un poema suyo para que lo leáis porque leer a un autor es la única manera de conocerlo de verdad.

 Mis reseñas virginales eran en su momento
el equivalente verbal de los asesinatos.
Ahora son un montón chiquito,
compacto, tan viejo como yo.
Ellas se desintegran amarillas
y sus páginas rígidas
se hacen añicos como las hojas secas
escapando del árbol que les diera vida.
Estoy sin un amigo:
Veo de vez en cuando, en la noche cerrada,
brillar los faros de algún auto suicida
por la autopista y luego diluirse.
Mi vacío fantasmal ahora se me llena
con todos mis amigos agraviados
como tristes moscas familiares.



¿Acaso no es hipócrita pretender dar respuesta
a lo que no hemos sido capaces de escuchar?

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