domingo, 13 de agosto de 2023

OCTAVIA LA MENOR O EL ORO EN EL BARRO

 


Quizás me estoy poniendo un poquito pesado con Marco Antonio, pero es que el personaje da para esto y para más. Como siempre me ha gustado más buscar el oro en el barro que el barro en el oro, quisiera parar mientes en una mujer que es una luminaria en medio de tanta oscuridad: Octavia, la hermana de Octavio y segunda mujer de Antonio. Cuando murió Fulvia, la primera mujer de Antonio, las gentes del círculo de Octavio pensaron que sería muy bueno, políticamente hablando,  casar a su hermana con Antonio pues así se podía trabajar mejor para que hubiera un entendimiento entre ellos. La idea no era mala y la pobre Octavia cargó con Antonio a sabiendas de que tendría que compartirlo con Cleopatra. Os remito a la inmortal obra de Shakespeare, Antonio y Cleopatra, para que podamos ver juntos el cabreo que se cogió la egipcia cuando se enteró del matrimonio de su muy amado Antonio pues, según el inglés que sigue a Plutarco en todo momento, se puso a preguntar cómo era la tal Octavia y si la superaba en belleza ( más o menos como la reina de Blancanieves delante del espejito mágico). Y Octavia no era guapa, pero era una romana a carta cabal, con una dignidad y un sentido del deber verdaderamente encomiable. La pobre se vio en la casa de Antonio en Atenas y cuidó de los hijos que tuvo su santo esposo con Fulvia, de los que tuvo con ella y de los que también tuvo con Cleopatra. Cuando se separaron, Antonio la echó de la casa de Atenas y la pobre se marchó para Roma con toda la “chiquillería”. Una gran mujer que quizás no mereció Antonio, pero esas cosas pasan en los matrimonios en los que muchas veces la el hombre no está  la altura de la mujer. Daos cuenta además de que la pobre estaba entre dos fuegos pues, como hermana de Octavio, defendía y se preocupaba de su hermano y, como esposa de Antonio, hacía otro tanto por él. De nuevo recurro a Plutarco que nos lo cuenta con una extremada sutileza y claridad:

ἡ δ' ἀπαντήσασα καθ' ὁδὸν Καίσαρι καὶ παραλαβοῦσα τῶν ἐκείνου φίλων Ἀγρίππαν καὶ Μαικήναν, ἐνετύγχανε πολλὰ ποτνιωμένη καὶ πολλὰ δεομένη μὴ περιιδεῖν αὐτὴν ἐκ μακαριωτάτης γυναικὸς [35.4] ἀθλιωτάτην γενομένην. νῦν μὲν γὰρ ἅπαντας ἀνθρώπους εἰς αὐτὴν ἀποβλέπειν, αὐτοκρατόρων δυεῖν τοῦ μὲν γυναῖκα τοῦ δ' ἀδελφὴν οὖσαν· "εἰ δὲ τὰ χείρω κρατήσειεν " ἔφη "καὶ γένοιτο πόλεμος, ὑμῶν μὲν ἄδηλον ὅτῳ κρατεῖν ἢ κρατεῖσθαι πέπρωται, τὰ ἐμὰ δ' ἀμφοτέρως [35.5] ἄθλια." τούτοις ἐπικλασθεὶς ὁ Καῖσαρ ἧκεν εἰρηνικῶς εἰς Τάραντα, (…)

Encontrándose por el camino con César (Octavio) y acompañada por dos amigos de éste, Agripa y Mecenas, terció con toda clase de súplicas para que no permitiera que pasara de ser la mujer más afortunada a la más desgraciada pues, en  ese momento, todos la miraban con consideración al ser la esposa de un emperador ( entiéndase en el sentido de general tal y como es en latín) y la hermana de otro, pero, “si ocurre lo peor, , decía y se produce una guerra, no está claro a cuál de vosotros reserva el destino vencer o ser vencido, pero, para mí, será una desgracia en ambos casos.” Conmovido César (Octavio) por estas palabras, llegó a Tarento con intenciones pacíficas (…)

Nos sigue contando Plutarco que agasajó Antonio a César y llegaron a un acuerdo en las naves. Cesar, ansioso como estaba por Sicilia, partió hacia allá y Antonio, tras dejarle a Octavia los hijos que había tenido con ella y los que había tenido con Fulvia, se marchó para Asia.

         Ya veis, las palabras sinceras y nobles de eta mujer modélica retrasaron, por desgracia tan sólo durante un corto tiempo, la batalla final que tarde o temprano acabaría estallando pues no sólo eran dos generales los que luchaban, sino dos maneras de entender el mundo.

         Pero no sólo esto, sino que también, cuando Antonio enviaba a Roma a algún amigo para que obtuviera una magistratura (ya existía el tráfico de influencias que no lo ha inventado Alfonso Guerra y Julio Feo), Octavia intercedía por la persona ante su hermano Octavio.

         Dan ganas de decir, cambiando un poco los versos, aquello del Mío Cid:

         “Que buena mugier, si oviesse buen marido”.

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