martes, 27 de marzo de 2018

LAS MUY LOCAS HEROÍNAS DEL BEL CANTO





Estamos a principios del siglo XIX y entre las heroínas de las Óperas parece que hay toda una epidemia de locura: Imógene, la joven viuda de El pirata de Bellini, tiene visiones con su marido y con su hijo; Elvira, en I Puritani, pierde la razón cuando Arturo la abandona a los pies del altar para, aparentemente, irse con otra mujer; la Anna Bolena de Donizeti no cree que la lleven al suplicio, sino a sus bodas y pide que la lleven a la casa en la que pasó su infancia; Lucia di Lamermoor aparece ensangrentada en la famosísima “escena de la locura” y revela que ha asesinada al marido con la que la obligaron a casarse y, por último, la heroína de Linda de Chamonix, cae en la demencia cuando sabe que Carlo se va  a casar con otra. En La sonnambula, Amina anda también por el mundo de los sueños. ¿Qué les cocurre a las mujeres románticas? Vamos a intentar analizarlo despacio.
         En el siglo XVIII, la razón lo preside todo, pero, cuando en Alemania llega el movimiento Sturm und Drang, las cosas cambian y los héroes pueden expresar su subjetividad y alcanzar paroxismos emocionales. Cuando Goethe publica Die Leiden des jungen Werthers que termina con el suicidio del joven, el mundo de los sentimientos, en ocasiones desenfrenados, preside los temas de novelas y en literatura surgen dos movimientos:  la Schauerroman, o novela del espanto, y la novela gótica que comienza con El Castillo de Otranto de Horace Warpole y que tiene su apogeo literario – filosófico en el Frankestein de Mary Shelley.
         Estamos en una época en la que Freud no ha escrito sobre los sueños, pero se comienza en estas obras a tratar los sueños de las mujeres y, al llegar a finales del siglo XIX,  se ha recorrido un largo camino que tiene como final considerar que la sexualidad femenina ( ese gran misterio para los hombres), puede ser analizada por medio de los sueños y por los ataques de locura y de histeria momentáneos. Para el varón, la mujer, desde los griegos, ha sido un ser misterioso, amado y temido, difícil de comprender, pero atractiva, capaz de cuidar y dar la vida por sus hijos, pero también, como Medea, matarlos para hacer sufrir a Jasón. La muerte de Penteo en las Bacantes a manos de unas mujeres enloquecidas revela el miedo que el hombre tiene por la mujer, un ser con el que, como hemos dicho antes, comparte su vida, pero apenas conoce. Hasta tal punto se asoció la mujer con los trastornos psíquicos que histeria viene de la palabra griega para el útero. Que una mujer fuera histérica entraba dentro de los normal, pero que un hombre cayera en la histeria suponía todo un desdoro para él y para su sexo.
         Pero sigue la pregunta en el aire: ¿por qué se vuelven locas las mujeres y no los hombres en las óperas románticas? Se puede apuntar como razón que la mujer, durante muchos siglos (en España, hasta 1977, con la reforma del Código Civil) había sido una menor de edad. Para los romanos y los griegos, la mujer era una “niña” a la que había que proteger y que no tenía capacidad de ser testigo en los juicios. Era un ser débil ( el sexo débil se la llamaba y aún se la llama), muy sensible, ( llorar no es de hombres) y , en momentos de locura, cometer horrendos crímenes. Además, la mujer era muy inestable y, como decía el duque de Mantua en Rigoletto,
La donna è mobile
qual piuma al vento
muta d'accento
e di pensiero.

Por esa debilidad, la mujer, cuando es abandonada o sufre, cae en la locura porque es su manera natural de defenderse frente al macho dominante. Pero es que además, la mujer loca tiene la “parresía” de los cínicos, esto es,  puede decir y hacer lo que le venga en gana y echar en cara a la sociedad de hombres, que no lloran ni enloquecen porque han nacido para ser los machos alfa de la manada, lo que siente en su corazón.
         A finales del XIX, las heroínas cambian y así nos encontramos con una Tosca, mujer fuerte y valiente, que lucha contra Scarpia aunque el resultado no sea muy bueno.
         En fin, el tema es complejo y lo retomaremos en otra ocasión. Aquellas mujeres enloquecidas de la ópera de principios del XIX nada tienen que ver con las mujeres del siglo XXI que ya no necesitan de la locura para expresar sus pensamientos. Pero ¿no nos siguen dando  a los hombres un poco de miedo? Ya me diréis.

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