miércoles, 8 de abril de 2020

EL SURCO DEL TIEMPO


La lectura del filósofo sevillano Emilio Lledó en su libro El surco del tiempo me ha sido de enorme provecho. Lledó coge el pasaje del Fedro de Platón en el que Theuth y Thamus (Fedro 279 b-c) hablan sobre la escritura, esa medicina para el recuerdo a la que, por habitual, ya casi no le damos importancia. Frente al carácter aristocrático del conocimiento oral, la escritura permitió que llegara al pueblo, al δήμος. Así, ante un acontecimiento, hay uno que es el primero que lo ve porque estuvo allí (ἵστωρ) y hay una ακοή, es decir, una escucha primitiva e inicial. Luego, ya todo lo que viene después es δόξα, opinión. Como es obvio, si conociéramos la verdad como la conoce el que la ha visto, no necesitaríamos para nada la δόξα. Acordaos que Herodoto, al comienzo de su libro, se llama “historiador”, es decir, aquel que ha visto lo que cuenta o lo conoce de primera mano. Sigue Lledó con más análisis de tan importante texto filosófico y llega a una conclusión que me gustaría tratar con algo de detalle ( no con mucho porque no doy más de sí): cómo la memoria, que es posibilidad de pervivencia, es palabra y “hasta las posibles imágenes que anidan en el sustrato van acompañadas siempre de una sintaxis verbal que la anuda y la sostiene”.  El valor de la escritura es fundamental porque con ella se permite que todo individuo de una colectividad empiece a constituirse como tal individuo, a ser sujeto individual y miembro de un estamento más amplio. Cada individuo es miembro de un δήμος que a su vez le hace ser individuo de una πόλις.

          Si reparamos además en que la vida humana es dual porque el ser humano es y, al tiempo es consciente de ser, vemos que ese ser es memoria y que la memoria es lenguaje porque pensamos con el lenguaje. Yo le recuerdo a don José Antonio Ibáñez González que nos decía esto cuando el que esto escribe estudiaba tercero de BUP , desde entonces, surgió esta devoción que tengo por la lengua y por eso me hice filólogo, porque me gusta el λόγος, la palabra.

         Deberían reflexionar los políticos que se encargan de las reformas educativas en estas sencillas palabras que estoy refiriendo aquí y no intentar suprimir de los curricula asignaturas “del lenguaje” como la Filosofía, el Griego o el Latín. Somos lenguaje y nuestro ser es el lenguaje que poseemos. Si empobrecemos el lenguaje, empobrecemos al individuo y lo hacemos, como ya nos decía don José Antonio Ibáñez, más manipulable; en definitiva, en el lenguaje, reside también nuestra libertad y nuestra dignidad de seres humanos.

         Antes he dicho que los políticos deberían leer y reflexionar este pasaje del Fedro y este libro de Emilio Lledó, pero ¿de verdad os imagináis a algún político leyendo a Platón, a Lledó o a Foucault, ahora que las pandemias nos acechan? Quizás don Ángel Gabilondo o el ministro Illa que son filósofos de profesión, pero el resto… En fin, prefiero no seguir.


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