miércoles, 17 de julio de 2019

LOS FEOS DE VILLALPANDO




Érase una vez un pastelero que se equivocó, pero, en lugar de tirar la masa, decidió aprovecharla. Esta curiosa historia tuvo lugar en Villalpando, un pueblo de Zamora,  y el pastelero se llamaba Sinforiano Burgos. Villalpando no tiene buena prensa entre los viajeros que van camino de Asturias por la nacional VI y así, los que no saben o no pueden ver la belleza de este lugar castellano, dicen que es “esa parada infernal de media hora para que pienses con cierta desesperación por qué vivir en Madrid” o  que es un “lugar de bocadillos de goma y frío helador, donde siempre temes equivocarte de autobús y perder tu maleta, vórtice temporal donde te visitan los fantasmas de todas las Navidades con desamor”. ¡Qué poética anda la gente viajera, Señor, y qué injusta es con esta esta capital de partido judicial!  Si se quedaran un poco más, verían sus iglesias mudéjares, su puerta de la muralla, su Raso y, si hubieran entrado con tiempo en algún bar, les habrían contado las mil y una veces que Andrés Vázquez, el torero de la tierra, abrió la puerta grande de Las Ventas y cómo, con ochenta años,  le cortó dos orejas y un rabo a un toro de Victorino Martín.  Pero tienen demasiada prisa y se van buscando los prados del norte, los prados de la su tierra.
         Pero, con esta apología de Villalpando,  he dejado colgado al pobre pastelero con su masa equivocada. En fin, don Sinforiano cogió aquella masa y siguió adelante; cuando la sacó del horno, aquella masa se había convertido en unos pastelillos horriblemente feos, pero muy ricos de sabor que con el café de media tarde o con el del desayuno sabían a gloria bendita. Parece ser que don Sinforiano no paraba de repetir al verlos: “¡Pero qué feos son!” Y con feos se quedaron.
         Tan curiosa historia la cuenta, a quien se quiera acercar por la capital de la Tierra de Campos zamorana, la Intercatia romana, Luis Mi Burgos, nieto de don Sinforiano que ha dejado el negocio a sus hijas Raquel y Maite. La pastelería, por cierto, no tiene pérdida: está en la plaza mayor y responde al nombre de La Concepción pues fue  este pueblo zamorano, en 1466,  el primer pueblo que votó a favor de la Inmaculada Concepción de María muchos años antes de que se aprobara el dogma de fe.
         Otra vez me he alejado de la historia, pero esta vez con razón pues no puedo contar más sobre los feos. Quedaría saber en qué se equivocó don Sinforiano, pero ese es un secreto que pasa de padres a hijos en la familia Burgos y que no sabremos mejor jamás. Hay que conformarse con la suerte.


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