domingo, 31 de mayo de 2020

ORDESA


He tardado en leer esta novela de Manuel Rivas, - el oscense, no el coruñés-, por ese recelo hacia todo lo que se vende, hacia lo popular. Sé que estoy equivocado, pero hay un resto de aristocracia intelectual en mi manera de ser que hace que, en ocasiones, me equivoque. De todas maneras, había leído la poesía de Rivas y me había gustado con lo cual dejé a un lado tan absurdo prejuicio y me lancé a leer la novela. Y la novela me ha parecido fantástica porque Rivas, algunos años mayor que el que esto escribe, y un servidor compartimos la misma España de los setenta cuando nuestros padres buscaban la sombra para el coche -yo lo sigo haciendo quizás por un atavismo que me viene directamente de aquellas tardes de verano con bocadillo de sardinas al limón y una botella de Mirinda-, y veían la luz después de un túnel de guerra y posguerra. Manuel Rivas hace con este libro un inmenso kadish por sus padres, por su niñez, por su vida. Como en esa maravillosa novela de mi amigo Pablo Perera, hay en Ordesa un recuerdo continuo al padre y una presencia de la madre para los que, en esos poemas finales del libro, descubre el autor su verdadero sentimiento que no es otro que el que hemos sentido, desde hace muchos siglos, los hijos por los padres. Enfrentado a solas con la vida, (no hay dioses en la novela de Rivas),  hace del recuerdo la única salvación para el hombre y busca un lugar mítico para salvarse: aquel lugar en el que pasaban las vacaciones, un lugar al que,  fuera del tiempo como dije hace poco en una entrada, no debemos buscar ya porque nosotros le conocemos a él, pero él ya no nos conoce a nosotros como bien dice el maestro Bufalino. Ordesa es un gran libro de amor, del amor de un hijo por sus padres. Gran libro que merece la fama que ha tenido y tiene. Creo que junto a Jesús Carrasco, Rivas es uno de los grandes novelistas españoles de este siglo XXI; un novelista que vendrá en los libros de texto. Fabulosa novela la de este autor de Barbastro.

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