domingo, 14 de junio de 2015

LA LLUVIA AMARILLA


Creo que se está cometiendo una gran injusticia con ese buen escritor que es Julio Llamazares porque, entre tanta bazofia como se publica hoy en día, Llamazares proclama una literatura del recuerdo, una literatura de la vida y del sentimiento que se agradece. Poeta sobre todo y poeta también en su prosa, los libros de Llamazares me han gustado siempre mucho y han marcado mi manera de escribir. Su viaje portugués me dio el tono para escribir El camino del Duero. Es así y así lo reconozco: suum cuique. Todo esto viene  a cuento porque acabo de releer La lluvia amarilla que les mandé  a mis alumnos y su relectura me ha vuelto a producir  grandes satisfacciones que han sido incluso mayores que las de su  primera lectura quizás porque estoy ahora más “leído” que hace veinte años. Me sigue emocionando la llegada de la muerte, esa lluvia amarilla, a ese pobre Andrés en ese pueblo abandonado en el Pirineo que es Anielle y como la va aceptando serenamente mientras los fantasmas de sus antepasados se sientan en la cocina. Algún crítico baboso dijo que no correspondía el lenguaje a un aldeano pirenaico, es decir, que no había lo que en teatro barroco se llama el decoro, pero este crítico no vio que en Andrés, el aldeano de Anielle, todos estamos metidos porque ante la muerte, como dijo aquel campesino en el réquiem de Sender, todos estamos solos. Pero es que de los críticos tampoco vas a esperar mucho.

 

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