miércoles, 20 de agosto de 2025

LA PALMERA LEVANTINA

 


Cuando el viajero contempla esta palmera levantina en la playa de Vinaròs, no puede sino acordarse de ese poema de “su” Miguel Hernández al que puso música, en su segundo disco dedicado al poeta de Orihuela y cuya presentación coincidió con el centésimo aniversario de su nacimiento, Joan Manuel Serrat. Esa es una de las maravillas de la poesía: que vemos el mundo con los ojos de los poetas. Por eso, el viajero se limita a copiar ese poema y no añadir nada más porque ya lo dijo todo antes, más y mejor el eximio poeta alicantino. Ahí os lo deja mientras lo apunta en su libretilla de poemas que le ayudan a vivir.

 

La palmera levantina

 

La palmera levantina,

la columna que camina.

La palmera... la palmera...

 

La palmera levantina,

la que otea la marina,

la mediterránea era.

 

la que atrapa la primera

ráfaga de primavera

la primera golondrina.

 

La que araña los luceros

y se ciñe los encajes

de las nubes a los zancos datileros.

 

La que brinda sol en grano al verderol.

La que se arroja de bruces contra el Sol.

 

El magnífico incensario

que se mece solitario.

La palmera... la palmera...

 

Al final de una colina,

contra azul extraordinario...

¡la palmera levantina!

 

La palmera lo primero

que vé el ojo marinero

de los mares de Levante.

 

La palmera la que encuna

al arcángel de la luna,

¡la palmera de Alicante!

 

Vedla, fina,

palpitar en el confín.

Vedla, presa, en la retina

de Azorín.

 

La palmera... la palmera...

 

Como manos compañeras,

al dejar mis anchos valles

y marchar de una mentira bella en pos, como manos,

desde fondos de horizontes y colinas

me dijeron las palmeras

levantinas,

´´¡adiós!´´


EL VIAJERO ANTE LA TIENDA DE ÁNGEL GINER EN VINARÒS

 


En ocasiones, para el que sabe ver por dónde va, un pequeño  detalle revela un mundo como si fuera un Aleph    borgiano en miniatura y, al veredero, este pequeño detalle le basta para descubrir el pasado de una ciudad: un mercado cuidado, un templete de música o, como en este caso, la portada modernista de una tienda. En esta ocasión, se trata de la tienda de Ángel Giner en Vinaròs. Esta portada le habla de una villa cuyo comercio abarcaba toda una comarca ( el Bajo Maestrazgo); de recias mujeres de campesinos y de pescadores que iban a esa tienda en mañanas de mercado; de otras mujeres, esposas santas de pescadores, arreglando las redes; de un casino con señoritos que no han leído un libro en su vida, pero que se releen el periódico para ver en qué teatro madrileño se “echa” una  revista de la Celia Gámez y así hacerse una escapada a la capital y echar una cana al aire. Esta tienda le habla al viajero de las  tropas nacionales que tomaron Vinaroz para cortar en dos lo que quedaba de la España republicana. De una abuela que va a buscar un regalo para su nieto y de una futura mamá que va a comprar la ropa para el canastillo de su hijo. De un joven enamorado que, creyéndose Ausías March,  va escribiendo unos versos en valencià a esa novia que le mira pasar desde un balcón con los visillos corridos; de una joven que sueña amores con un pescador que “al langostino se fue”, como el pescador de María la Portuguesa y que volverá trayendo en su barco reflejos azulados como los ojos de su novia. Escucha también el viajero el eco lejano de los canjilones de una noria y un perro que ladra en una alquería; de un faro que corta la noche y del vent del mar que mueve  los ramos de las palmeras levantinas, ésas a las que canto con gracia y donaire ese gran poeta alicantino que fue Miguel Hernández. Todo esto se le ocurre al viajero mientras no se atreve a bajar los ojos porque, debajo de tan hermosa portada, aparece la marca de una franquicia. Recuerda lo que le ocurrió en Oporto en donde uno de sus mejores y más afamados cafés había pasado a ser un Burger King. Se va el viajero con la pena de haberse perdido todo lo que ha sentido ante la puerta de la que fuera antigua tienda de Ángel Giner. Y, para sus adentros, maldice al tiempo que todo lo trastoca.

