domingo, 25 de septiembre de 2022

LUIS ROSALES EN CERCEDILLA

 


En otoño, Cercedilla se llenaba de hojas doradas y los chopos de la carretera hacia mi querido Albergue de Peñalara, con sus hojas heridas de otoño, inundaban de una luz tan hermosa el valle que, por momentos parecía irreal, como si algunos duendes la hubieran fabricado en unos molinos misteriosos y arcanos en las entrañas de la tierra. Yo subía cada domingo a Cercedilla con la devoción del que sabe que va a asistir a un rito sagrado, pero antes, parábamos a desayunar en la Cafetería Florida, en donde estaban Mercedes y Victoriano con sus hijos. Mi abuela Patro había comprado en Guadarrama unas rosquillas de naranja que aún tengo en el paladar en esta mañana fría de septiembre y , en la cafetería de Mercedes, nos repartía una a cada uno. En una mesa, recuerdo a un hombre alto, de ojos azules y gafas gruesas, sentado con una mujer menudita. Mi abuela me decía al oído: “Mira, Luisito, ese es Luis Rosales” y yo sentía por él tanta veneración como por la luz de oro de los chopos de la cartera a la Fuenfría porque yo quería ser poeta y escribir poemas para que el cartero se los llevara a una niña de ojos claros comoo los ojos de don Luis.

         Años más tarde, cuando yo ya estudiaba Filología Clásica en la Complutense, se celebró un Aurrulaque y allí quedó su soneto divino “El pozo ciego”. Don Luis compartió con los asistentes su alegría mientras unos grupos folklóricos animaban el acto y un servidor se acercó a aquel hombre de ojos claros y le pidió que le firmara el libro de Selecciones Austral “Rimas”. Don Luis me lo firmó con tinta negra y tengo ese libro en mi biblioteca humilde con la misma reverencia que una reliquia de aquellos años en los que el otoño se vestía de oro en mis chopos del camino. Es más, hoy mismo, cuando lo he vuelto a abrir, mis ojos se han llenado de aquella misma luz que anunciaba el otoño en el valle de la Fuenfría y he visto aquellos ojos claros en la cafetería Florida, la de Mercedes y Victoriano. No me preguntéis cómo porque los poetas hablamos de lo inexplicable y no sabemos dar razones a lo que siente el corazón.

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