martes, 16 de julio de 2019

HIMMLER, FRANCO, EL GRIAL Y UNOS TORITOS EN LAS VENTAS


Un 19 de octubre de 1940, por la frontera de Irún, entraba en España, invitado por José Finat y Escrivá de Romaní, Director General de Seguridad, Heinrich Himmler. Esa noche, cenó con Franco en Burgos y, a la mañana siguiente, el líder nazi llegaba a Madrid por la Estación del Norte en donde fue recibido por todos los gerifaltes del Gobierno y de la Falange (más o menos es decir lo mismo). Franco lo recibió en el palacio de El Pardo como “a un príncipe soberano”, pero el ferrolano causó muy mala impresión al alemán pues le pareció un personaje pobre, de poca enjundia política y de no tan vasta cultura como él. Su jefe diría un poco después aquello de que “Franco está en la historia como Pilatos en el Credo”. Como los próceres españoles no sabían qué hacer con Himmler, se lo llevaron a una corrida de toros con un cartel de lujo: Pepe Luis Vázquez, Marcial Lalanda y Rafael Ortega “Gallito”. Pero al nazi no le gustó la corrida a la que consideró un espectáculo sangriento y cruel. (Mejor me callo). Pero ¿qué le traía a este personaje a España? Una misión muy concreta: preparar la entrevista entre Franco y Hitler en Hendaya; y otra más oscura u oculta: ir a Montserrat para ver si estaba allí el Santo Grial. Wagner en su Parsifal habla de Monsalvat y Himmler, gran aficionado a Wagner y también al ocultismo y a la teosofía, estaba convencido de que en Montserrat se conservaba el Grial. Andreu Ripoll Noble fue el fraile que habló con él pues era el único en la abadía que hablaba alemán y le hizo ver que no estaba allí lo que buscaba, que allí lo único que tenían era a la Moreneta.  Esto que cuento está mucho mejor contado en un libro curioso, La abadía profanada, cuya autora es Montserrat Rico Góngora y en él se cuenta que una de las obsesiones de los nazis era demostrar que Cristo era ario sin darse cuenta de que rea vasco pues, como sabemos todos, era Dios y hombre “a la ves” (cada tonto con su tema y con su chiste).

         Resumiendo que Himmler se llevó un chasco y, quizás para consolarlo, le invitaron a que visitara algunas cárceles y campos de concentración franquistas. El líder alemán sintió disgusto por estos lugares, pero no por razones humanitarias (pocas lecciones podía dar de humanidad tan siniestro ario),  sino porque, a su modo de ver, eran “políticamente muy contraproducentes” pues Franco necesitaba mano de obra para levantar un país arrasado por una Guerra Civil. Es más, Himmler recomendó a Franco y a su cuñado, Serrano Suñer, que “pasaran página” para evitar que toda la vida nacional “siguiera girando sobre la tragedia nacional”. Ni uno ni el otro le hicieron caso y la represión franquista siguió “algunos” años más.  Me fastidia reconocerlo, pero Himmler tenía razón, aunque quizás no estaba el horno para los bollos de la reconciliación.  Claro que lo anterior no me cuadra con que quedara en Madrid a Paul Winzer con el encargo de preparar a la Policía Armada y a la Policía Secreta, dos nuevas creaciones del Régimen. En fin, que Himmler se marchó sin el Grial y se debió de dar cuenta de que el ferrolano, tan bajito y con bigote, cuando se le metía algo entre ceja y ceja, no le hacía cambiar de opinión ni la mano derecha de Hitler. El propio “sonámbulo”, como lo llama William Volmann en esa genial novela que es Europa Central, se daría cuenta poco después, cuando se entrevistó con él,  y es fama que,  al salir, dijo: “Prefiero sacarme una muela que volver a hablar con este Franco”. A xente  do Ferrol son así. ¡Qué imos facer!


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