domingo, 17 de agosto de 2025

EL GENERAL DÍAZ PORLIER O ASÍ TRATA ESPAÑA A SUS HÉROES

 


La calle del General Díaz Porlier, si la memoria no me falla, empieza en la calle Alcalá y termina en la ya muy traída y llevada en este blog de General Oraa (sin acento, por favor). Después de la guerra incivil,   pasó a llamarse Hermanos Miralles en honor de tres hermanos “pilaristas” de los que os hablaré en otra entrada, Deo volente. En el colegio de los Calasancios, en donde estudió mi muy admirado Emilio Butragueño, hubo, desde agosto de 1936, una cárcel, la cárcel de Porlier que tanto nombraba mi abuela Patro, que, al comienzo de la República, fue, previa incautación del gobierno republicano del edificio, un albergue para niños abandonados. De esta cárcel salieron algunas sacas de presos que acabaron en Paracuellos. Acabada la guerra, los nuevos “amos” decidieron que siguiera siendo cárcel y en ella estuvieron presos tan famosos como Miguel Hernández y Antonio Buero Vallejo, gran dibujante además de extraordinario dramaturgo que, aprovechando sus dotes para el dibujo, le hizo un retrato a Miguel Hernández que suele aparecer en casi todos los libros de texto. Pero ¿quién fue Díaz Porlier?

         Lo primero, deciros que nació en Cartagena de Indias y que su actuación durante la Guerra de la Independencia le valió el grado de Mariscal de Campo pues fueron muchos los actos heroicos que llevó a cabo. Hasta tal punto que Porlier terminó la Guerra como un auténtico héroe nacional. Don Juan, además de luchar contra los gabachos,  también había hecho todo lo posible para que Fernando VII regresara a España, pero, como a otros muchos españoles, a Porlier no le gustó el que el “Deseado”, por medio del Manifiesto de los Persas, redactado por los diputados absolutistas de la Constitución de Cádiz, iniciara un reinado absolutista y contrario a los principios que habían informado la Constitución de la antigua Gades. Díaz Porlier se puso en contacto con otros españoles disconformes con Fernando VII, pero, sin embargo, no contaba con un traidor: su amanuense , Agapito Alconero, lo delata y es detenido en Madrid en la madrugada del 29 de mayo y el 16 de julio condenado a cuatro años de cárcel en el Castillo de San Antón, en La Coruña. Ya sabéis que Roma no paga a traidores, pero se aprovecha de ellos. Al poco, salió con prisión atenuada para tomar baños en Arteixo y pasa a residir en Pastoriza, en casa del palentino Andrés Rojo del Cañizal que también era correligionario suyo. Será en casa de Andrés Rojo en donde prepare el Pronunciamiento de La Coruña, ciudad que tomó en menos de dos horas y en la que proclamó la Constitución de Cádiz.

         Sin embargo, el arzobispo de Santiago, Rafael de Múzquiz y el general Pesci reúnen unas tropas que llegan a Sigüeiro mandadas por el general José Javier de Imaz, que era el comandante militar de aquella plaza. No sé si alguien me puede explicar qué hacía el arzobispo de Santiago reuniendo tropas. En fin, vamos a dejarlo.

         Ya es noche cerrada cuando paran las tropas de Porlier en Merelle, a la entrada de Órdenes. El general se pone a escribir al amor de la lumbre, pero treinta y nueve sargentos (ni uno más ni uno menos) del 6º Regimiento de la Marina, que habían sido comprados por un agente que se había infiltrado en la columna,  lo detienen. Es el sargento Antonio Chacón (se llamaba como el célebre cantaor flamenco don Antonio Chacón) quien detiene a Porlier que fue “juzgado” y ahorcado pues, al haber sido degradado, no tuvo el privilegio de “ser fusilado”.

         Su viuda, Josefa Queipo de Llano  ( ¿será antepasada del general Queipo de Llano que nació en Tordesillas?) quedó encerrada en el Colegio de Huérfanas de Betanzos custodiada por Feliciano Vicente Faraldo, funcionario de ideas absolutistas y padre del liberal Antolín Faraldo, que no le permitió abrir los baúles en los que guardaba los objetos personales de su marido. Tuvo que esperar doña Josefa al pronunciamiento de Riego en 1820 para llevar a su marido desde la capilla de San Roque al convento de San Agustín y también para poder abrir los baúles. Poco duró la alegría en la casa del pobre porque los Cien mil hijos de San Luis, con el duque de Angulema al frente, devolvieron a España a un régimen absolutista y los restos de Porlier peligraban por lo que sus amigos liberales lo volvieron a llevar a la capilla de San Roque, más en concreto bajo el altar de San Antonio. Así paga España a sus héroes.

