lunes, 2 de julio de 2018

LA EDUCACIÓN SEXUAL DE LA MANADA


        

 Llevamos varios meses con el tema de la manada (siempre en minúsculas porque otra cosa no se merecen) y he oído las voces de las mujeres pidiendo, con toda la razón del mundo, la condena para esos bestias; he oído a juristas y a abogados; a padres y a madres, pero no he oído algo que me parece fundamental: la falta de una educación sexual seria y responsable en los colegios e Institutos. La manada no nace, la manada se hace, se forma en los vídeos (miles de vídeos infames) que circulan por las pútridas redes en las que el sexo lleva una carga despiadada de violencia y así los adolescentes - y los que no lo son tanto-,  llegan al sexo sin otra educación que la que han recibido en ese albañal infecto en el que hozan. Por desgracia, tanto a las chicas como a los chicos( ya en edad adolescente) su idea del sexo es tan burda y poco respetuosa, tan poco delicada, con tan poca ternura que me recuerda a aquel chiste un tanto bestia, pero que cada vez, por desgracia, es más actual: un hombre llega a su casa tras el trabajo, su mujer le pide un beso y el hombre, irritado y casi ofendido, le dice que los besos son de señoritas y que lo suyo es follar. Sin una educación sexual - que ya no se imparte porque se da por hecha y no es cierto-, es muy difícil que los adolescentes dejen de ver el sexo como un juego más: tengo una colita y yo una rajita y con la colita y la rajita jugamos a pasar un ratito. Me acuerdo mucho de Juan Cardona cuando, en una de esas charlas que teníamos en su casa, me decía: la represión sexual hizo mucho daño, pero la liberación sexual le está haciendo todavía más daño a la humanidad.
         Pero una educación sexual seria lleva tiempo, dinero y profesionales bien preparados, no monitores que repartan preservativos como  caramelos y que les hablan a los chavales del punto G. Estamos en un mundo en que la ternura es la gran desconocida y los chicos, rebosantes de testosterona, se llevan de calle a unas chicas que, no comprendo por qué, les bailan el agua y entran al cipote (no me he confundido) con total desparpajo. Hoy cualquier adolescente de Instituto es un macarra, un lenón, un chulo de putas que maneja a varias pibas sin que éstas, vestidas,  en ocasiones de una manera que avergonzaría a la más experimentada puta de las madrileñas calles de la Ballesta, Montera o Caballero de Gracia,  le pongan en su sitio con una implacable patada en los mismísimos cojones y sin que un padre responsable le diga a su hija aquellos versos que decía Pepe Pinto y que con tanta gracia recitaba mi abuelo Julio:
María Manuela, ¿me escuchas? 
Yo de vestidos no entiendo, 
pero... ¿te gusta de veras 
ese que te estás poniendo? 
Tan fino, tan transparente, 
tan escaso y tan ceñido, 
que a lo mejor por la calle 
te vas a morir de frío. 
         Repito: la manada la estamos creando entre todos yendo de modernos, de liberados, de repartidores de condones en las clases y olvidando la ternura, el afecto, la sensibilidad. Es normal que una niña deje de ser virgen a los doce años y que un chaval de catorce haya follado más que un lenón de Plauto. Ahora que se acerca san Fermín, esa fiesta fantástica a la que antes iban a correr y ahora  van a correrse, pondremos el grito en el cielo si, Dios no lo quiera, nos abren los noticieros con la triste noticia de que otro grupo de bestias ha saltado sobre la libertad de una mujer. Pondremos el grito en el cielo porque somos unos hipócritas; porque defendemos la inmoralidad y porque hacemos del sexo un juego para que nuestros niños se desfoguen. Si la represión hizo generaciones de gentes reprimidas, la liberación del sexi loco está creando monstruos que no ven más allá de su glande ni más allá de su vulva. Aquí todos somos  la manada.

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