viernes, 3 de agosto de 2018

EL LLANTO DE ODISEO


         En la Odisea, hay momentos tan hermosos como éste en el que Odiseo se echa a llorar cuando el aedo recuerda sus hazañas. Pero es que también hay una delicadeza enorme en la preparación del asiento para el rapsoda en el que Pontónoo tiene la precaución de colocarle un clavo para que cuelgue la cítara y él mismo comprueba que el ciego cantor puede alcanzarla.

         Empezamos en el verso 55 del canto VIII y acabamos en el verso 90 del mismo canto.

         Me da alegría volver a traducir a Homero pues en las clases se ha convertido ( no olvidemos que estamos en la escuela de la ignorancia) en algo ilusorio.

Pero dejemos paso a la voz de Homero:

 

         A éstos Alcínoo sacrificó doce ovejas,

y ocho cerdos de blancos dientes y dos bueyes de pasos de rueda.

Y tras el desuello, prepararon un amable banquete.

Llegó un heraldo a nuestro lado trayendo un aedo piadoso

al que mucho la Musa amó y dio mal mezclado con bien:

le privó de la vista, mas le dio  voz melodiosa.

A éste,  Pontónoo  le puso un sillón de clavos de plata,

en mitad del salón, apoyado en recia columna,

y de un clavo colgó en él la lira armoniosa

por encima de su cabeza e intentó el heraldo con sus manos cogerla;

por delante le puso una cesta y una mesa hermosa

y también una copa de vino para que bebiera a su gusto.

Y aquéllos  a los ricos manjares dispuestos las manos tendieron

y, cuando saciaron su sed y apetito,  la Musa

al aedo inspiró para que cantara hazañas de héroes,

de una historia que por entonces al cielo anchuroso

llegó: la riña entre Odiseo y el pélida Aquiles

cuando sentados estaban en el rico festín de los dioses.

Reñían con palabras terribles y Agamenón, caudillo de pueblos,

se alegraba por la lid de tan bravos aqueos;

pues a él anunciado le fue por boca de Febo Apolo,

cuando  la entrada de piedra cruzó de Pito divina

para escuchar su presagio: la desgracia a rondar empezaba

a troyanos y dánaos por deseo de Zeus el grande.

Esto cantaba el aedo famoso y Ulises entonces,

tomando en sus manos fornidas su túnica purpúrea y grande,

se la echó por encima de su cabeza y se tapó el rostro hermoso

pues sentía rubor de llorar ante aquellos feacios,

mas, cuando cesaba en su canto el aedo divino,

enjugaba su llanto y apartaba de su rostro el vestido

ofreciendo libación a los dioses en cuencos de vientre doblado.

Mas tan pronto volvía el aedo a empezar sus canciones

atendiendo a los ruegos de los nobles feacios,

siempre gustosos de tales hazañas, Odiseo,

volviendo otra vez a sus lloros, se tapaba la cara de nuevo.

 



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