VICENT ANDRÉS ESTELLÉS, EL POETA DE BURJASOT

 


Con esto del veraneo en Vinaròs, me he puesto a leer a algunos autores que tenía olvidados o cubiertos de polvo. Este es el caso de Vicent Andrés Estellés, el poeta de Burjasot, cuya aportación a la lengua valenciana fue enorme gracias a su poemas que tuvieron- y tienen- un gran éxito de lectores ( en fin, si se puede hablar así tratándose de poesía). El valenciano experimentó todo un renacimiento por lo que este poeta es comparado con Ausiàs March o Joan Roís de Corella. Tengo que deciros que he leído una buena antología ( si es que hay alguna buena) que recoge lo más selecto o granado de su obra y que está a cargo de Àngels Gregori Parra y Mario Obrero, poeta joven que emerge últimamente con inusitado vigor. Andrés Estellés es muy conocido por las versiones musicadas de sus poemas y, especialmente, por la versión de su poema Els amants que musicó, entre otros, Ovidi Montllor, cantante y actor que nos dejó hace ya treinta años con tan sólo cincuenta y tres. Lo recordamos por Furtivos de Borau y por esa obra maestra que es El nido de Jaime de Armiñán en donde hacía del guardia civil que es el padre de la chica protagonista junto con Héctor Alterio. Sin embargo,   me gustaría recoger  en esta entrada su Cançó de Bressol, también muy musicada por diferentes cantantes. Escrita en octosílabos y con un innegable regusto popular, el poema o canción recoge la preocupación por la muerte, una de las tres heridas incurables del ser humano. Os dejo el poema: que he traducido haciendo un alarde de valenciano que no me corresponde de ahí que os pido perdón si encontráis algún que otro fallo que casi de seguro vais a encontrar. He intentado tan sólo hacerlo sentir al lector de lengua castellana.


 

 

Jo tinc una Mort petita,
meua i ben meua només.
Com jo la nodresc a ella,
ella em nodreix igualment.

Jo tinc una Mort petita
que trau els peus dels bolquers.
Només tinc la meua Mort
i no necessite res.

Jo tinc una Mort petita,
i és, d’allò meu, el més meu.
Molt més meua que la vida,
amb mi va i amb mi se’n ve.

És la meua ama, i és l’ama
del corral i del carrer
de la llimera i la parra
i la flor del taronger.

 

Tengo una Muerte pequeña,

mía y tan sólo mía.

Al igual que yo la alimento,

ella me alimenta también.

Tengo una Muerte pequeña

que saca los pies de los pañales.

Tan sólo tengo mi Muerte

y no necesito más.

Tengo una Muerte pequeña

y es , de lo mío, lo más mío.

Mucho más mía que mi vida

conmigo va y conmigo viene.

Es mi ama y es el ama

del corral y de la calle,

del limón y de la parra

y de la flor del naranjo.

 

 

sábado, 16 de agosto de 2025

EL GENERAL ORAA

 


