sábado, 29 de octubre de 2022

LAS PAVESAS

 


Cuando mi madre encendía la cocina bilbaína de casa, no era raro el día en que no aparecieran pavesas por el aire. Los chicos de ahora, con cocinas vitro cerámicas y hornos microondas nada saben de esos duendes que poblaron mi infancia. Las pavesas eran ligeras, pero llevaban el fuego de la lumbre en su alma volátil; eran peligrosas pues podían caer en los papeles del periódico que mi madre ponía en el suelo de la cocina e incendiarlos. Al cabo del tiempo, se convertían en ceniza y ya su corazón de fuego había dejado de latir. Entonces no sabía yo nada ni de griego ni de latín y maldita la falta que me hacía, pero ahora, que ya llevo muchos años con estas lenguas más vivas que algunas a las que llaman así los que son ignorantes, os digo la etimología de pavesa.

         Vienen las pavesas del latín (¡cómo no!) pulvis, -eris, polvo, pero esta palabra se modificó en latín vulgar y termino en pulvisia y povisa, nombre de un hospital vigués cuyo recuerdo me hace temblar.

         Se decía que fulanito o fulanita “andaba como una pavesa”, es decir, que andaba sin molestar; también que “estaba hecho una pavesa” si se encontraba muy débil y, para terminar, que alguien era una pavesa si era muy débil o apacible. Pepe Pinto cantaba aquellos de “anda como una pavesa, que ni gime ni suspira, que se nos llena los ojos de gloria cuando nos mira”, etc, etc, etc…

         Ahora, que ya no se ven pavesas, me pasa como a Russell con los melocotones que, desde que supo de su etimología, le sabían más ricos. Amén.

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