viernes, 3 de abril de 2020

CARLOS JIMÉNEZ DÍAZ Y SU FUNDACIÓN


Mi madre falleció en la Fundación Jiménez Díaz, en un ya lejano – y en ocasiones muy cercano- ,  año de 1985, en la Clínica de la Concepción que   siempre había sido para mí una palabra de mi infancia. A mi abuelo Luis lo operaron a finales de los años cincuenta  cuando la Concepción acaba de construirse; fue una operación de piedras en el riñón y el doctor Luis Cifuentes Delatte, el médico que le operó,  un gran investigador en la urología que falleció en Madrid en el 2005 a los noventa y ocho años. Además, la Concepción era el lugar de trabajo de don Luis Masjuán, un médico que vivía en el primer piso y que iba a la Fundación en un Aston Martin matrícula de Bilbao. En la Concepción me hicieron un electro allá por 1981 y me vio el doctor Amando Esquivel, otro de los pioneros de aquella clínica puntera en investigación médica. Pero ¿quién fue el iniciador de este proyecto? Un hijo de labradores, el padre de Albares en Guadalajara y la madre de El Molar, un pueblito de Madrid en donde la Tole hacía los mejores milhojas de doble capa que pude comer en mi infancia, que había nacido en la capital en el fatídico año de 1898. Discípulo de Cajal, estudiante en Alemania y en Inglaterra, don Carlos, como era conocido por los discípulos, fundó aquella clínica sobre las ruinas de la Fundación Rubio y le puso el nombre de su mujer. Don Carlos se rodeó de un equipo de investigadores que fueron, durante muchos años, la avanzada de las investigaciones médicas en España. La “Concepción” era garantía de un buen hacer profesional que todavía dura. Aquel muchacho humilde, hijo de unos campesinos,  había logrado su sueño y, frente a su obra, tiene un monumento con su fuente incluida en la madrileña plaza de Cristo Rey en cuyo lateral se puede ver la fachada de la Fundación con su línea curva para formar la plaza.  Sufrió Jiménez Díaz un duro accidente de circulación en 1963,  pero seguía yendo a “su fundación” hasta que la muerte le sorprendió en 1968 mientras trabajaba en su clínica. Es decir – y perdón por el tópico-, murió con las botas puestas. Un gran médico que, en estos días de héroes de la sanidad, es necesario recordar.


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