Toda su vida lleva el veredero oyendo hablar del general Oraa porque su casa madrileña estaba muy cerca del comienzo de la calle que el Ayuntamiento de Madrid dedicó en su momento a tan ilustre prócer. El comienzo de la calle es una cuesta ancha que gira a la derecha y pasa a denominarse Hermanos Bécquer y General Oraa se convierte en una calle de un solo carril que se llega hasta Francisco Silvela. Si nos ponemos en plan sociólogos, habría que decir que la calle experimenta un cambio de clase social y comienza en el opulento barrio de Salamanca, pero que, en llegando a su final, - e incluso mucho antes- deviene más proletaria. En la zona “proletaria”, estaba el cine Oraa en donde el veredero pasó algunas tardes de su infancia viendo películas, entre ellas, la inolvidable “La isla del fin del mundo” y también vivió en ella, cuando se marcharon de Chinchón y se fueron para el "foro",  José Sacristán con sus padres. También andaba por esta calle la clínica del doctor Simarro, famoso psiquiatra retratado por Sorolla e, item más, en el 6 de la calle vivía Miguel Rueda, el modisto al que le dediqué una calle entrada; en el 8, vivió Valle Inclán y el Marqués de Lozoya y, ya cruzando Serrano, estaba el Instituto Español de Hematología y Hemoterapia en donde trabajaba como hematóloga doña María del Socoro Romero Sánchez, hija de Federico Romero Sarachaga, famoso letrista de zarzuelas junto con Fernández Shaw ( Doña Francisquita, El caserío o Luisa Fernanda salieron de sus plumas) y pediatra de un servidor metido a veredero para contar historias del Maestrazgo.  Pero ¿quién fue el general Oraa os estaréis preguntando? El viajero no recuerda que viera su nombre en los libros de historia del colegio y, al estar en Morella, ese general ha vuelto a aparecer en su vida porque el tal Oraa fue el que puso cerco a la ciudad cabeza del Maestrazgo. El veredero busca en la Wikipedia y la “enciclopedia del pobre” le cuenta lo que sigue:

         Que don Marcelino Oraa Lecumberri nació en Beriáin , Navarra, en 1788, y que empezó su andar bélico con Francisco Espoz y Mina, guerrillero también navarro que tiene una calle en Madrid al lado de la Puerta del Sol. Su hazaña más famosa, que hasta ha dado lugar a una novela y a una película, fue el llevar un cañón de gran tonelaje desde un barco británico en las playas de Deva (Guipúzcoa) a Navarra. No era de Bilbao, pero su pueblo no andaba lejos del botxo.

         Eso último no lo dice la Wikipedia, pero algo tiene el viajero que añadir de su cosecha para que no todo sea IA. Lo de Morella tiene su aquel pues resulta que Oraa se fue para allá (perdón por el pareado vil) con 20.000 hombres, 2.000 caballos y 18 piezas de artillería. (¿De verdad que no era bilbaíno este hombre?) Al llegar, vio la bandera negra con una calavera de paño blanco en el medio. Oraa lo entendió y dieciocho días después de haber puesto cerco a Morella, se retiró y se marchó para Alcañiz. Este hecho provocó una crisis ministerial en Madrid (sin duda eran otros tiempos en los que había crisisde gobierno) y Oraa fue sustituido por don Antonio Van Halen, hermano de Juan Van Halen, el militar que luchó con cinco ejércitos distintos y que no fue traidor a ninguno, y antepasado de Juan Van Halen, político y poeta ( no tiene por qué ser un oxímoron) que milita, que el veredero sepa, en el PP.

         El veredero siente que no somos nadie pensando en lo del cañón, en lo del militar de los cinco ejércitos y en lo del poeta político y mira al castillo comprendiendo al general Oraa al que sus soldados llamaban el “Abuelo” y los carlistas, debido a su pelo cano, “el lobo blanco”.

         Oraa tuvo la fortuna de morir en su pueblo natal, en 1851, con sesenta y tres años.

         El viajero, que se ha comido un flaon morellano, baja con alegría camino de Vinaroz al haber recordado, gracias al “Abuelo” una parte no pequeña de su infancia matritense.

         Por cierto, que habéis visto que el viajero escribe Oraa sin tilde en la primera “a” porque así debe ser: es palabra llana acabada en vocal y, por tanto, según la ortografía de las Rae, no tiene por qué llevar acento. Tampoco lo lleva Feijoo por mucho que los chicos del PP, que no leen a la RAE, se empeñan en ponerlo. En fin, pelillos a la mar.

viernes, 15 de agosto de 2025

POCHOLO MARTÍNEZ BORDIÚ Y EL PAPA LUNA

 

Nos vamos a situar en el siglo XIII y vamos a poner el foco en el hijo del último valí almohade de Mallorca que se llamaba Jaime. Un valí (que te vi) es, para entendernos, un gobernador. Así llama el Corán a Dios en algunas suras y, como bien sabemos, para un musulmán, el código civil se basa en la visión de Mahoma  
que dejó escrita en el libro sagrado de los musulmanes. Pero sigamos. Cuando Jaime I, conocido como el Conquistador no sin causa, conquista la isla de Mallorca (se adelantó, pues, más de siete siglos a los alemanes), el muchacho tenía trece añitos y el rey de la Corona de Aragón lo adoptó y lo educó “a la cristiana”. El joven casa con María de Alagón y, para que tuvieran una casita, su tío adoptivo, le regala un castillo que compró a los monjes del Monasterio de Piedra. También le regaló la baronía de Gotor, pues Gotor se apellidaba el muchacho, y, cosas de la historia, un descendiente suyo será nuestro muy traído y llevado en este blog Papa Luna que se llamó en el siglo Pedro Martínez de Luna y Gotor.

