Mucho le debo a mi buen amigo Pablo
Perera en descubrimientos literarios y lo último que le debo es que me haya descubierto a Gospodínov del que
quiero tratar más despacio en una entrada o varias porque este autor búlgaro da
para mucho. No sé el tiempo que hacía que no me enamoraba tanto una lectura,
que no disfrutaba tanto con un libro, que no me sentía tan arrastrado por un
texto hasta el punto de que he parado, al volver del trabajo, en una sombra para seguir con esta lectura que
atrapa desde la primera línea porque la prosa de este hombre es seductora,
cautivadora, espléndida. Fina ironía, momentos que te aprietan el corazón y
otros en los que te ves como en un espejo. Ya me he encargado más lecturas de
este “descubrimiento” del que quiero leer compulsivamente todo lo que pille.
Pero de eso ya trataremos más adelante. Ahora os quiero hablar de unos de los
momentos más hermosos, de cuando Gospodínov habla de Odiseo en la isla de Calipso,
la de los dorados bucles, y decide el de Ítaca dejar la inmortalidad y los
placeres de Calipso la maga por su tierra. Podemos pensar que lo hizo por
Penélope, por Telémaco, por Euriclea, pero no, todo es más sencillo y, a la vez,
más profundo: quiere volver por el humo que
brota de la tierra quizás en las tardes de invierno cuando el viento del
mar invitaba a sentarse al humero. Yo recuerdo, caro Pablo, que en aquella
casita de Ávila a la que tú tantas veces fuiste y en la que yo moraba con mis
abuelos, prendía la lumbre al caer la tarde y, subiendo por aquellas escaleras
que llevaban a l Hospital Viejo, me paraba para ver el humo que salía de la
chimenea y, entonces, me sentía en casa porque el humo es lo que da vida a una
casa que es siempre – Gaston Bachelard dixit- la imagen de una madre. No he
podido por menos que traducir para vosotros (hace tiempo que no traduzco y sólo
leo en latín y en griego porque , después de mucho practicarlo, he llegado a la
conclusión de que no podemos transmitir lo que el poeta está diciendo) ese
pasaje maravilloso de la Odisea, ese libro que tanto gustaba a Borges del que
tanto gusta a s u vez este escritor búlgaro,. Ahí os va. Que los grandes helenistas
me perdonen el atrevimiento que me tomo tan sólo para que revivan aquellas
tardes abulenses y, con ellas, aquellas personas que habitaban la madre-casa:
ἀλλά
μοι ἀμφ᾽ Ὀδυσῆι δαΐφρονι δαίεται ἦτορ,
δυσμόρωι,
ὃς δὴ δηθὰ φίλων ἄπο πήματα πάσχει
νήσωι
ἐν ἀμφιρύτηι, ὅθι τ᾽ ὀμφαλός ἐστι θαλάσσης.
νῆσος
δενδρήεσσα, θεὰ δ᾽ ἐν δώματα ναίει,
Ἄτλαντος
θυγάτηρ ὀλοόφρονος, ὅς τε θαλάσσης
πάσης
βένθεα οἶδεν, ἔχει δέ τε κίονας αὐτὸς
μακράς,
αἳ γαῖάν τε καὶ οὐρανὸν ἀμφὶς ἔχουσιν.
τοῦ
θυγάτηρ δύστηνον ὀδυρόμενον κατερύκει,
αἰεὶ
δὲ μαλακοῖσι καὶ αἱμυλίοισι λόγοισιν
θέλγει,
ὅπως Ἰθάκης ἐπιλήσεται· αὐτὰρ Ὀδυσσεύς,
ἱέμενος
καὶ καπνὸν ἀποθρώισκοντα νοῆσαι
ἧς
γαίης, θανέειν ἱμείρεται.
Vamos
a ver si no he perdido facultades:
Pero
se me parte el corazón por el hábil Odiseo,
el
infeliz que ya hace mucho, lejos de los amigos,
penas
padece en una isla rodeada de agua en donde
está
el ombligo del mar. Isla boscosa en la que vive una diosa,
hija
de Atlante, el astuto, el que del mar, al completo, todos
los
abismos conoce y donde cuida de las grandes columnas
que
el cielo y la tierra separan.
Su
hija a este infeliz retiene que se queja
y
, sin cesar, con suaves y seductoras palabras,
lo
adula para que su Ítaca olvide; pero Odiseo,
deseando
ver el humo que brota de la tierra, morirse quiere.
Espero,
ex toto corde, que os haya gustado.
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