jueves, 27 de junio de 2024

UNOS PENSAMIENTOS VERANIEGOS SOBRE LA EDUCACIÓN POR COMPETENCIAS (II)

 


Hasta la gloriosa llegada de las “competencias” la formación en la educación se basaba en el desarrollo de las capacidades intelectuales del sujeto. Antes de las competencias, se adquirían unos conocimientos que formaban al sujeto desde un punto de vista intelectual, que miraban por lo que en el capítulo anterior llamábamos la σχολή, un tiempo “separado” para formar el espíritu: en definitiva un tiempo en que el alumno estaba libre del trabajo y podía dedicarse a lo más importante en el hombre clásico: la ψυχή o espíritu. Por supuesto que esos conocimientos no estaban orientados, ni conformados, ni tenían como finalidad sus posibles formas de uso o su empleo en el mundo laboral en sus futuros empleos o aplicaciones prácticas de estos saberes. Se buscaba el crecimiento intelectual para luego aplicar ese intelecto desarrollado a solucionar las diferentes situaciones, laborales o no, que la vida les fuera presentando. Por ejemplo, la formación matemática aspiraba a crear un sujeto con la suficiente capacidad lógica, científica o matemática que después podría (o no) aplicar en diferentes situaciones y profesiones. Cierto es que, desde siempre, había una pequeña parte de las asignaturas pensadas para su aplicación práctica, pero no era ese su fin último. La Universidad tenía como fin principal formar investigadores en los más diversos campos, pero no era un “semillero” de candidatos futuros a desempeñar diferentes funciones en la empresas.  Sin embargo, el sistema de competencias lo ha trastocado todo. Veamos  cómo.

         En primer lugar, tal y como hemos dicho antes, el conocimiento científico es teórico y crítico y desarrolla un pensamiento y sentido crítico que queda anulado en la educación por competencias. En el “antiguo régimen” formábamos personas completas, no personas para las empresas. Pero más nos vale no adelantarnos y seguir poco a poco.

         La educación tiene que estar al servicio del estudiante y también tienen que estar al servicio del estudiante (y de todos los ciudadanos) las necesidades de la economía y del mercado laboral que son, por naturaleza, cambiantes, proteicas, ese adjetivo que proviene de Proteo, ese dios del mar, para algunos hijo de Poseidón, que cambiaba continuamente de forma. Con la educación por competencias, la situación se invierte y es el estudiante el que se pone al servicio de la economía de mercado. Este estudiante tiene que ser competitivo ( de la misma raíz que “competencias”) en los mercados profesionales y del trabajo cuando la verdadera finalidad de la educación es formar seres humanos. Ahí radica lo “maléfico” (en sentido etimológico de “hacer el mal) de la educación por competencias. En este sistema que nos imponen,  se atomizan los saberes en multitud de competencias según las necesidades del mercado. Es por tanto, la educación al revés. De esta forma tan “sutil” reducimos el horizonte de lo que hay que aprender y le negamos a los alumnos el derecho de aprender mucho más de lo que tan sólo tiene que ser evaluado.

         La educación por competencias es “heteroconstructivista” (palabro de los paridores de este aborto), es decir, son otros los que construyen estas competencias, pero los apóstoles de las mismas se obstinan, por maquillar la realidad, en hablar de autoeducación, autoenseñanza, autoaprendizaje y mil zarandajas más que convierten al alumno del principal actor protagonista en  en el antogonista ( entiéndase al modo teatral) del profesor que es un facilitador cuando debería ser, en visión muy acertada de Del Rey, un “dificultador”, alguien que les descubre a los alumnos las dificultades y les pone a resolverlas teniendo en cuenta que cuanto más difíciles son los coonocimientso que el alumno comprende, más se desarrolla su inteligencia. Si se me perdona por la comparación, sería como si en una Invención de Bach, para facilitar al alumno su interpretación, acabáramos suprimiendo, por difíciles, las diferentes voces.

         Pero es que la educación por competencias no busca el desarrollo de la inteligencia del estudiante, sino la resolución de determinadas situaciones. Este es el máximo error epistemológico y educacional de este modelo educativo.

         Por si fuera poco, añadimos (con la ya citada Angelique Del Rey) que las competencias se enseñan de manera separada y se aprenden también de manera separada. Al final, no pensamos la educación desde el conocimiento, sino desde la oferta de mercado laboral. Y esto tiene un terrible peligro: los saberes son inmutables  como el ser de Parménides, pero las competencias deben variar de acuerdo con los mercados laborales y, si actuamos en puridad, estas competencias deberían revisarse y modificarse cada cierto tiempo pues, si no se hace así, dejarían de reflejar su relación con el mundo laboral que les da su razón de ser.

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