         Los Martínez de Luna, una de las ocho casas nobles de Aragón, fueron señores de Illueca en donde acabó el pobre don Pedro con cuya cabeza quizás acabaron los niños de tan mañico lugar, tal y como le vaticinó San Vicente Ferrer, jugando a la pelota. Sea como fuere, la baronía de Gotor y sus propiedades pasaron a los Condes de Morata por bodas y esas cosas pues ya sabemos que los nobles se “aparean” con sabiduría y un buen día, doña Apolonia Martínez de Luna, condesa de Morata, vendió sus títulos al Marqués de Villaverde ( no el yernísimo, sino un antepasado).  Illieca y los pocos restos que quedaban del Papa Luna acabaron en manos dela familia Martínez Bordiú. El marquesado de Villaverde recayó en don Cristóbal Martínez .- Bordiú ( este sí que es el yernísimo) y la baronía de Gotor pasó a su hermano José María que un 2 de octubre de 1962 tuvo un vástago al que también nombró José María: José María Martínez Bordiú y Bassó, en la actualidad XVII barón de Gotor. Al niño, lo empezaron a llamar Pocholo y así es como ha subido a los altares de los  realitys shows y programas de la casquería, es decir, Tele 5.

         En fin, no sé si al pobre don Pedro, tan culto él, que podía dar discursos de siete horas ante  su rival el papa de Roma y que además los pronunciaba en latín,  le hubiera gustado este familiar tan especial, pero la historia es la historia y no la podemos cambiar por mucho que lo intentemos.

         Metido en la “casquería”,  aunque no soy muy aficionado, deciros que Pocholo se acabó casando con una hija de Adolfo Suárez, “el hombre que se parecía a Orestes” como gustaba llamarle Paco Umbral. La boda el matrimonio duró tan sólo dos años. Como recuerdo personal, los Martínez Bordiú tenían en propiedad el edificio de Hermanos Bécquer 8 que hace esquina con General Oraa ( otra vez el militar navarro) y un servidor vivió en Hermanos Bécquer 7 esquina con López de Hoyos 6, justo en la esquina de enfrente. Desde la azotea de mi casa, solía ver a los hermanos Martínez-Bordiú y Bassó tomando el sol en unos sillones hinchables. Otros días, veía a Pocholo cargando los esquíes en un Seat 600 que tenía. También solía encontrar en misa, en San Francisco de Borja, al marqués de marras, ése que iba “con uniforme de gala de la Santa Inquisición” (Sabina dixit), que, por cierto, llegaba tarde y se marchaba antes de que acabara. En fin, no sigo porque voy a parecerme al recientemente fallecido Jimmy Giménez – Arnau que se pasó toda su vida contando historia de los Franco. No escribía mal el chico y hasta estuvo en un Nadal, pero de tan ilustre prócer permitirme que hable en otra entrada.

         Por el momento quedaos con dos ideas:

a)    Pocholo es descendiente del papa Luna

b)    No se eligen ni los antepasados ni los descendientes.

 

La vida es así.

miércoles, 13 de agosto de 2025

MORELLA Y SUS FLAONS

 


