sábado, 11 de abril de 2020

SAN AGUSTÍN Y LA LECTURA SILENCIOSA DE SU MAESTRO SAN AMBROSIO


Hace muchos años que Pablo Perera, el gran filósofo de Chamberí y de Saucelle, me habló de la lectura silenciosa y de cómo no era la práctica habitual en el mundo hasta hace, relativamente, pocos siglos. Es decir, que Cicerón, César o Tácito, pese a su nombre, leían en voz alta. Cierto es que no lo podemos asegurar, pero sí que tenemos una prueba en San Agustín en este precioso texto de sus Confesiones, III, 6 que os he traducido en esta mañana radiante de abril. Se refiere el santo de Hipona a su maestro San Ambrosio y de cómo se lo encontraba en el retiro de su celda dedicado y entregado a la lectura.

         Pero cuando leía, llevaba los ojos por las páginas y lo iba comprendiendo; sin embargo, su voz y su lengua reposaban. Con frecuencia,  al llegarme a su lado- pues no impedía a nadie acercarse ni había costumbre de anunciarle quién llegaba-, le veía leyendo en silencio y nunca de otra manera y, tras estar sentado y callado durante un buen rato, - pues quién se atrevía a molestar a una persona tan abstraída-, me marchaba y conjeturaba que él, en aquel escaso tiempo que se tomaba, alejado del ruido de asuntos ajenos, para reparar su espíritu, no quería que le distrajeran con otras cosas. Y que quizás hasta evitaba, ante un oyente suspenso y atento, si el autor que leía trajese algún pasaje oscuro, verse en la necesidad de tener que explicárselo o desarrollar algunas cuestiones más difíciles y, gastando el tiempo en esto, leyera menos de lo que quisiera. Aunque la causa de leer en silencio pudiera ser el conservar su voz que  con mucha facilidad se le enronquecía. En fin, con cualquiera intención que lo hiciera, con buena intención lo hacía.

        



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