viernes, 14 de junio de 2019

LA PRINCESA Y LOS FIORDOS



Hace muchos años, tuve la suerte de conocer Covarrubias, en las tierras burgalesas de Mío Cid. Dentro de la colegiata, hay una tumba con una campanita de la que cuenta la tradición que, si una chica se quiere casar, deberá tocar la campanita y un príncipe llegará a su vida. Y toda esta curiosa tradición viene porque la chica que está enterrada es la princesa Cristina de Noruega, a la que mandaron para España a casarse con un hijo del rey Alfonso X “El Sabio”. La muchacha, tras un largo viaje por mar y por tierra, se llegó hasta Soria y, desde Soria,  a Sevilla. A mí siempre me produjo una honda pena esta pobre princesa que murió sin volver a ver las tierras de su norte, de ese norte que también es el mío, de ese norte con el que yo soñaba en mi infancia lejana. Estoy convencido de que Cristina murió de saudade en su jaula de plata del palacio sevillano en el que vivía. Me he decidido a escribirle este poema por si alivio su espera de los crujidos del bosque en primavera.



CRISTINA DE NORUEGA

Nieve y fiordos regresan a mis sueños


frente al viento de fuego que enciende Sevilla.
De nada me valen las altas palmeras,
ni el río que lleva los barcos al mar
si no puedo volver al blanco silencio del bosque.
No quiero esta luz que araña mis ojos
claros y profundos como el remanso de un río.
Sé que pronto moriré añorando los días
de hielos oscuros y auroras ocultas.
Caminante, si es que un día pasas por mi tumba,
peregrino al azar tu alma sin dueño,
en la santa Covarrubias que besa el Arlanza,
recuerda que en ella añora Cristina
los lentos crujidos de la primavera del roble.


No hay comentarios:

Publicar un comentario