jueves, 31 de marzo de 2022

PUTIN NO ES RUSIA (AFORTUNADAMENTE)

 


Efectivamente, tal y como reza el título de esta entrada, Putin, afortunadamente, no es Rusia. Por si alguien tiene dudas sobre mí, comienzo por decir que adoro la cultura rusa, que los escritores rusos son, junto con los de centro Europa y los norteamericanos, mi lectura favorita;  que siento una especial veneración por los músicos rusos y, para no aburrir, que siento arrastrado y embriagado cada vez que escucho la música folklórica rusa. Es más, mi sueño, desde muy pequeño, ha sido conocer Rusia, pasear por San Petersburgo, por Moscú o por alguna ciudad por la que pasó mi gran héroe de la infancia, Miguel Strogoff, aquel correo del zar del que nos cuenta Julio Verne en su maravillosa novela. Sin embargo, frente a esta Rusia que amo está “la otra Rusia” que ya empezó con Iván el Terrible, gran usuario de venenos; que siguió con las tropas del zar disparando contra la multitud en 1905; que pasa por Lenin y Stalin, el gran asesino al que los intelectuales de izquierda consentían y cubrían y que llega hasta Vladimir Putin. Porque Putin recoge en su persona lo peor de Rusia que, en su caso, se encarna en la Rusia soviética cuyo número de muertos en gulags deja pequeño al gran asesino que fue Hitler. Putin añora no la Rusia de la cultura inmensa, sino la del poderío criminal soviético, las cargas asesinas de los zares y los venenos de los que también hace uso y abuso.  Ayer el papa Francisco ponía a los pies de la Virgen a Rusia. En las apariciones de Fátima se hablaba de la Rusia soviética y podemos caer en la tentación de pensar que nada tiene que ver don Vladimir con la Rusia de los soviets. Craso error porque Putin es heredero directo de esa Rusia repulsiva. Yo no sé si hay alguien que defienda a este criminal, pero me gustaría decirle que no está defendiendo a Rusia, sino a un vulgar matón que sigue usando los mismos métodos que, de niño, usaba en los barrios más pobres de San Petersburgo: pegar primero, pegar fuerte y no tener piedad. Amparado por los mafiosos que bebieron en el corrupto régimen de los “camaradas” botellas de Dom Pérignon y  que se extendían el caviar de beluga en un pan de sangre mientras el pueblo vivía en la miseria porque eso hizo la “maravilla soviética”,  igualar a todos en la pobreza menos a sus dirigentes que vivían como los antiguos zares, este zar de suburbio se dedica a lo que sus “hermanos y camaradas”: asesinar. Algo huele a podrido en el reino de Rusia y es algo más que la carne podrida del Potemkim. Es el pestazo de ese personaje sombrío, lleno de traumas y complejos que, como un don Juan barato, necesita ver quién la tiene más larga. No me extrañaría que Vladimir Putin se siguiera extendiendo el caviar en un pan de sangre mientras las bombas caen en las ciudades mártires de Ucrania.  Putin es un ruso execrable al que tan sólo pueden defender gentes tan asesinas como él. Que no me hablen de la geopolítica ni de que la OTAN le tocó las gónadas al gran oso de Moscú. Es cierto, no se debería haber rodeado a Rusia con jueguecitos de los americanos a los que les gusta jugar a la guerra siempre lejos de su país; es cierto que no se han respetado acuerdos que se tomaron con Gorbachov y con Yeltsin, pero eso no justifica ninguna masacre. El pueblo de Ucrania tiene derecho a elegir un estado democrático, a vivir en democracia, esa palabra que Putin no conoce porque,  en su vocabulario de agente de la KGB,  no existía. Muy parecidos a nosotros, los pobres rusos no han conocido más que unos pocos años de libertad. Ahora, este niño traumatizado en su infancia, este Narciso al que le gusta exhibir su poder como si estuviera en los oscuros barrios en los que se crio, tampoco les deja vivir en paz. Malditas las guerras y los canallas que las sostienen. Y lo escribe un enamorado de Rusia, pero de la otra Rusia.

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