El viajero se llega hasta Morella desde Vinaroz. Desde el colegio, viene oyendo el nombre de esta ciudad del Maestrazgo y recuerda que en los libros de historia la llamaban el “bastión inexpugnable del general Cabrera”. Cuando llega, le impresiona el castillo, verdadero nido de águilas, pero, en lugar de ascender hasta él, se mete por la muralla tras haber subido por una cuesta que deja pequeño al Tourmalet y entra en la población. Morella  huele a ciudad histórica por la que, si le echamos imaginación, podemos ver al Papa Luna, al ya citado Cabrera y a su rival, el general Oraa, tan caro al viajero porque tiene una calle en el que fue su barrio madrileño y hasta Ximo Puig, político valenciano que es natural de tan hermosa ciudad. Además de a historia, Morella huele a frío (cuando sopla el mistral, lo mejor es quedarse a la lumbre) y a flaons. Y puestos, si te quedas a la lumbre y te tomas una sopa morellana y estos pastissets llamados flaons, el mistral es menos mistral. El veredero apunta en su libreta de qué está compuesta la sopa y los flaons. Se la robamos un momento para podéroslo contar:

“La sopa es una sopa con carne, huesos de jamón, un tomate entero y una cebolla pelada. En principio, no parece tener nada especial, pero a esa sopa hay que añadirle unos bunyolets elaborados con huevos, harina, manteca, agua y sal. Los bunyolets se cuecen en la sopa y toman todo su sabor. Mutatis mutandis, serían como los rellenos del cocido o la pilota que se come en Cataluña con la escudella. Es una sopa para los fríos de Els Ports, la comarca de Morella que nos lleva hasta las tierras de Aragón desde donde venían los arrieros que se llegaban hasta Vinaroz para dejar verduras y cargar pescado.” Hasta aquí sus apuntes “libretarios” que no libertarios que es otra cosa muy distinta.

 El veredero se toma la sopa en un restaurante y decide tomarse los flaons en alguna pastelería morellana. Elige la pastelería García, cuya dependiente, con amabilidad inefable,  le sirve  un surtido de pastissets y ¡cómo no! los flaons. A continuación os cuento de qué están hechos estos pastelitos que son unas empanadillas dulces rellenas de requesón de oveja. Una delicia que el veredero recuerda que le gustaban mucho  a Pepe Carvalho, el detective de Vázquez Montalbán, homólogo del comisario Montalbano de Camilieri y gran gastrónomo como su creador.

         Para hacer la digestión, el viajero recorre la calle principal de Morella y se deja atrapar por la belleza de sus casas, muchas de ellas medievales. Se llega hasta el final y mira el paisaje de esta comarca. Se alegra de no haber venido en invierno cuando sopla el mistral y decide bajar a Vinaroz porque la noche acecha y la carretera es mala, con muchas curvas. Unos niños con sus abuelos juegan al fútbol mientras el omnipresente castillo los vigila, pero los niños no se inquietan. Están acostumbrados. Mientras baja, piensa que allá arriba se quedan el Papa Luna, Ximo Puig, el general Cabrera, el general Oraa y los flaons de los que se lleva una cajita en la que también van otros pastissets. Bajando también recuerda o se imagina as los arrieros maños con su bota de Cariñena y sus joticas. Quizás una decía, más o menos, así:

Sale el sol por los Monegros

y baña en el Ebro sus rayos,

luego viene a Zaragoza

y se va por el Moncayo.

        

Silbando Vagabundear de Serrat, ya sabéis, “no me siento extranjero en ningún lugar, donde haya vino tengo mi hogar”, regresa hasta el Mediterráneo en cuyas aguas, más frescas que el día anterior, se dará un baño reconfortante. Amén.

lunes, 11 de agosto de 2025

EL PAPA LUNA, INDIANA JONES Y UN MOJITO


 

El viajero se llega hasta Peñíscola atraído por don Pedro Martínez de Luna, Benedicto XIII o el Papa Luna. De aquella lengua de tierra, istmo para los geógrafos, que unía y une la población, surgida a la sombra del castillo templario,  lo que eran huertos y naranjales nada queda porque un turismo masivo e invasivo se lo ha cargado todo. La península en donde está el castillo está cercada por hoteles de cinco estrellas que cuentan con piscinas en la terraza y el viajero se queda pensando si a don Pedro, tan frugal él, le gustarían estas barbaridades. Está convencido de que no, pero se adentra por la muralla buscando el castillo. Un antiguo chalet con una higuera le reconcilia con Peñíscola y las vistas de un anochecer desde las altas barandas también. Hay un guía diciendo, ante la estatua del papa Luna o el Papa del Mar como le llama Blasco Ibáñez, que las gentes medievales no tenían médicos, sino que se dejaban curar por Dios. No sé dónde le han dado el título de guía, pero no sabe ni lo que dice. Que Dios y el Papa Luna lo retengan en su inodoro con una diarrea estival es lo primero que se le viene al veredero como venganza de tanta barbaridad. Para rematar, un fulano vestido de Indiana Jones hace restallar su látigo ante la iglesia y lanza cuchillos contra los voluntarios que se ofrecen en sacrificio para seguir manteniendo el turismo. Ante tanto horror, el viajero se sienta en una terraza y se toma un mojito. Eso sí, como no es don Ernest Hemingway, su mojito es sin ron. Nadie le va a poner una placa que rece: “Aquí se tomaba sus mojitos el veredero”, pero eso no tiene importancia porque el mojito le refresca.

