domingo, 20 de marzo de 2022

EL GENERAL DON DIEGO DE LEÓN

 


Cuando yo era un rapaz, subía de la mano de mi abuela Patro a dos mercados: el de Alonso Cano situado en donde, antes de construir el mercado allá por los años cuarenta del pasado siglo, ponían los chamberileros la kermés y al de Diego de León. De Alonso Cano, gran pintor, escultor y arquitecto granadino del Barroco ya os contaré en otra ocasión y hoy me centro en Diego de León que era un mercado más pequeño, más de “señoritos”, algo más caro que el otro que era más popular, con la tortilla maragata del bar, con su vaciador, con las pescaderías de Emilio y de Elías y con un puesto de variantes al que aquel rapaz que yo era llamaba la “tentación”, desconocedor de otras tentaciones más fuertes y pertinaces con las que había que bregar en la vida.

         No supe sabía por aquel entonces quién era ese tal Diego de León aunque lo suponía algún prócer de los que siempre han dado nombre a las calles que nunca tienen nombres de padres de familia que luchan en esa bendita guerra de llegar a fin de mes. Por eso, quiero deciros dos palabras sobre don Diego de León.

         Diego de León y Navarrete nació en Córdoba, un 30 de marzo de 1807. Fue militar y llegó al empleo de teniente general y al cargo de Virrey de navarra. Militar de valor, participó en la Primera Guerra Carlista y destacó en Los Arcos en donde su acción fue tan heroica que el general Áldama solicitó que le fuera concedida en combate la Cruz Laureada de San Fernando. Participó en los campos de Grá, en Cataluña, y esa acción le valió la gran cruz de la Orden de Isabel la Católica.  Luchó en el Maestrazgo y tomó Mendigorría y Belascoáin lo que le sirvió para ser nombrado conde de Belascoáin.

En fin, una brillante hoja de servidos que tuvo mal final por su implicación política, algo normal en los militares del siglo XIX que, al decir del gran Valle –Inclán, fue un albur de espadas. Miembro del Partido Moderado, a la caída de la regente María Cristina, tuvo que abandonar España.

         En 1841, se unió al alzamiento de O’Donell contra don Baldomero Espartero, regente del reino,  del que tuvo que acatar, años antes, la inusitada – hasta el momento-, orden de quemar los trigales que servían de granero al ejército carlista. León tuvo que obedecer, pero dejó claro en su informe que “ a los campesinos ya nos les iban quedando más que ojos para llorar”.  Diego de León, con tan sólo treinta y cuatro años, intentó el asalto al Palacio Real (Galdós -¡cómo no!-,  lo cuenta en sus Episodios), fracasó y huyó hacia Colmenar Viejo en donde fue apresado por el comandante Laviña. Condenado a muerte por Espartero, lo llevaron al Campo de los Pontones, a las afueras de Madrid. Con gran serenidad, sin temblarle el pulso, pidió al oficial que mandaba el piquete que le dejara a él dar las órdenes reglamentarias. Se leyó la sentencia sumarísima que lo condenaba a muerte y, antes de dar él mismo la orden de fuego, les dijo a los soldados: “No tembléis, al corazón”.  Era el 15 de octubre de 1841 y, como diría un Tucídides, así mueren los héroes.

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