miércoles, 30 de marzo de 2022

EL MAL Y LA GUERRA

 


Como todo el  mundo sabe, Rusia ha invadido Ucrania, una guerra más de las miles de guerras que han existido, existen y existirán (por desgracia) en la historia del hombre. Bien es sabido que los antropólogos nos dicen que la guerra ha estado siempre unida a la civilización humana y que, en especial, surgió con la aparición del estado. También los que conocemos algo de mitología sabemos que en las mitologías indoeuropeas, en especial en las teogonías, aparecen numerosas guerras (maquia en griego) como la gigantomaquia, la titanomaquia o la tifonomaquia. Por otra parte, tenemos la guerra de Troya, la guerra de los persas contra los griegos, las de Atenas y Esparta y un larguísimo etcétera que no podríamos abarcar pues es un mar sin orillas. La guerra forma parte de los que los teólogos llaman el mysterium iniquitatis, es decir, el misterio del mal que incluye también al pecado y que tiene como origen el libre albedrio (ahí surge San Agustín con su obra De libero arbitrio) que no es otra cosa que la libertad del hombre para tomar decisiones. Erasmo escribió, ya en época de la Reforma su conocido De libero arbitrio diatribe sive collatio al que respondió Lutero con su De servo arbitrio. Erasmo contestó a Lutero con su obra Hyperaspistes. Y no sigo por ese camino.

         Lo importante es que, naciendo la guerra como el pecado de la libertada humana, tenemos que asimilar que siempre va a estar con nosotros porque forma parte de nuestro ser , de nuestra alma que muestra la marca del pecado original. ¿Significa esto que no tenemos que luchar contra la guerra? ¿Significa que tenemos que apoyar la invasión de Ucrania? ¿Significa esto que tenemos que aplaudir a Putin? Pues no. Nadie en su sano juicio o que no tenga una mente criminal puede apoyar la guerra como nadie puede dar pábulo al pecado, sino que tenemos que luchar contra el pecado y la guerra aun sabiendo que ahí van a estar con nosotros hasta el final de los tiempos, hasta ese pleroma del que hablaba Teillard de Chardin que lo tomó, claro está, de San Pablo.

         La tentación del poder, del mal, de causar dolor a nuestros semejantes va a estar siempre con la humanidad que está obligada, por ley moral, a combatir el mal, el dolor y el pecado. En Getsemaní, Cristo sudó sangre porque “vio” los pecados pasados y futuros de la humanidad y en la Cruz nos redimió de esos pecados pasados y futuros. No podemos ni siquiera imaginar el dolor de Cristo en la Cruz cuando, entregado como víctima y como sacerdote, nos redimía de los campos de exterminio nazis, de la invasión de Ucrania o de las matanzas de Stalin. ES inimaginable para nuestra pobre mente humana, pero aquella (que es esta porque la Redención se produce cada día y nosotros la completamos, tal y como dice San Pablo, con nuestros sufrimientos) Cruz nos limpió de los pecados.

         Nos toca, pues, luchar contra la guerra con todas nuestras fuerzas como nos toca la lucha diaria contra el mal, contra el pecado, con la tentación, pero tenemos que asumir que el mal, lejos de ser un principio pasivo como se oye actualmente, es decir, una ausencia de bien, es un principio activo. El mal actúa y no para. Que se lo digan a los millones de judíos a los que masacró Hitler, a los millones de rusos – al menos tres o cuatro millones eran ucranianos-,  a los que masacró Stalin con hambrunas y purgas, a los millones de muertes que han generado todas las guerras que han existido desde los umbrales de la ¿civilización? humana.

         Y ¿todavía hay algunos que se preguntan que qué sentido tiene el misterio de la Cruz?

 

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