martes, 27 de marzo de 2018

DOS HISTORIAS CON FINAL TRISTE





La historia de Jefté

Érase una vez un juez de Israel que se vivió en aquellos tiempos difíciles en que los israelitas  habían vuelto a adorar a Baal y a Astaroth. El Dios de los israelitas no sufrió este abandono e hizo que comenzara una guerra entre los filisteos y los amonitas. Jefté había sido desheredado y expulsado por sus propios hermanos y se había marchado a la región de Tob. Mas los ancianos de Galaad lo intentaban convencer para que regresara y se pusiera al frente de las tropas que iban a luchar contra los amonitas. Jefté se negó en un principio, pero luego aceptó con la condición de que se le conservara su posición de “mando”. Los ancianos aceptaron y Jefté pronunció un terrible juramento:
quicumque primus fuerit egressus de foribus domus meae mihique occurrerit revertenti cum pace a filiis Ammon eum holocaustum offeram Domino.
es decir:
Cualquiera que salga primero por las puertas de mi casa y se encuentre conmigo a mi regreso victorioso sobre los hijos de Amón lo entregaré como holocausto al señor.
         Como suele ocurrir en estos casos, el primero que sale es alguien muy querido para el que jura y, en esta ocasión, fue la hija de Jefté la que salió y a la que su padre tuvo que sacrificar.
         No voy a entrar en la hipótesis de Bullinger por la cual habría que entender que existía una conjunción adversativa en el texto (conjunción que no aparece en la Vulgata de San Jerónimo) y que habría que entender por tanto, “entregaré a Yahvé o sacrificaré en holocausto”, pero sí que es verdad que, siguiendo esta hipótesis, cobra más sentido el que la hija de Jefté regresara a los dos meses tal y como aparece en Jueces 11:39

expletisque duobus mensibus reversa est ad patrem suum

Habiendo pasado los dos meses , volvió junto a su padre.
         




La historia de Idomeneo
Idomeneo fue rey en la isla de Creta, hijo de Deucalión y nieto, por tanto de Minos. Participó en la Guerra de Troya y, al volver, sufrió una terrible tempestad. Al igual que Lutero que, sorprendido por una tempestad, juró hacerse monje si se salvaba, Idomeneo hizo un juramento a Posidón, dios del mar y de las corrientes subterráneas diciendo que le ofrecería en sacrificio al primer ser vivo con el que se encontrara. Cuando Idomeneo desembarcó, al primero con que se encontró fue con su propio hijo que, dicho sea de paso, se podía haber estado quietecito en casa porque, en ocasiones, por hacer un bien y cumplir una obligación moral y religiosa como es honrar a tu padre, puedes acabar sacrificado como acabó el pobre muchacho pues Idiomeneo, que debía de ser de Aragón, siguió en sus trece y dijo que cumplía su juramento. Sacrificó al hijo y , en justo castigo por ser tan testarudo, la peste cayó sobre Creta.
         A la primera historia le puso música Handel y a la segunda Mozart. Pero eso es, nunca mejor dicho, otro cantar. Otro cantar con el que hubiera sido muy dichoso, como espero que lo sea con esta humilde entrada, mi muy querido don Antonio Ruiz de Elvira.

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