         Ya entrada la noche, baja del castillo y se toma un helado para el que hay que esperar una cola casi kilométrica. ¡Viva el turismo mediterráneo!

EL MERCAT DE VINARÒS O CÓMO EL MEDITERRÁNEO NO ALIVIA DE LOS CALORES ESTIVALES

 


 

Cuando el viajero llega a Vinaroz, Vinaròs en valenciano, un viento del mar muy cálido para lo que se esperaba no le refresca del largo viaje en el que ha cruzado la Mancha y parte de Valencia, en donde una lengua de fuego, resto de una ola de calor, lleva la temperatura hasta los cuarenta grados. Decide bañarse en la playa del Fortí, pero las aguas del Mediterráneo, que el viajero esperaba refrescantes,  son lo más parecido a un caldo de cocido lebaniego de Espinama de Camaleño, y lo acaban de desesperar. ¿Para esto ha venido a Vinaroz? ¿para bañarse en sopa lebaniega? ¡Ay, las aguas de Lapamán o de Cádiz! Hasta tal punto llega la desesperación que está en un tris de subirse en un tren y volverse a la Meseta Norte. Sin embargo, un ángel le hace quedarse y esperar al día siguiente.

         Cuando amanece, ya hay gente en la playa bañándose y el viento está calmado. Esta tierra sigue sin gustarme – piensa el viajero para sus adentros mientras se encamina al mercat cuya entrada está por debajo de una torre alta de cristal que parece como un armario de cajones. Cuando el viajero está a punto de acordarse de los alcaldes “modernos” que se cargan la estética (y la ética) de sus ciudades por “un puñado de euros”, se da cuenta que en su obnubilación no ha visto que ese edificio no es el mercat, sino unas dependencias municipales que podrían ser también un monumento al mal gusto de los políticos. Al mercat se entra por un pasaje que te lleva, por un lateral del edificio de marras, hasta un edificio modernista que congracia al viajero con la ciudad castellonense. El mercado es limpio, pulcro, aseado, bien abastecido y al  veredero se le viene a las mientes aquello que decía el levantino Azorín de que por un mercado se conoce a una ciudad y se le viene el mercado de Florencia o el  de Orense sin ir más lejos. El primero, con sus quesos y sus funghi porcini; el segundo,  con esas láminas de plata que son las anguilas.  En el mercado de Vinaroz el pescado es fresquísimo, pero carísimo y los ojos se quedan hechizados antes esos langostinos cuya cola termina en una iridiscencia azul. Ya lo dice el valenciano Sorolla en ese cuadro que se titula: ¡Aún dicen que el pescado es caro! Le han dicho que en los bares del mercat te los cocinan, pero que hay que ir antes por lo que el viajero se emplaza para otro día. La visita al mercado le recuerda a su infancia, cuando iba con su abuela Patro al mercado de Alonso Cano en Chamberí en donde estaban las pescaderías de los dos Tomases, el de arriba y el de abajo, ambos leoneses como la mayoría de los pescaderos de los mercados madrileños que solían ser de familias maragatas. También estaba la frutería de Julio y las verduras de Domingo y Encarna que, siempre que iban a comprar, le regalaban al viajero una zanahoria.

         Cuando el viajero sale por la puerta principal del mercat de Vinaròs, se encuentra en una plaza con deliciosas terrazas a la sombra y se toma un café. Luego, recorrer las calles de la villa levantina. Al acabar este primer día, se tomará un vaso de horchata absolutamente espectacular. Cosas de los años.

         Por cierto, escribo mercat por darle un aire más valenciano a la entrada.