domingo, 20 de marzo de 2022

PEPÍN FOLLIOT O SER MADRILEÑO ANTES DE LA AYUSO

 


Nació José González Folliot en Madrid allá por 1903 y nació en el Banco de España, en donde su padre, un berciano de Corullón que falaba galego, trabajaba de portero mayor. De la mano del padre, salían los muchos hermanos y el padre los iba colocando de botones en los bancos de Madrid. Pepín, como todos le conocíamos, se quedó en el City Bank que estaba en el Madrid republicano, que se marcharía en la época de Franco y que volvería después. Empezó a salir a la montaña y conoció a los grandes pioneros de la montaña de los que Pepe, con todo derecho, forma parte. En otra entrada, he contado cómo formó cordada con Tresaco y Teógenes Díaz en el Couloir de Gaube. No puedo entrar en el historial montañero de Pepín porque para eso escribió él un libro en que daba fe de sus muchas y celebradas escaladas, pero sí puedo contar algunas de las anécdotas que Pepe, que me tenía un afecto especial, me contó. Vamos con ellas.

         La primera es “su Guerra Civil” en el bando republicano. Le tocó acabar la Guerra en un campo nacional y Pepín recordaba cómo había un capitán republicano que quería escribir una obra de teatro sobre la Guerra. El capitán no tenía casi estudios (recordemos al personaje memorable de José Sacristán en la Vaquilla de Berlanga) y buscó a algún soldado que le ayudara. Encontró a un soldado alto, delgado y que trabajaba en un banco y le puso a escribir la obra con él. El capitán le iba dictando y Pepín iba escribiendo, pero cada dos  por tres, tenía que para y decirle, “mi capitán no corra usted tanto que no le alcanzo”. Sin embargo, el “dramaturgo” seguía a lo suyo y se emocionaba al recordar cómo los fascistas habían sido vencidos por sus soldados mientras el pobre Folliot sudaba tinta para seguirlo. Había que oír a Pepe recordando al capitán que decía: “Y llegaron los fascistas…”

         Luego, después de la Guerra, Pepín entró en el Banco de Santander y comenzó su devoción por don Emilio Botín (padre) y por Botín hijo. Para él, eran dos santos intocables. Recordaba cómo antes de la Guerra, en el ya mentado City Bank, les enseñaron a que el jersey no se cogía nunca con los pantalones, costumbre muy de la época y fue en el  City Bank en donde aprendió inglés, lengua en el que le gustaba leer algunos libros. Por cierto, que no os he contado que la madre de Pepín era francesa, de Burdeos, ni tampoco que José hablaba, más o menos a su manera, la lengua de Molière.

         Viajó mucho. Anduvo por el Cáucaso, por los montes Tatra en Polonia, por los Alpes, pero nunca cruzó el charco. En sus últimos años,  no faltaba todos los sábados  a la Pedriza para, en compañía y magisterio paellero de José Cruz Pérez Pardo, tomarse una paella y un café con leche que preparaba con la leche condensada en tubo La Lechera que guardaba en el la taquilla del refugio Giner de los Ríos. Por cierto, que en este refugio, rebautizado después de la Guerra como José del Prado, tiene lugar la tercera anécdota de Pepín.

         Estaban un día las viejas glorias del montañismo español en el refugio y llegaron unos “extraños”. Estaba con ellos un muchacho al que llamaban cariñosamente “Polito” y salió el jovenzuelo a ver qué querían. Al poco, entró “demudada la color” y les dijo:

-         “¡Oídme, esos dos que están ahí fuera dicen que,  si no salimos nos meten un bombazo!

-         ¡Cállate, Polito, y no digas tonterías!

-         ¡Os lo juro! Me han dicho que, si no salimos, nos meten un bombazo y nos vuelan el refugio!

-         ¡Que te calles ya, Polito, que te vamos a sacudir si sigues diciendo tonterías!

El pobre Polito lloraba como un alma en pena y ya salió Pepín.

-         ¿Quieren hacer ustedes el favor de no asustar al niño?

-         Es que lo que le hemos dicho es verdad: si no salen, les volamos el refugio.

-         Pero ¿qué dicen, “desgraciaos”? ¡De qué nos van a volar el refugio! Somos gente de orden que estamos aquí porque somos montañeros y hemos venido a escalar. Hagan el favor de marcharse y dejarnos en paz”.

 

Al ver que Pepín tardaba, salieron otros del refugio que también hablaron con los “extraños” que resultaron ser militares de servicio en la Pedriza buscando “rojos” o “maquis”. Sabedores de esta circunstancia (que como es obvio, desconocía el inefable Pepín) los amigos le dijeron a Pepín que se metiera en el refugio y que no saliera. Luego se lo explicaron todo y también le explicaron que los militares se interesaron “por ese tipo tan chulo que había salido antes”. Afortunadamente los dejaron en paz, pero eran tiempos de pocas bromas y al inefable Pepín le pudo haber costado un disgusto.

         Y así podíamos seguir. Os dejo para otro día contaros qué versos llevaba siempre Pepe en su cartera y cómo, cuando los leía, lloraba. Era sin duda, un ser distinto, un ser de gran sensibilidad, un raro que, en aquella España de machos de pelo en pecho, contrastaba y que sufrió mucho por ese ser distinto. Tenía, ya en su vejez, un gran parecido con Luis Escobar porque , como Escobar, era un caballero educado y cortés. Lo otro también lo era, pero eso ni le añade ni le mengua a su bondad, cultura y saber estar.

         Se fue allá por 1990 mientras dormía y ahora andará por el Naranjo de Bulnes (Urriellu para los amigos) al que ascendió también en los años treinta y del que descendió usando las clavijas de Schulze. Un grande al que tuve la fortuna de conocer y tratar.

         En la foto, está con abuela Patro, otra madrileña y de Chamberí, preparando castañas en La Fuenfría. Formaban una pareja de réplicas y contra replicas que parecían sacados de un sainete de Arniches. Y es que ya había madrileños antes de Isabel Díaz Ayuso. Que se sepa.

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