martes, 14 de abril de 2020

LA SIESTA DE GOETHE


Ante la imposibilidad de viajar, me he leído El viaje a Italia de Goethe y ha sido un placer acompañarlo desde Karlsbad a Roma y desde Roma a Nápoles y Sicilia y luego otra vez a Nápoles y Roma. También pasó por Venecia y,  en todas las ciudades,  Goethe va desplegando su enorme curiosidad que abarca desde la pintura o la escultura a la poesía, la botánica o la zoología. Gran erudito, Goethe tomaba nota de todo porque tenía una enorme curiosidad, esa curiosidad que hizo que el hombre saliera de las cavernas. Sin embargo, hay algo anecdótico que quiero contaros. Goethe va a la Capilla Sixtina y campa a sus anchas por ella hasta el punto de que se echa una siesta en el sillón del Papa. Lo cuenta con gracia el autor alemán y la verdad, me parece de una auténtica ὕβρις prometeica esta acción tan campechana y tan sagrada porque, como decía mi abuelo Luis, la siesta es sagrada. Goethe se lo toma al pie de la letra y,  en aquella Capilla Sixtina en la que no había turistas japoneses sacando fotos, se pega una siesta ni más ni menos que en el sillón del Santo Padre. Citando de nuevo a mi abuelo Luis, recuerdo que, siendo yo pequeño y en un viaje a Toledo, se echó la siesta – que ya he dicho que para él era sagrada-, en un banco de la Catedral, justo a los pies del enorme San Cristóbal pintado en unos de los laterales del templo. En fin, ya sé que no es lo mismo esta acción de mi abuelo que la de Goethe, pero tenía que intentar poner el pabellón familiar, en el tema de las siestas,  lo más alto posible.

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