domingo, 16 de septiembre de 2018

CARMELO GONZÁLEZ O DE MÓSTOLES SÍ PUEDE SALIR ALGO BUENO


Tengo que confesaros que un servidor fue profesor en Móstoles allá por 1996, en un Instituto que se llamaba Felipe Trigo (tarde algunos años hasta que leí algo de este autor pues mi vieja enciclopedia Salvat, publicada en los años cuarenta, no lo “recomendaba”) y en el que estaba de inspectora una poeta como María Victoria Reyzábal a la que más tarde traté en Ávila por cosas del destino (profesional y el de Verdi). Pues, como os iba diciendo,  yo llegaba con mi cochecito Clío blanco, el mismo que me está mirando ahora cubierto con su lona azul oscura, esperaba en un stop criminal y me aposentaba en el departamento que nos habían construido nuevo y que habían tenido la deferencia y la delicadeza de colocarlo en unos antiguos retretes. Allí estábamos el filósofo del centro y el filólogo clásico, compartiendo un cubículo ( la terminación de la palabra viene que ni pintada) en el que mi compañero ocupaba el altillo en donde habían estado los inodoros y el que esto escribe, el delicado lugar en donde estaban los mingitorios o urinarios. Todo este rollo macareno viene a colación porque mi amiga Lidia, la María Pita de la edición, la Agustina de Aragón de la poesía, la soñadora para un pueblo que es Ocaña, me envió el libro de un poeta de Móstoles, Carmelo González, que yo la había pedido con muchas dudas porque tras mi experiencia mostoleña no podía sino decir como Natanael cuando le dijeron que  Cristo era de Nazaret: ¿Pero ¿de Móstoles puede salir algo bueno? Pues sí, de Móstoles pueden salir cosas muy buenas como los poemas de este librito que se llama Pequeños poemas de amor escritos ya mil veces en los que el autor maneja el amor con un gran  sentido del humor.  ( y no es un juego de palabras) Son poemas brevísimos como ese del amor que yo supongo en el Metro o en el tren de cercanías:

Ámame

antes de que llegue

la última estación.

 

o este otro, impagable, sobre la ceguera del amor:

  • Ya sabes eso que cuentan
    de que el amor es ciego- me dijo.
     
    Y se marchó tropezando
    con todas las farolas.


 

 

Y este, bellísimo sin duda, :

 

         Meter la nariz

entre las páginas de un libro.

El de la tierra mojada

después de la tormenta

El del café recién hecho

si es temprano.

O el olor de tu piel

después de amarte.

 

Y este, último de mi micro antología, que me encanta:

 

Tú no lo sabes,

pero toda la belleza

del mundo baja sobre ti,

cuando para leer

te pones las gafas

de mirar de cerca.

 

         Ahora ya sabéis que, además de su famoso alcalde, algo bueno ha salido de Móstoles: Carmelo González González, poeta de esa ciudad en la que yo trabajé hace ya veintidós años.


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